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DESPUÉS DEL OSCURO TÚNEL

CAPÍTULO 1: CADENAS DE DESESPERANZA

—¡Teressa, eres una gorda y fea!

—¡Teressa, la tarada!

—¡Nadie te quiere porque eres tan gorda como un tanque de guerra!

—¡Y tan grasosa como un maldito cerdo! —la empujaron con desprecio.

A pesar de ser mayores de edad, los jóvenes eran crueles. Tessa estaba acostumbrada a esto; toda su vida había sido así.

Con esfuerzo, se levantó. Sus piernas le dolían como si estuvieran hechas de plomo. Se sacudió el polvo de su ropa y se acomodó la camiseta, tratando de recuperar un poco de dignidad.

Tomó su mochila y se la colgó del hombro, sintiendo el peso de las burlas en su corazón. Con un suspiro, ajustó sus lentes, que milagrosamente no se habían roto esta vez. Provisionalmente los llevaba sujetos con cinta hasta que pudiera comprarse unos nuevos.

El timbre sonó, marcando el inicio de la clase, y vio a su amiga Mónica esperándola en la entrada.

—No me digas —dijo Mónica con una expresión molesta—. ¿Te volvieron a molestar esos inútiles.

Teressa no respondió.

Mónica resopló irritada y continuó—:

Tessa, ¿hasta cuándo vas a soportar tanto bullying? ¡Debes enojarte y decirles las verdades en su cara!

Teressa, con la mirada fija en el suelo, murmuró—: ¿Para qué? Al final solo se burlarán más de mí.

La preocupación de Mónica crecía. Su mejor amiga era una joven frágil tanto en cuerpo como en alma; cada bocado ocultaba su dolor, lo que había resultado en sobrepeso. Mientras caminaban por el pasillo hacia el aula, conversaban sobre tareas y cosas “nerds”: libros nuevos, episodios recientes de series románticas.

A pesar del dolor que llevaba dentro, Tessa siempre trataba de mantener una sonrisa; su optimismo era su refugio.

De repente, un bullicio irrumpió desde la entrada de la universidad. Tessa dio vuelta y su corazón latió con fuerza.

Era él: Erick Vélez.

El chico popular de la universidad siempre atraía miradas; alto, musculoso, con una sonrisa encantadora y un cabello perfectamente cuidado. Su familia era rica y estaba acompañado por la chica más hermosa del campus. Erick sonreía a todos, incluso a Tessa. Su manera amable de tratar a todos hizo que ella se enamorara perdidamente.

Ambos estudiaban la misma carrera; él lo hacía por obligación, ya que al cumplir la mayoría de edad debía hacerse cargo de la empresa familiar. En cambio, Tessa había elegido esa carrera porque amaba los números.

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Soy Tessa, una chica de diecinueve años que vive atrapada en un mundo que parece no tener color. Mis días se deslizan entre la rutina de estudiar en la universidad y las responsabilidades que me imponen en casa. A menudo me miro al espejo y veo a una chica común y corriente, pero con un corazón lleno de sueños que parecen inalcanzables.

Mis ojos azules son lo único que resalta en un rostro marcado por el acné y cubierto por una capa de inseguridad. Uso brackets y lentes, lo que me hace sentir como la típica nerd de las novelas románticas que devoro en mis noches solitarias. Sin embargo, a diferencia de esas historias de amor perfectas, mi vida es un verdadero caos.

Desde que tengo memoria, he vivido con la sombra del abandono. Mi padre biológico decidió dejarme antes incluso de nacer, y mi madre tuvo que luchar sola para salir adelante. Todo parecía ir bien hasta que ella se casó con mi padrastro. Al principio, él parecía amable, pero todo cambió cuando cumplí quince años. Esa noche marcó un antes y un después en mi vida.

Desde entonces, me siento como la cenicienta moderna, atrapada entre exigencias y falta de amor. Mis días son una mezcla de limpiar, cocinar y hacer tareas del hogar, mientras mis padres se olvidan de mi bienestar emocional. A menudo me encuentro al borde del abismo, sintiendo que no puedo más. Pero hay una luz en medio de la oscuridad: mi amiga Mónica. Ella ha sido mi roca, empujándome a seguir adelante a pesar del dolor.

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En el aula, en la clase cuatro donde estaba Tessa, todos estaban presentando un examen. Ella estaba muy concentrada, escribiendo lo que tanto se esmeró en estudiar, cuando de repente sintió como algo chocaba suavemente con su cabeza y caía sobre su pupitre.

Era una nota que decía: «He estado tan ocupado ayudando a mi padre en la empresa que no me dio tiempo de estudiar, ¿me ayudas?»

La nota no decía quién era, pero Tessa reconoció esa letra al instante. Levantó la vista y vio a Erick mirándola de reojo; él sonrió y le guiñó el ojo.

Tessa asintió con una sonrisa y terminó su examen rápidamente.

Copió las respuestas en otra hoja para que no fueran iguales a las de su examen original y se levantó del pupitre.

Erick estaba nervioso, temiendo que ella no lo fuera a ayudar. Algunos chicos también se levantaron, incluyendo a Tessa. Hicieron una fila para entregar sus exámenes y ella aprovechó para darle la hoja a Erick, quien inmediatamente sonrió al recibirla.

Tessa respiró aliviada cuando salió del aula.

Mientras caminaba por el largo pasillo, Mónica la alcanzó a paso veloz y le preguntó con picardía: —¿Qué hiciste?

Tessa la miró y sonrió de lado antes de responderle: —Él me pidió ayuda, ¿cómo decirle que no? Quizás más adelante me devuelva el favor.

—¿Y más o menos qué favor? ¿Una cita? Como si Felicia fuera a permitirlo —se burló Mónica.

Tessa no pudo evitar arquear las cejas con indiferencia: —De todas maneras, es imposible que me pida una cita.

Continuaron con sus chismes hasta que llegaron a la cafetería de la universidad, repasando la temática de la próxima clase.

—Hola.

Esa voz hizo que el corazón de Tessa latiera a mil. Volteó con vergüenza mientras sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Erick acercándose.

Tessa, que quería que se la tragara la tierra en ese momento, y con tartamudeos le respondió—: Claro. La mesa es muy grande. —le esbozó una sonrisa.

Erick se sienta al lado de Tessa con mucha confianza y le dice—: Te agradezco por haberme salvado este día, estoy en deuda.

—No hay problema. —le respondió de inmediato.

Él le sonrió con gentileza y quiso poner un tema de conversación—: Dime Teressa, ¿tú también vas a heredar una empresa y por eso te esmeras tanto en subir tus calificaciones?

Ella no podía mirarlo fijamente a los ojos, por lo que le respondía mirando al frente—: Ehh... ¡no! Solo lo hago porque me gusta, y los números me entretienen. —sonrió nerviosa.

Erick arqueó las cejas en señal de sorpresa—: ¡Wow! Quisiera poder ser así.

La atmósfera en la mesa se tornó incómoda cuando las personas desagradables interrumpieron con sus comentarios de mal gusto—: Vaya Erick, ¿ahora te metiste a la guerra?

Erick, confundido, miró a su alrededor y preguntó—: ¿Guerra?

—Sí, ¿y ese tanque de guerra que tienes a tu lado? —burló uno de ellos, señalando a Tessa.

Erick se giró hacia Tessa, quien parecía querer desaparecer en ese momento. Su rostro se sonrojó aún más y desvió la mirada.

Con una sonrisa desafiante, Erick respondió—: ¿Te parece que Tessa es un tanque de guerra? Tal vez deberías mirar más allá de tu propia ignorancia.

Las risas se apagaron un poco, sorprendidos por la respuesta directa de Erick. Tessa sintió una mezcla de agradecimiento y sorpresa por su defensa.

Uno de los chicos intentó minimizar la situación—: Vamos, Erick, solo estábamos bromeando.

—¿Bromas? —replicó Erick—. No creo que eso sea gracioso.

Tessa finalmente reunió el valor para mirar a Erick y murmuró—: Gracias.

Erick le sonrió, y aunque la tensión en el ambiente seguía presente, el apoyo que sentía de él le dio un poco más de confianza.

...----------------...

Tessa llegó a casa después de una larga jornada. El timbre de salida había sonado y, al entrar, se encontró con su padrastro, Deghar, sentado en el sillón, absorto en la televisión. Con su voz áspera y llena de desdén, Deghar le dijo—: Oye mocosa, tu madre dejó una lista de las cosas que debes comprar en el supermercado.

Tessa asintió y se dirigió a la cocina, donde una larga lista estaba pegada en la nevera. Al observarla, notó que faltaba algo fundamental—: ¿Y dónde está el dinero?

Deghar la miró con irritación y le preguntó—: ¿Cuál dinero?

Ella lo miró incrédula y le respondió—: ¿El dinero con el que voy a comprar todas estas cosas?

Con una risa burlona, él replicó—: Pues, de tu dinero, ¿de cuál más?

Tessa resopló y, con un tono de mala gana, le dijo—: ¡No tengo dinero! El poco que tengo reunido es para ir a la excursión de las empresas Lambert.

La paciencia de Deghar se colmó en ese momento. Se levantó del sillón con furia y, en un instante brutal, Tessa sintió el impacto de su bofetada.

—¡Perra! ¿Nunca tienes modales para hablar? ¿Para qué trabajas en esa maldita cafetería si no vas a aportar nada a la casa? No es mi problema; tu madre dijo que vas a comprar todo eso que está allí y punto.

Con esas palabras despectivas resonando en su mente, Deghar volvió a su sillón como si nada hubiera pasado. Tessa quedó paralizada por un momento. La humillación y el dolor la envolvieron como una sombra.

Dejó escapar una lágrima, y subió a su habitación. Cada gota que caía parecía llevarse un poco de su tristeza, pero el remordimiento la seguía acechando. En su armario, buscó un pequeño cofre que tenía bajo llave, y al abrirlo, el brillo del dinero que había ahorrado se tornó opaco ante su culpa. Ese dinero era para ir a las empresas Lambert.

Los Lambert eran titanes en la ciudad de Londres; personas tan poderosas que controlaban casi todos los aspectos de la vida allí. Eran los dueños de Inglaterra: hoteles majestuosos, clínicas de prestigio, bares llenos de vida, clubes exclusivos y colegios reconocidos, incluido el mismo lugar donde ella estudiaba. La idea de no poder formar parte de esa élite profesional la llenaba de desesperanza.

Mientras se duchaba, no podía escapar del pensamiento constante: «Quizás haciendo horas extras podría recuperar el dinero», se repetía. Sin embargo, la realidad era cruel; el tiempo se le escapaba entre los dedos como arena.

Al salir del baño, se colocó un vestido suelto color amarillo con flores. Los tenis blancos eran cómodos y prácticos. Agarró sus ahorros y miró la lista de la comida de la semana. Mientras caminaba por las calles vibrantes de Londres.

Tessa solo metió lo necesario en las bolsas y, con el corazón pesado, volvió a casa. Al cruzar la puerta, escuchó los gemidos que provenían del sofá. Era una escena habitual, una rutina que había aprendido a ignorar, pero que siempre le dejaba un nudo en el estómago.

Su mirada se detuvo en Deghar, quien la tenía en una posición incómoda y desagradable. El ambiente era asqueroso, impregnado de un olor que le revolvía el estómago.

Tessa dejó las cosas sobre la mesa y comenzó a lavar los platos, su mente divagando sobre qué preparar para la cena.

—¿Qué compraste? —preguntó su madre con un tono que no prometía nada bueno.

Sin apartar la vista del fregadero, Tessa respondió—: Lo necesario, no alcanzó todo mi dinero.

—¿Cómo que lo necesario? —la voz de Vilma comenzó a elevarse, llena de indignación.

—No alcanzó mi dinero. Gasté todo lo que tenía —replicó Tessa, sintiendo cómo la frustración empezaba a apoderarse de ella.

Vilma resopló con desdén y la miró como si fuera una carga—: Deja lo egoísta, Teressa. Sé que tienes más dinero.

El límite de Tessa se rompió. La miró con seriedad y firmeza—: Mamá, desde hace tres meses estoy comprando comida. Ya no me queda dinero; si quieres, puedes revisar mi habitación y comprobarlo tú misma.

Vilma volteó los ojos y encendió un cigarro como si eso pudiera ahogar sus problemas—: Ya no importa.

Fue entonces cuando Deghar se acercó a ella, molesto; sin pensarlo dos veces le dio otra bofetada—: ¡¿Cómo te atreves a hablarle así a tu madre, perra?!

Tessa tocó su mejilla adolorida, aún caliente y ligeramente hinchada por el golpe anterior. Miró a Deghar con desprecio y lo confrontó con palabras afiladas—: ¿Usted qué ha hecho? ¿Ha comprado algo desde que llegó aquí? Lo único que ha hecho es comer, dormir y follarse a mi mamá. ¡Así que no opine!

La rabia burbujeaba dentro de ella; estaba cansada de ser la única responsable de mantenerlos.

Vilma estalló en gritos y, en un arranque de furia, golpeó a Tessa hasta tirarla al suelo. La joven levantó la mirada con dificultad mientras trataba de recuperar el aliento tras haber sido pateada en el estómago. Sus padres la miraban con desdén y odio; sus ojos reflejaban todo lo que sentían por ella: desagrado absoluto.

Sintiéndose débil y humillada, Tessa sintió cómo la sangre comenzaba a brotar de su nariz. Con esfuerzo sobrehumano, subió las escaleras hacia su habitación. Los moretones en su rostro eran testigos silenciosos de una batalla que ella nunca eligió pelear.

El llanto era su única forma de expresión, un grito ahogado que resonaba en su interior y que nadie más podía escuchar.

CAPÍTULO 2: ECOS DE HUMILLACIÓN

El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un suave color naranja.

Al salir de casa, la gorra de su uniforme se ajustaba sobre su cabeza, ocultando parcialmente los moretones que aún marcaban su rostro. A pesar de haber hecho un esfuerzo por disimular las evidencias de su sufrimiento con maquillaje, sabía que aquellos que la conocían bien podían notar la diferencia.

Cuando llegó a la cafetería, el bullicio del lugar la envolvió como un abrazo cálido. El sonido de tazas chocando y risas resonantes creaban una sinfonía vibrante.

—Desayuno americano para la mesa siete —anunció Mónica, su compañera, con un tono animado.

—Enseguida —respondió Tessa, forzando una sonrisa.

Se movía ágilmente entre las mesas, como si cada paso fuera un baile ensayado. Al acercarse a la mesa siete, el joven, sumido en su trabajo con la computadora, parecía ajeno al bullicio que lo rodeaba. Al presentar el desayuno americano, su voz era suave pero firme, como un pequeño rayo de luz en medio de la rutina.

—Desayuno americano para usted, joven; café, zumos de frutas, huevos y tostadas con mermelada —dijo Tessa con una sonrisa cálida.

El joven, aún concentrado en su pantalla, levantó la vista apenas un momento para responder con cortesía.

—Gracias.

Sin embargo, cuando ella se dio la vuelta para marcharse, su voz lo detuvo. Había algo en su tono que hizo que la mirada de Tessa se volviera hacia él nuevamente.

—Señorita, disculpe, ¿puede traerme unas galletas con chispas de chocolate? Siento que esto no me llenará.

Fue en ese instante que sus ojos se encontraron por primera vez. La intensidad del momento hizo que el corazón del joven diera un salto. Aquellos ojos preciosos de Tessa tenían una profundidad que lo cautivó instantáneamente. Era como si hubiera mirado dentro de su alma y hubiera visto sus propias inseguridades reflejadas allí.

Tessa sonrió y asintió antes de marcharse. Mientras se alejaba, él no podía evitar pensar en cómo había logrado capturar su atención con tan solo un intercambio breve. Su mente divagaba entre pensamientos sobre su vida, el trabajo y las relaciones que había dejado atrás.

No pasó mucho tiempo antes de que Tessa regresara con un plato lleno de galletas recién horneadas. La fragancia dulce y reconfortante llenó el aire entre ellos. La bolsa con el logo de la cafetería añadía un toque especial; no solo traía las galletas solicitadas, sino también un gesto amable.

—Esto lo invita la casa, joven —dijo Tessa con una sonrisa radiante.

El joven quedó momentáneamente atónito ante el gesto desinteresado. Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que alguien estaba siendo amable sin esperar nada a cambio.

—Gracias... —logró articular mientras sus ojos seguían fijos en ella.

Tessa hizo una reverencia juguetona antes de volver a sus labores.

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Tessa entró a su casa sintiendo una mezcla de tranquilidad tras un día de trabajo que había sido normalmente agotador. Se dio una larga ducha, dejando que el agua tibia lavara la suciedad de la mañana.

Al salir lista para la universidad, esta vez había algo diferente; los molestos chicos que solían hacerle bullying no estaban presentes. Eso le dio un respiro y un poco más de confianza.

Al entrar al aula, el bullicio habitual había disminuido. Vio a Mónica sentada en su escritorio, absorta en su teléfono. Levantó la vista al sentir la presencia de Tessa y su rostro se iluminó con una sonrisa. Sin embargo, cuando notó la mejilla levemente hinchada de su amiga, esa alegría se desvaneció como un susurro en el viento.

—Tessa, ¿otra vez? —preguntó, la preocupación reflejada en su mirada.

Tessa, en cambio, se limitó a sentarse en su escritorio, evitando el contacto visual.

—Tessa, ¿hasta cuándo? ¡Apuesto que solo te pegaron por diversión como siempre lo hacen! —exclamó Mónica, sintiendo una mezcla de rabia e impotencia.

La respuesta de Tessa fue un susurro entre sombras: —Ya olvídalo, Mónica, no tiene caso.

Las palabras resonaron en el aire como un eco vacío. Mónica sintió cómo una punzada de nostalgia le atravesaba el pecho.

—Te ayudaré a buscar otro empleo para que compres un departamento y salgas de esa maldita casa —dijo Mónica con determinación.

Tessa suspiró con cansancio; el peso del mundo parecía estar sobre sus hombros. —Yo también quisiera eso —respondió con un tono melancólico que hizo que Mónica sintiera una punzada en el corazón.

—Desde hoy lo haremos. Dentro de unos días es la excursión a las empresas Lambert, ¡podemos tener una oportunidad! —exclamó Mónica, animando su voz con entusiasmo desbordante.

La atmósfera en la habitación se tornó densa cuando Tessa pronunció aquellas palabras que desataron una tormenta de emociones en Mónica.

—Hablando de eso... no iré —dijo Tessa, y su voz sonó como un eco de resignación, llenando el espacio con una nostalgia aplastante.

Mónica no pudo contener su sorpresa, sintiendo cómo su corazón se encogía.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡Eras la más emocionada en esto, Tessa! —exclamó, su voz llena de incredulidad y frustración.

La respuesta de Tessa llegó como un susurro quebrado—: Gasté el dinero... comprando la comida de la semana. —la tristeza en sus ojos era palpable.

La furia brotó en Mónica—: ¡Mal nacidos! ¿Acaso tú quién eres para mantenerlos? —las palabras salieron de su boca como una explosión; no podía soportar ver a su amiga atrapada en esa situación tan injusta.

Pero las lágrimas comenzaron a caer del rostro de Tessa, y con ellas se desbordaron todas las emociones reprimidas.

—Por eso fue que me pegaron —dijo, su voz temblorosa—, el dinero que tenía ni siquiera alcanzó para todo lo que estaba en la lista. Dije unas palabras que eran verdades y me golpearon hasta sacarme el aire.

El corazón de Mónica se rompió al escuchar esas palabras. La impotencia y el dolor por lo que estaba viviendo su amiga llenaron sus ojos de lágrimas. Sin pensarlo dos veces, la abrazó con fuerza, deseando transmitirle toda la calidez y apoyo que pudiera ofrecerle.

—Tranquila... tranquila que te ayudaré a salir de esto —susurró Mónica, tratando de ser un refugio seguro en medio del caos emocional. Sabía que las palabras podían ser insuficientes, pero quería que Tessa sintiera que no estaba sola en esta lucha.

De repente, esa intimidad fue interrumpida por una voz familiar—:¡Hola chicas! —dijo Erick con un tono despreocupado.

Al notar el semblante abatido de Tessa, su expresión cambió rápidamente. Quiso preguntar qué le pasaba, pero sus ojos se detuvieron en el leve golpe en la mejilla de Tessa. La preocupación se dibujó en su rostro mientras se acercaba a ella.

—Teressa, ¿qué te sucedió? —preguntó suavemente, sujetando su rostro con delicadeza entre sus manos.

El rostro de Tessa se tornó rojo, una mezcla de vergüenza y nerviosismo, mientras se esforzaba por ocultar el verdadero dolor detrás de su sonrisa.

—Tuve un accidente, es todo —dijo, intentando restarle importancia a la situación. Pero su mirada nerviosa delataba la tristeza que intentaba esconder.

Erick, por su parte, dudó unos segundos ante sus palabras. La preocupación en sus ojos no podía ocultarse.

—Está bien. ¿Estás preparada para la excursión? —preguntó con un tono amable, como si quisiera que esas palabras pudieran arrancar la tristeza del rostro de Tessa.

Pero la respuesta de ella fue un golpe bajo—: Ehh... Yo no iré, hubo una emergencia y tuve que gastar el dinero. —la tristeza en su voz era evidente y resonó en el aire entre ellos como una melodía triste.

La expresión de Erick cambió, su corazón se hundió al ver cómo el brillo en los ojos de Tessa se apagaba.

—¿Por eso estás así de triste? —preguntó suavemente, buscando entender el dolor que la consumía. Tessa asintió lentamente, con la mirada baja y las lágrimas amenazando con brotar nuevamente.

Fue entonces cuando una chispa de inspiración iluminó la mente de Erick.

—No te preocupes, yo te pagaré el carnet de entrada —propuso con determinación en su voz.

La reacción de Tessa fue instantánea; levantó la mirada de golpe, sus ojos reflejando incredulidad y sorpresa.

Tartamudeó— ¿El carnet de entrada? No, ¡es muy costoso! —su corazón palpitaba rápido; era un gesto tan generoso que parecía casi irreal.

Erick sonrió con confianza, queriendo transmitirle seguridad.

—Esto será mi agradecimiento por tu ayuda en mi examen —explicó, sin apartar sus ojos de los de ella.

—¡Erick te está dando este tremendo obsequio! ¡Acéptalo! —las palabras de Mónica resonaron en el aire como un eco alentador.

Tessa sintió cómo una ola de emociones la inundaba: gratitud, sorpresa y un pequeño destello de esperanza comenzaron a florecer dentro de ella.

Con un nudo en la garganta y los ojos brillantes por las lágrimas que aún contenía, Tessa finalmente encontró su voz—: Gracias... no sé qué decir... —susurró.

Erick sonrió con complicidad, su rostro iluminado por una chispa de alegría.

—Entonces anota tu nombre en la lista y dime en qué número quedarás —le dijo, guiñándole un ojo antes de marcharse, dejando tras de sí un aire de confianza y calidez.

Tessa lo observó alejarse, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza. La sonrisa de Erick se quedó grabada en su mente como una imagen perfecta.

Mientras sus dedos acariciaban suavemente sus mejillas, aún impregnadas del cálido tacto de Erick, una mezcla de emociones la envolvió.

—¡Dios mío! ¡Es tan encantador! —murmuró para sí misma, incapaz de contener la sonrisa que emergía de su interior.

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...Días después...

El ambiente en las oficinas de las Empresas Lambert estaba impregnado de una tensión palpable, un eco de la frialdad que emanaba del joven sentado frente a su ordenador. Era el CEO y su presencia era suficiente para que el aire se volviera denso.

—Señor, los pasantes llegan mañana en horas de la mañana —anunció su asistente, un joven que intentaba mantener la calma a pesar del desdén que percibía en la voz de su jefe.

El CEO no levantó la vista de la pantalla. Su tono era cortante y autoritario, como si cada palabra que pronunciara fuera un decreto—: Bien, ya sabes qué hacer. No quiero relajos, no quiero mocosos irresponsables y fíjate en las personas más capacitadas para trabajar aquí.

El asistente, sorprendido por la dureza de sus palabras, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era habitual en el CEO ser implacable; no toleraba errores ni debilidades. A menudo, sus empleados se sentían más como fichas de ajedrez en un juego cruel que como personas con aspiraciones y sueños propios.

—Está bien, señor. Por cierto, ¿va a seguir queriendo un pasante para su próximo asistente? —preguntó el asistente con cautela.

La respuesta fue rápida y directa.

—Sí.

Sin más explicaciones ni matices, el CEO volvió a concentrarse en su pantalla, dejando claro que no había espacio para más preguntas.

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El sol brillaba intensamente aquel día, iluminando con su luz el camino hacia las Empresas Lambert. Tessa, con su corazón acelerado, se sentía como si estuviera a punto de cruzar un umbral hacia un nuevo mundo lleno de posibilidades.

Sin embargo, no todos compartían esa alegría. Felicia, "la novia de Erick", fruncía el ceño mientras observaba a Erick charlar animadamente con Tessa. Para ella, la cercanía entre ellos era desconcertante.

«¿Desde cuándo se hizo tan amigo de la grasosa?», pensó con desdén.

Felicia siempre había visto a Tessa como una chica común, sin nada que la hiciera destacar. Pero no podía ignorar cómo Erick parecía disfrutar de su compañía.

Al llegar al imponente edificio de noventa pisos que albergaba a Empresas Lambert, el grupo quedó maravillado. La fachada relucía con un diseño moderno y elegante, y los empleados que entraban y salían lucían uniformes impecables que reflejaban la sofisticación de la empresa.

Un joven con lentes apareció ante ellos mientras se agrupaban en la entrada. Su porte era profesional y su voz clara y cordial.

—Bienvenidos a las Empresas Lambert —se presentó—. Soy Tomás Brion y soy el asistente personal del CEO.

El asistente personal del CEO era alguien importante; los ojos de Tessa brillaron mientras lo miraba.

Tomás sonrió amablemente y continuó—: Hoy tendrán una breve orientación sobre cómo funciona nuestra empresa y lo que esperamos de ustedes como pasantes. Quiero que se sientan cómodos y sepan que estamos aquí para guiarlos en este proceso.

La orientación comenzó, y Tomás explicó las distintas áreas del edificio: marketing, recursos humanos, desarrollo tecnológico… cada departamento parecía vibrar con una energía única. Tessa escuchaba atentamente, absorbiendo cada detalle como si fuera una esponja sedienta.

Tomás, con su porte elegante y carisma innato, se convirtió rápidamente en el centro de atención de la sala. A sus veinticinco años, era un reflejo del éxito que muchos aspiraban a alcanzar: alto, con una figura atlética que hablaba de dedicación y disciplina, y un rostro que parecía sacado de una revista. Su estilo impecable, con un traje bien ajustado y una sonrisa encantadora, dejaba a muchas de las chicas boquiabiertas.

Mientras él hablaba sobre la misión y visión de las Empresas Lambert, la atención de algunas de ellas se desvió hacia su apariencia.

—¿Cuándo conoceremos al señor Lambert? —preguntó Felicia.

—El señor Lambert es una persona ocupada. —respondió sin ninguna expresión en su rostro—, pero estoy seguro de que si su agenda tiene un espacio libre vendrá a acompañarnos.

La sala de conferencias se llenó de murmullos emocionados tras la respuesta de Tomás. La figura del señor Lambert, el joven CEO que había tomado las riendas del imperio familiar, era un tema recurrente en las conversaciones entre los pasantes. Se hablaba de su misterioso encanto, su inteligencia aguda y, por supuesto, su atractivo físico que había dejado a más de una con el corazón acelerado.

Tomás mantuvo su expresión serena mientras escuchaba los elogios. Sabía que el señor Lambert era una figura casi mítica para muchos.

El ambiente en el último piso era tenso pero electrizante. Las paredes estaban decoradas con obras de arte contemporáneo y el aire olía a éxito y ambición.

Felicia, que observaba desde una esquina, fruncía el ceño. La frustración burbujeaba dentro de ella mientras veía cómo Tessa se llevaba las miradas y los elogios por su conocimiento. En su mente, comenzó a tramar un plan que podría cambiar la dinámica del grupo y devolverle el protagonismo que sentía le pertenecía.

Con una sonrisa astuta curvando sus labios, Felicia se acercó sigilosamente a Tessa mientras Tomás seguía hablando sobre la importancia de la organización en el trabajo del CEO. En un movimiento rápido e inesperado, Felicia extendió su pie y lo colocó justo en el camino de Tessa, quien no tuvo tiempo para reaccionar.

El impacto fue inmediato. Tessa perdió el equilibrio y cayó hacia adelante, aterrizando justo al lado del escritorio de la asistente presidencial. Los documentos importantes que estaban organizados meticulosamente volaron por los aires como hojas secas arrastradas por el viento.

El estruendo resonó como un trueno en la oficina, interrumpiendo la rutina del día. El sonido del golpe fue tan fuerte que incluso el CEO, que se encontraba concentrado en un informe, alzó la vista sobresaltado. Un silencio momentáneo se apoderó de la sala antes de que las risas comenzaran a brotar de los labios de algunos compañeros.

La oficina se llenó de un silencio tenso tras la entrada del señor Lambert, cuya presencia imponente parecía absorber toda la energía del lugar. Mientras acomodaba los botones de su saco, sus ojos se posaron en el grupo que había estado riéndose y señalando a Tessa, quien estaba en el suelo, visiblemente afectada por la burla.

Frunció el ceño al percatarse de la escena. Con su voz grave resonando en la sala, preguntó—: ¿Qué sucede aquí?

La autoridad en su tono hizo que todos se congelaran. Las risas se apagaron al instante y las miradas se dirigieron hacia él, atónitas. Las chicas que antes se burlaban se sintieron atrapadas y comenzaron a retroceder, sonrojadas y nerviosas.

Tomás se puso rígido al ver que el señor Lambert estaba allí, un hombre conocido por su carácter firme y su poca tolerancia hacia el alboroto.

—Señor Lambert... —logró articular Tomás, sintiendo el peso de la situación.

La asistente presidencial, viendo una oportunidad para deshacerse de Tessa y desviar la atención hacia ella, levantó la voz con una actitud desafiante.

—¡Lyam! ¡Esta mujer gorda cayó encima de mi escritorio y volteó todo el papeleo! ¡Échala de la empresa!

Las palabras hirientes resonaron en la oficina como un eco doloroso. Tessa, aún en el suelo, sintió cómo el ardor de la vergüenza le subía por el rostro.

Mónica, con una mezcla de indignación y preocupación, observaba cómo sus compañeros se reían nerviosamente después de que el señor Lambert había intervenido. Aunque la rabia burbujeaba en su interior, se esforzó por mantener la compostura.

—No fue su culpa —dijo, dirigiendo una mirada fulminante a sus compañeros—. Ella se tropezó, o... hicieron que se cayera a propósito.

La tensión en la oficina era palpable. Mónica era conocida por su carácter fuerte y su disposición a defender lo que era correcto. Su mirada desafiante hizo que algunos de los más tímidos bajaran la cabeza, avergonzados por el papel que habían jugado en la situación.

Mientras tanto, el CEO observaba a Tessa con una mezcla de sorpresa y compasión. La imagen de ella sentada en el suelo, con lágrimas corriendo por sus mejillas y sangre manando de su nariz, lo hizo sentirse incómodo.

Sin pensarlo dos veces, se acercó a Tessa. Sus movimientos eran suaves y cuidadosos; no quería asustarla más. Cuando vio sus lentes rotos en el suelo, se agachó para recogerlos y, al hacerlo, sintió un nudo en el estómago al ver cómo ella intentaba limpiarse la sangre sin éxito.

—Lo siento —murmuró mientras tocaba ligeramente su nariz para examinarla—. ¿Estás bien?

El gesto de Lyam fue inesperado para muchos; no era común ver al CEO tan involucrado emocionalmente con una mujer. Su voz era baja y llena de sinceridad.

Tessa no respondió; simplemente continuó llorando en silencio, incapaz de encontrar las palabras para expresar lo que sentía. El dolor físico se mezclaba con la angustia emocional de haber sido objeto de burla frente a todos.

Lyam se inclinó un poco más cerca, asegurándose de no invadir su espacio personal. Su mirada era intensa pero suave; transmitía comprensión y apoyo.

—Vamos a limpiar eso —dijo con calma—. No te preocupes por lo que pasó hoy; aquí no toleraremos ese comportamiento.

La tensión en la sala era palpable. Tessa, aún con lágrimas en los ojos y el rostro pálido, se sentía atrapada entre la vergüenza y el dolor físico.

—¡Tomás, ya sabes qué hacer! —dijo Lyam con seriedad, dirigiéndose al joven que había estado esperando instrucciones.

Tomás, aunque nervioso ante la presencia del CEO, asintió rápidamente. Su voz temblorosa apenas pudo salir de su boca—: Sí señor.

Mientras tanto, dentro de la oficina, Lyam permanecía al lado de Tessa, concentrado en ella.

—Señor Lambert. —murmuró, avergonzada—, no es mi intención molestar... puedo ir sola al hospital. Creo que me rompí la nariz y el sangrado no se detiene.

Lyam se detuvo un momento para mirarla directamente a los ojos. Tomó nuevamente la mano de la mujer con firmeza y le dijo—: Está bien, vamos. —la determinación en su voz resonaba como un eco en el aire.

Ella, sorprendida y algo incómoda, respondió—: No, espere señor, puedo ir sola. —con un gesto decidido, retiró su mano.

La reacción de Lyam fue inmediata. La sorpresa se dibujó en su rostro; rara vez alguien se atrevía a negarle algo. Su mente se agolpó de pensamientos: ¿Una mujer negó su mano? O más interesante aún, ¿negó su compañía?

La intriga lo llevó a observarla detenidamente. Aunque era una mujer de figura robusta, al fijarse bien, notó que no era fea; había una fuerza en ella que lo desafiaba.

Sin pensarlo mucho, Lyam insistió—: No me importa lo que pienses, te voy a llevar yo mismo a mi clínica y punto. —su tono era firme y autoritario mientras la tomaba nuevamente de la mano, esta vez con más fuerza.

Ella intentó protestar—: Pero... —su voz temblaba un poco ante la intensidad de la mirada de él.

Lyam la miró con una expresión siniestra que hablaba más que mil palabras. Su mirada era un claro mensaje: no había lugar para la discusión. Ella, sintiendo esa presión y sin poder evitarlo, asintió con obediencia.

Al llegar a la planta baja, el ambiente se sentía tenso. El ascensor se abrió con un suave ding, revelando a sus compañeros en medio de una discusión. Erick, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, estaba regañando a Felicia, quien parecía estar tratando de explicarse sin mucho éxito. La escena era un claro reflejo de la dinámica habitual entre ellos, pero la llegada de Lyam cambió rápidamente el tono.

Cuando entraron al área común, todos los ojos se volvieron hacia ellos. Lyam, imponente y seguro de sí mismo, tenía su mano entrelazada con la de Tessa. Su expresión era fría, casi despectiva hacia los estudiantes que los rodeaban. A su lado, Tessa se sentía pequeña y vulnerable; su figura no contrastaba con la presencia robusta de Lyam. Cada paso que él daba parecía ser tres veces más largo que el suyo, y eso solo acentuaba la sensación de que estaba siendo arrastrada en una corriente que no podía controlar.

Finalmente, llegaron al auto de Lyam. Él le abrió la puerta con un gesto autoritario y luego se subió al vehículo. Antes de que ella pudiera acomodarse, él la miró seriamente y le dijo—: Ponte el cinturón de seguridad, niña. —su tono estaba cargado de repugnancia y superioridad.

Esa palabra resonó en su mente como un eco burlón.

«Hombres ricos y arrogantes», pensó con desdén mientras se abrochaba el cinturón. La forma en que él la trataba le hacía sentir una mezcla de rabia y confusión.

El interior del auto era lujoso pero frío, reflejando la personalidad distante de Lyam. Mientras el motor rugía al encenderse, Tessa sintió que las tensiones entre ellos eran palpables. A medida que avanzaban por las calles, el silencio se hacía cada vez más pesado, lleno de preguntas sin respuesta y emociones reprimidas.

CAPÍTULO 3: SUSURROS EN EL SILENCIO

Tessa había sido atendida, y mientras Lyam esperaba en el pasillo de la clínica, un aire tenso lo rodeaba. Las paredes estaban pintadas de un blanco impoluto, pero la luz fría del fluorescente parecía hacer que todo se sintiera estéril y distante. Los ecos de murmullos lejanos y el suave sonido de pasos resonaban en el pasillo, creando un ambiente que se sentía a la vez opresivo y solitario.

Al verla con la nariz vendada, su mirada se posó en su mejilla marcada, y su rostro sereno se tornó ceñudo. Había algo profundamente perturbador en esa fragilidad que Tessa emanaba; la forma en que sus ojos evitaban el contacto directo, como si temiera que cualquier mirada pudiera desnudara su dolor oculto.

Tessa entrelazó sus manos, sintiendo cómo la vergüenza la envolvía como una manta pesada. Con voz temblorosa dijo—: Agradezco su ayuda, señor Lambert.

Lyam asintió con indiferencia, pero había un destello de algo más en su mirada; una curiosidad oscura que no podía ocultar. Su voz fue como un hielo cortante cuando preguntó—: Tu mejilla, ¿por qué está así? —alzó su mano y la presionó ligeramente sobre el moretón, haciendo que ella se apartara instintivamente, ocultando el ardor palpable que sentía.

Era vergonzoso para Tessa revelar la verdad detrás de los moretones en su cuerpo. La lucha interna era desgastante; sabía que si los demás se enteraban del abuso del que era víctima, sería el centro de rumores crueles.

Lyam soltó un suspiro profundo y apartó su mano con un gesto casi brusco—: ¿Qué le sucedió ahí, señorita Rondón? —volvió a preguntar con una intensidad que hacía vibrar el aire entre ellos.

Tessa sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar la pregunta de Lyam. La sorpresa se reflejó en su rostro y, por primera vez, sus ojos se encontraron con los de él. Había una mezcla de incredulidad y desconfianza en su mirada.

—¿Cómo sabe mi apellido? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Lyam, sin embargo, evadió la cuestión. Su tono era frío y directo—: Te hice una pregunta.

La firmeza en su voz era innegable, pero había un matiz de curiosidad que no podía ocultar. Era claro que estaba observando cada pequeño gesto de Tessa, buscando la verdad detrás de sus palabras temblorosas.

Ella, sintiendo el peso de su mirada penetrante, tartamudeó—: No es nada... solo fue parte del golpe cuando caí.

Las palabras salieron de sus labios como una defensa instintiva; sabía que estaba mintiendo. Pero hablar sobre lo que realmente le sucedía era un abismo en el que no quería caer.

Lyam mantuvo su mirada fija en ella con seriedad. Notaba cómo la voz de Tessa temblaba. Sin embargo, decidió no insistir más—: Está bien —respondió con un tono que intentaba ser neutral.

En ese momento, el médico salió del consultorio y llamó a Lyam con un gesto. La atención del hombre se desvió hacia el médico por un instante, pero antes de alejarse por completo, volvió a mirar a Tessa con una intensidad casi palpable.

—Espérame aquí —le ordenó con frialdad mientras daba un paso hacia el médico. La forma en que pronunció aquellas palabras tenía un peso autoritario; no era solo una solicitud, sino una advertencia. Cuando él se detuvo en seco y la señaló con su dedo, las palabras resonaron en su mente como un eco amenazante—: Si te vas, estarás en serios problemas.

Lyam se acercó al médico con pasos firmes, su rostro estaba marcado con serenidad. Al llegar a su lado, lo miró directamente a los ojos y dijo con voz grave—: Señor Lambert.

El doctor se volvió hacia él, y su expresión se tornó sombría. La tensión en el aire era palpable. Con un leve asentimiento, Lyam continuó—: ¿Cómo salió?

El médico tomó un respiro profundo antes de responder—: Su nariz está bien, pero...—las palabras se le atascaban en la garganta. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y conflicto interno. Sabía que lo que iba a decir podría cambiarlo todo, pero la súplica de Tessa resonaba en su mente.

—Pero, ¿qué? —la impaciencia de Lyam crecía.

El doctor dudó, sintiendo el tirón de su ética profesional que le decía que no podía revelar detalles sobre el estado de sus pacientes. Sin embargo, había algo en la mirada de Tessa que lo hizo cuestionar ese principio. La desesperación y la angustia de la joven eran evidentes; no podía ignorar la gravedad de la situación.

—Ella me pidió no decir nada —confesó finalmente, sintiendo cómo las palabras pesaban en sus labios—. Parece que algo le incomoda o algo muy grave le pasó como para que me rogara que no dijera nada...

Lyam sintió cómo su paciencia se desvanecía rápidamente. La angustia por Tessa lo consumía, y cada segundo contaba—: Ve al punto —dijo con firmeza, casi implorando por una respuesta clara.

El doctor sintió un nudo en el estómago al mirar a Lyam—: Hay señales de... maltrato doméstico. —murmuró finalmente, sus ojos reflejando una mezcla de compasión y preocupación—. No puedo entrar en detalles sin su permiso, pero creo que es fundamental que lo averigüe.

Los ojos de Lyam, que antes llenos de serenidad, ahora reflejaban una ira interminable. El doctor, consciente del peso de lo que iba a decir, tomó un respiro profundo antes de responder.

—En cuanto a su estado físico —comenzó el médico, su voz seria y profesional—, he observado varios moretones en su cuerpo. El más evidente es uno en su rostro; aunque el maquillaje lo disimula bastante, hay un moretón oscuro que abarca parte de su mejilla y la zona alrededor del ojo. Esto indica que ha sufrido un golpe reciente.

La imagen del moretón en el rostro de Tessa se grabó en su mente, y la rabia comenzó a burbujear dentro de él como un choque eléctrico.

El doctor continuó, notando el cambio en la expresión de Lyam—: También he notado marcas en sus brazos y algunas contusiones en su abdomen. Estos signos son preocupantes y sugieren que ha estado expuesta a un maltrato físico.

—¿Es la razón de por qué le pidió que no dijera nada? —preguntó Lyam.

El doctor bajó la mirada, comprendiendo la frustración que Lyam sentía—: A veces, las víctimas no hablan por miedo o vergüenza. El maltrato doméstico puede ser devastador no solo físicamente sino también emocionalmente.

Él asintió—: ¿Notaste algo más?

El doctor tomó un momento para organizar sus pensamientos, y con un tono suave pero serio, comenzó a explicar—: Cuando estaba examinando a la señorita Teressa, noté que su cuerpo estaba completamente rígido. Era como si cada músculo estuviera en tensión, como si estuviera preparándose para un golpe —dijo el médico, observando la expresión de preocupación en el rostro de Lyam—. En un momento, me empujó instintivamente. Fue una reacción visceral; el miedo se apoderó de ella.

El doctor hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas para transmitir la gravedad de la situación. Sus ojos reflejaban compasión y profesionalismo al mismo tiempo.

—Vi terror en sus ojos —continuó—. No era solo un miedo pasajero; era profundo, arraigado.

Lyam salió del consultorio con la cabeza llena de preguntas. El pasillo del hospital era frío y estéril, con paredes blancas que reflejaban una luz brillante y artificial. La sensación de urgencia lo envolvía mientras sus pasos resonaban en el suelo de linóleo.

Al no ver a Tessa en el pasillo, frunció el ceño, con un impulso, se dirigió a la recepción del piso. Allí, su mirada se fijó en Tessa, que estaba frente a la máquina expendedora. La máquina estaba iluminada por una luz tenue, el sonido de los motores zumbando suavemente mientras giraba para entregar la bebida. Tessa parecía perdida en sus pensamientos, un gesto de tranquilidad contrastando con lo que acababa de suceder en la sala del médico.

Cuando finalmente recogió la lata y abrió el envase, el sonido del gas liberándose resonó como un pequeño estallido en la quietud del entorno. Al voltear, se encontró con los ojos intensos de Lyam que la observaban fijamente. En ese momento, la expresión de Tessa cambió; había una mezcla de sorpresa y algo más profundo que Lyam no podía descifrar.

—Vámonos —dijo él, ignorándola por completo mientras comenzaba a caminar dos pasos delante de ella.

Tessa lo siguió sin protestar, su mirada fija en el suelo mientras caminaban hacia el auto. La distancia entre ellos parecía cargada de palabras no dichas.

Una vez dentro del vehículo, Lyam encendió el motor con un suave giro de llave. El sonido del motor llenó el silencio, pero él se quedó mirando al frente durante cinco segundos que se sintieron como una eternidad. El interior del auto era oscuro y acogedor, lo que contrastaba con la personalidad de Lyam.

Finalmente, giró su cabeza hacia Tessa, todavía absorta en su bebida gaseosa. Con un tono directo pero suave, le preguntó:

—¿Dónde vives, niña?

La pregunta flotó entre ellos como una invitación a abrirse.

Tessa parpadeó, como si despertara de un trance, y lo miró con una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad—: ¿Para qué quiere saberlo?

—Es para saber si tu casa queda de paso a la empresa, así te dejo allá —dijo Lyam, intentando sonar práctico.

Tessa resopló, dejando escapar el aire de sus pulmones con un gesto que reflejaba su descontento. Sus labios se apretaron en una línea delgada mientras decía:

—Puedo regresar a casa yo sola, señor Lambert. Puede volver a la empresa, mis compañeros deben seguir allí.

Lyam frunció el ceño, sintiendo que había más en su reacción de lo que ella estaba dispuesta a compartir. Su mirada se tornó inquisitiva.

—No están, ya la excursión terminó —informó con un tono neutral.

La expresión de Tessa cambió drásticamente; sus ojos se abrieron con sorpresa y sus cejas se elevaron en un arco de incredulidad. La frustración se hizo evidente cuando pasó sus manos por su cabello en un gesto casi desesperado, como si intentara despejar su mente.

—¡No puede ser! —exclamó, su voz resonando con una mezcla de incredulidad y decepción.

Lyam levantó una ceja, sin comprender del todo lo que estaba sucediendo.

—¿Qué? —preguntó, su voz rebosante de curiosidad.

Tessa giró la cabeza hacia la ventana del auto, observando cómo el paisaje urbano pasaba rápidamente ante sus ojos. La luz del sol se filtraba a través del cristal, iluminando su rostro melancólico.

Sus labios temblaron ligeramente mientras murmuraba—: Si supiera lo mucho que me esforcé en ir a esa excursión, y al final pasó esto —dijo Tessa, señalando la venda en su nariz con un gesto de frustración.

Su voz temblaba ligeramente, como si cada palabra estuviera impregnada de decepción. Sus ojos se llenaron de una tristeza profunda, reflejando la carga emocional que llevaba consigo.

«Definitivamente soy un pájaro de mal agüero», pensó.

Lyam no respondió nada. La observaba de reojo por unos segundos, notando la expresión abatida en su rostro, pero rápidamente desvió la mirada hacia el camino. Su rostro permanecía impasible, una máscara fría que ocultaba cualquier destello de empatía que pudiera sentir.

—Sería una enorme oportunidad para mí trabajar en su empresa, y esta la desperdicié por mi mala suerte —continuó Tessa, su voz ahora más suave y melancólica.

La forma en que sus labios se curvaban hacia abajo mostraba una profunda desilusión. Sus manos se entrelazaron sobre su regazo, como si buscara consuelo en sí misma mientras la tristeza la envolvía.

—¿Y bien? —preguntó Lyam, rompiendo el silencio—. ¿Me dirás dónde vives?

Tessa observó a Lyam con detenimiento; se veía curiosa. Él estaba mirando al frente y, en ese momento, notó lo atractivo que era su perfil y su mandíbula bien marcada, como si siempre estuviera tensa. Luego, en una línea recta de la autopista, él la miró y ella apartó la mirada.

Al no recibir respuesta de ella, Lyam tomó la iniciativa y la llevó a la universidad. Con un nudo de vergüenza en el estómago, Tessa bajó del lujoso automóvil. Las miradas curiosas de sus compañeros la atravesaron como flechas.

¿La chica gorda y poco agraciada de la universidad ha llegado con un hombre tan guapo e importante?

Sintió un profundo alivio al cerrar la puerta del auto, pero su tranquilidad fue efímera; Lyam también se bajó y la siguió.

—¡Oye, espérame! —exclamó él.

Tessa se sobresaltó al escuchar su voz.

—¿Señor Lambert, usted todavía está aquí?

—¿Cuál es el problema? Esta universidad es de mi familia, puedo venir cuando quiera.

Tessa giró los ojos. Aunque es un hombre muy atractivo, su falta de sonrisa y su ego parecen flotar en el espacio:

—Disculpe lo que le diré, ¡pero es usted extremadamente arrogante!

Él la miró con indiferencia.

—Esa es mi forma de ser; acostúmbrate.

Tessa continuó su camino, sacudiendo la cabeza mientras pensaba: «Más o menos, ¿por qué debería acostumbrarme? No lo volveré a ver después de hoy.»

Avanzó por los amplios pasillos de la universidad, con Lyam a su lado, siempre mostrando su porte elegante y varonil.

Las chicas no podían evitar mirarlo y sonreírle, pero él las ignoraba por completo.

Mónica se acercó a ella rápidamente, visiblemente agitada, y preguntó—: Tessa, ¿estás bien?

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