«No… aún no.»
Podía oír el sonido lejano de una sirena, como si viniera desde otro mundo. Mi vista, empañada por la sangre, apenas distinguía el entorno. Sentía cómo la fuerza se escapaba de mi cuerpo, segundo a segundo.
«Todavía no. No puedo morir… no así.»
El frío se apoderó de mí, como si ya no me perteneciera este cuerpo. Y lo último que sentí antes de cerrar los ojos fue... la soledad.
—Traición.
—Soledad.
—Engaño.
Una y otra vez.
—Traición. Soledad. Engaño.—
Como un eco implacable, esas palabras retumbaban en mi mente. Era la causa del accidente, el resumen cruel de mi final: abandonada, traicionada, sola. En mis últimos pensamientos, todo lo que deseaba con desesperación… era una segunda oportunidad.
«Rosalie…»
—¿Quién...? ¿Quién está ahí?
«Pobre niña. Traicionada por todos. Engañada por quien más confiabas. Moriste sola, sin nadie a tu lado.»
—Entonces… es cierto. ¿Estoy… muerta?
«Tu alma vive aún. Y eso… es suficiente.»
Todo a mi alrededor se volvió blanco. Una nada silenciosa me envolvía. Frente a mis pies cayó un libro. Era grueso, de tapa roja, con la silueta dorada de una joven y un animal a su lado. Me era familiar.
—Esto… esto se parece a una novela que leí cuando era niña… Señorita Letty. ¿Qué es esto?
«Una oportunidad.»
—¿Una oportunidad...? ¿De qué?
Las páginas comenzaron a pasar solas al sostener el libro. Una luz blanca me envolvió por completo. Sentí cómo mi cuerpo y mi alma se separaban. Desde algún rincón lejano, vi mi cuerpo tendido en medio de la carretera, cubierto de sangre. La imagen se alejaba lentamente… hasta desaparecer.
Y entonces, fui absorbida por el interior del libro.
«Para caminar con tus propios pies.
Para formar tu destino.
Para cambiar lo que debe ser cambiado.»
La luz se volvió tan intensa que me cegó… y al abrir de nuevo los ojos, vi un techo desconocido.
—Ugh… mi cabeza va a explotar…
Rodé la mirada. La habitación era oscura, húmeda, con un espejo rajado en la esquina y cortinas desgarradas que apenas cubrían la ventana. No reconocía este lugar.
—¿Dónde… estoy? ¿Estoy dentro del libro?
Me incorporé de golpe.
¿Este es mi renacimiento? ¿Dónde está la habitación lujosa? ¿Los vestidos de seda? ¿Las sirvientas que lloran por mi salud? ¿¡Dónde está mi maldito cliché de reencarnada!?
Corrí hacia el espejo. Mi reflejo ya no era el de una joven de 20 años. En su lugar, vi a una chica de... ¿16? ¿17 tal vez? Cabello rojo encendido, ojos azules, piel pálida, labios rosados.
—No puede ser… si estoy en Señorita Letty, y esta es mi nueva apariencia… ¡entonces soy Cristal Lawnig! ¡La villana de la historia!
—¿Por qué? ¿¡Por qué tenía que ser ella!?
«Cálmate… primero salgamos de aquí.»
Fui a la puerta, que estaba cerrada con pestillo. Parecía más un ático o un sótano que una habitación normal. Me incliné para mirar por una rejilla en la parte superior. El pasillo estaba desierto.
—¿Esto es… la habitación de castigo? Genial. Empezamos bien.
«Mierda… si en verdad soy Cristal Lawnig, estoy en un grave problema.»
—Piensa, Rosalie. Piensa. ¿Cómo salgo de aquí?
Caminé de un lado a otro, sintiendo que en cualquier momento el suelo se abriría bajo mis pies. Solo había rejas, madera podrida y oscuridad. Resignada, me senté en la cama, abrazando mis piernas.
—Está bien… no puedo salir. Pero puedo pensar. ¿Qué pasaba en esta historia? ¿Cómo puedo cambiarla?
Señorita Letty… una novela romántica que leí en mi juventud. Leticia Marlow, hija de un barón, era tan delicada como una rosa de cristal. Conocía al segundo príncipe de Castillan, Ekiar, y se enamoraban perdidamente. Un romance perfecto… si no fuera porque existía una villana.
Cristal Lawnig.
Como en todos los cuentos: la princesa y la bruja. Leticia era la princesa. Cristal, la bruja.
Ella se enamoró de Ekiar desde niña, cuando él la defendió de unos vándalos. Desde entonces, se volvió obsesiva, inestable… arruinó su relación con su familia y con la nobleza, hasta que finalmente intentó asesinar a Leticia.
«Si ella no existiera… me amarías solo a mí.»
Su locura la consumió, y su historia terminó en una celda. Degollada. Sola. Abandonada.
—Y así es… más o menos… como recuerdo la historia. Pero con eso basta para saber una cosa: ¡¡tengo que cambiar mi destino!!
ESCRITO DESDE 16/08/2022
EDITADO DESDE EL 15/06/2025
HISTORIA 100% ORIGINAL
>> Esperamos su apoyo <<
Había pasado casi una semana desde que estaba encerrada aquí. El aire era denso, húmedo, y la única compañía que tenía eran los chillidos de las ratas. De vez en cuando, alguien bajaba a recordarme por qué estaba allí, con palabras crueles o golpes. Para esa mujer, el simple hecho de que yo existiera era un error, y parecía no descansar hasta borrar cada trazo de mi presencia. Pero incluso encerrada, hambrienta, herida… sentía que eso no era suficiente para ella.
«Escucho la puerta… ¿vendrán otra vez a golpearme?»
— Oye tú, levántate. La señora ha decidido dejarte salir.
«¿Salir? Después de tantos días, ¿de forma voluntaria? ¿Qué está tramando ahora?»
— ¿Acaso no me escuchas, bruja? ¡Que te levantes!
Me tomó por el brazo y me arrastró fuera de la celda sin esperar a que mis piernas entumecidas reaccionaran. Mis pies apenas tocaban el suelo, y cada paso dolía. Me llevó a rastras por los pasillos subterráneos hasta los pisos superiores de la mansión, lanzándome sin piedad a los pies de alguien.
— Aquí está. Sucia bruja.
Allí estaba ella. Desde los pies hasta la cabeza, cubierta de joyas, telas caras y soberbia. Su cabello negro recogido con precisión, sus ojos rasgados y café oscuro. La Duquesa Lawnig. Mi madrastra.
— Escúchame bien —dijo con voz cortante—. Vas a ir a tu habitación, te arreglarás, y te pondrás un vestido de cuello alto y mangas largas que cubra cada uno de tus moretones.
Le sostuve la mirada con valentía por un instante. Esos ojos, tan fríos como el acero, me recordaban a una víbora. Pero ese gesto me costó una bofetada. Sentí el sabor metálico en mi boca y escupí sangre al suelo, limpiándome con el reverso de la mano.
— ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me mires con esa cara repugnante? Vas a llenarme de gérmenes.
Sacó un pañuelo de seda para limpiarse la mano y, con desprecio, ordenó que lo quemaran.
— El duque Lawnig llegará esta noche. Ya es demasiado tarde para que dejes una buena impresión, pero traerá invitados. Así que cúbrete como si estuvieras muerta y mantente lejos de ellos. No hables, no los mires, no respires, no existas. O volverás al calabozo.
Le hizo una señal al hombre, y este me llevó nuevamente, aunque esta vez pude caminar con esfuerzo hacia lo que debía ser mi habitación.
---
Pasado un rato, alguien llamó a la puerta.
— ¿Señorita? ¿Señorita Cristal, está bien?
No respondí.
— Con su permiso, señorita. Voy a entrar.
La puerta se abrió con cuidado. Entró una muchacha joven, casi una niña. Cabello castaño recogido en una trenza, ojos claros, figura delgada. Llevaba una bandeja con comida caliente y una expresión de sincera preocupación.
— Le traje algo de comer… ¿Tiene hambre?
La miré con cautela. En la historia original, casi todos los sirvientes despreciaban a Cristal. Muy pocos la apoyaban en secreto, especialmente aquellos leales a su madre. Si esta niña era quien yo creía...
— Tú... niña. ¿Cómo te llamas?
— S-Señorita… me llamo Emily. Pero no se preocupe por eso...
Dejó la bandeja sobre la pequeña mesa de la habitación. El dulce aroma de la comida llenó mis sentidos, y sin poder resistirme, me abalancé sobre el plato como si llevara años sin comer.
— Señorita, por favor… coma despacio. Podría atragantarse.
A pesar del miedo en su voz, al verme devorar la comida, esbozó una pequeña sonrisa.
— Iré a preparar su baño.
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Narración de Emily:
Esa mañana, uno de los sirvientes de la duquesa reunió a toda la servidumbre de baja categoría. Los rumores corrían rápidos como el viento: la bruja roja había salido del calabozo. Así la llamaban. Desde que tengo memoria, se decía que una niña maldita vivía en los sótanos de la mansión Lawnig, y que solo emergía cuando el señor de la casa regresaba de viaje. Las criadas inventaban excusas para no acercarse. Todas le temían.
Pero yo no.
— Yo iré, señor.
Me ofrecí voluntaria. Decían que tenía apariencia de monstruo, que podía maldecirte con la mirada… Pero nada de eso tenía sentido.
De niña, mi madre trabajó junto a la antigua duquesa, la madre de la señorita Cristal. En ese entonces, ella era una niña alegre, serena, que amaba las flores y el canto. El ducado estaba lleno de vida, con música y risas. Pero todo cambió con la muerte de la señora.
El duque, roto por la pérdida, se volvió distante. La señorita, aún tan pequeña, se aferró a lo poco que le quedaba. Años después, el duque se volvió a casar. Al principio, la niña parecía ilusionada. Pero la nueva duquesa… no tardó en mostrar su verdadero rostro.
Al principio eran solo miradas frías. Luego vinieron los golpes, las acusaciones falsas: robar, insultar, comportarse de forma inapropiada. La señorita nunca se defendía. Le pregunté una vez por qué no decía la verdad al duque.
— Tengo la esperanza —me dijo— de que algún día me acepte como su hija.
Una vez, la vi junto a la ventana del salón, vestida de negro, el cabello recogido con pulcritud. Tarareaba una melodía que solía cantar con su madre. La duquesa, al oírla, se enfureció. Le lanzó un jarrón de porcelana negra.
Le alcanzó la frente.
Desde entonces, una cicatriz amplia cruza su ceja derecha. Nunca le permiten cubrirla. Es su castigo. Su recuerdo constante de que, para esta casa, ella y su voz... no significan nada.
Desde aquel día, la señorita nunca dejó el luto. Porque ese día esperado… el día en que la quisieran… nunca llegó.
—¿Señorita? —sin respuesta—. Señorita Cristal, ya está listo su cabello, señorita.
La voz de la mucama me trajo de vuelta. Tras aquel largo baño y ver frente al espejo las heridas de este cuerpo, principalmente en las piernas, que debían ser ocultadas por orden de la duquesa, no podía dejar de preguntarme por qué la antigua dueña de este cuerpo jamás se rebeló o intentó huir.
Después de tantos maltratos, comprendí que este cuerpo estaba entrenado para resistir el dolor. Heridas que inmovilizarían a una dama común, Cristal las sobrellevaba con aparente normalidad. Controlaba el temblor de sus piernas al caminar, aunque no tuviera fuerzas. Sin embargo, cada vez que sentía miedo, su estómago se contraía y la garganta se cerraba. El corazón se le aceleraba, pero no podía sentir nada más allá de una profunda y constante tristeza.
El sufrimiento de esta joven no era diferente al de un esclavo. Al levantar la vista hacia el espejo, vi con claridad el reflejo de una niña con la piel tan blanca que cada marca resaltaba sobre ella. Su cabello rojo, ahora limpio, ardía como llamas vivas; sus ojos azules, secos como orbes sin lágrimas. Y pese a la cicatriz que cruzaba su ceja derecha, seguía teniendo un rostro fino y encantador.
—Señorita, ¿cuál de estos vestidos le gustaría usar?
La chica sostenía dos vestidos de manga larga, falda hasta el suelo y cuello alto. Cubrían todo el cuerpo, a excepción del rostro y las manos. Los colores eran apagados, carentes de vida... exactamente como los que Cristal solía usar en la historia original.
—Emily, ¿no tengo más vestidos?
—¿E-eh? —la expresión de la joven se congeló, atónita—. S-sí, claro que sí, señorita. Su padre siempre se asegura de traerle vestidos hermosos y regalos en cada viaje —dijo con tono decidido, como defendiendo al duque—. P-pero la señora duquesa… —titubeó— suele confiscar las cosas costosas que le envía.
Tal como sospechaba. El estilo sobrecargado y lujoso de la duquesa tenía que financiarse de algún lado, y qué mejor que del bolsillo de Cristal.
—¿Entonces aún tengo vestidos en mi ropero?
—S-sí, así es, señorita. —Pareció dudar—. ¿Le gustaría que...?
—Sí. Me gustaría vestir algo azul. ¿Podrías buscar algo que cubra mis piernas?
—¡Sí! ¡Definitivamente, señorita!
—Ah, también busca algo simple, como un colgante ligero. —Sonreí al ver la emoción que iluminó el rostro de Emily. Sus ojos incluso se cristalizaron por un instante—. Y dejaré mi cabello suelto hoy.
Mientras acomodaba unos mechones sueltos, usé el espejo para observar la expresión de Emily a mi espalda: estaba emocionada.
—Por favor, date prisa. Estoy ansiosa por ver a mi padre.
—¡Sí, mi señorita!
---
—Mi señorita… se ve… hermosa. Es la más hermosa de todas. Su cabello rojo resalta sobre su piel, y ese vestido le asienta muy bien.
El vestido elegido era sencillo. Sin aro, sin volantes, sin joyas grandes ni detalles extravagantes. No tenía mangas ni cuello alto. Muy diferente a lo que solían usar las mujeres nobles de esta mansión. Tenía un escote leve en la parte delantera y un amarre delicado en la espalda. Se ceñía al cuerpo hasta la cintura, desde donde la falda caía suelta en suaves ondas. Era de un tono azul cielo, acompañado por unas zapatillas simples y un colgante con un pequeño rubí.
Emily había dado algo de volumen a mi cabello y había hecho un buen trabajo ocultando con maquillaje los rastros de los moretones. Pero dejó visible la cicatriz sobre mi ceja derecha, como un sello imborrable de lo vivido.
—Gracias, Emily. Hiciste un gran trabajo.
«Toc, toc, toc»
—Señorita, el duque Lawnig ha llegado. Debe bajar a recibirlo. Viene acompañado…
—Está bien. Saldré enseguida.
—Mi señorita… —Emily parecía algo nerviosa—. No se preocupe por nada. Todo saldrá bien.
Sonreí. Quizá este mundo no fuera tan cruel como parecía. Tal vez podía encontrar personas de mi lado. Tal vez… incluso una amiga.
—Gracias, Emily.
«Empecemos por cambiar este encuentro. De pequeños actos… a grandes acciones.»
---
Al salir, la escena era clara. En el patio, dos carruajes. Uno llevaba la insignia de la familia Lawnig; el otro, sin insignia, despertaba mi curiosidad. Un grupo reducido de hombres a caballo, claramente caballeros, y un mayordomo de aspecto peculiar.
A lo lejos, podía distinguir al hombre que llevaba la autoridad sobre estos muros. Alto, de presencia imponente, su elegancia desmentía la edad que marcaban sus cabellos negros salpicados de gris. Sus ojos rasgados eran de un azul profundo, y su porte majestuoso era inconfundible: Samir Lawnig, el duque… mi padre.
Frente a él, los miembros de su familia aguardaban en una fila ordenada: al centro, la Duquesa Lawnig; a su derecha, su hijo mayor del primer matrimonio, Eleonoro Lawnig, de cabello rubio y ojos cafés. Aunque de físico destacado, era más tonto que una mula de carga. A su lado, Kasir Lawnig, mi hermano mayor de sangre, con cabello negro y ojos grises, mucho más inteligente que el anterior. Al otro lado de la duquesa, estaba Vanessa Lawnig, ojos castaños, cabello negro y corto. Su belleza era delicada… y tan recargada como su madre. Entre ella y la duquesa debía estar yo, pero no había ni siquiera un espacio reservado.
Observaban la llegada de los acompañantes del duque: nobles y emisarios cuyos trajes apestaban a lujo innecesario. Al hacer mi aparición, la mirada de la duquesa fue como una amenaza silenciosa, casi capaz de convertirme en cenizas. Vanessa y Eleonoro abrieron los ojos con asombro, y Kasir me lanzó una mirada punzante. Aun así, ignoré cada una de sus reacciones.
Caminé con paso firme hacia el frente, deslizándome entre ellos, ocupando el lugar que por derecho me correspondía como hija mayor. Los ojos azules del duque se posaron en mí. Me incliné con una reverencia serena.
—Saludos al señor de la casa, el Duque Lawnig, y a sus distinguidos invitados. Esta es la hija mayor… Cristal Lawnig.
Volví a erguirme. En los ojos del duque, por primera vez en mucho tiempo, se reflejó algo que nadie había descrito en las páginas del libro original: una mezcla de alivio… y confusión.
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