PROLOGO.
El ruido del estadio era ensordecedor, una marea de voces que se mezclaba con el sonido de la pelota golpeando los botines, con el grito de los aficionados que alentaban a la estrella del momento. Angelina se encontraba en la grada, sus ojos fijos en el campo, pero no era el partido lo que mantenía su atención. Era él: Santino Guevara, corriendo tras la pelota con una agilidad que solo él poseía. La promesa que había sido desde aquel primer pase que dio en los potreros polvorientos de su escuela, ahora convertida en una realidad mundial.
El viento movía las banderas, las luces del estadio reflejaban en su rostro la misma mezcla de emociones que sentía en su pecho. Estaba allí, como había estado tantas veces antes, pero la distancia entre ellos era ahora tan grande que parecía que los años de amistad, de risas compartidas en los pasillos, de sueños y secretos guardados, fueran solo recuerdos de una vida que ya no le pertenecía.
Habían sido inseparables, dos almas que crecieron entrelazadas, pero un momento, un gesto, había cambiado todo entre ellos. Un gesto que, aunque no lo decía en voz alta, los dos sabían que marcaba el principio de algo que ninguno estaba preparado para enfrentar. La mirada de Santino, esa mirada que alguna vez la había llenado de promesas, ahora la atravesaba de una manera diferente. Ella se había alejado, lo había hecho en silencio, como si desaparecer fuera la única forma de protegerlo.
Miró hacia abajo, observando cómo él, en el centro de la cancha, celebraba un gol con una sonrisa que todos conocían, menos ella. Ese Santino, el que siempre soñó con alcanzar las estrellas, ahora brillaba más que nunca, mientras que ella, allí en las tribunas, se sentía como una extraña en su propia vida. Alejarse había sido lo más difícil que había hecho, pero lo hizo porque sabía que había algo en su corazón que nunca podría contarle. Un secreto, un peso que la obligó a desaparecer sin dejar rastro.
Dos años después, sus caminos se cruzaron nuevamente. Ella, trabajando para quienes manejaban su carrera; él, convertido en la estrella que todos querían, pero que ya no era el mismo Santino que alguna vez conoció. El reencuentro, aunque inevitable, no traía consigo solo nostalgia, sino también un amor que, aunque enterrado en su pecho, seguía vivo, más fuerte que nunca.
Y entre ellos, ese lazo invisible, ese secreto que aún los unía, seguía siendo el mismo. No importaba lo lejos que estuvieran, no importaba cuántas veces intentaran ignorarlo: no había vuelta atrás.
CAPÍTULO 1.
La historia de ellos comenzaba mucho antes de que pudieran recordarlo. Angelina Davis tenía dos mejores amigos: Sofía Díaz y Santino Guevara. Los tres cursaban el último año de preparatoria, una etapa que, aunque prometía emociones fuertes, también traía consigo la nostalgia de lo que pronto quedaría atrás.
Esa historia —la que realmente importaba— comenzaba el primer día del último año escolar.
Tres años atrás...
Como cada mañana, Angelina desayunó, se colocó el uniforme y salió de casa justo al mismo tiempo que Santino. Era una rutina que parecía coreografiada. Después de todo, habían sido inseparables desde muy chicos. Sus padres eran amigos desde antes de que ellos nacieran, y vivir en casas enfrentadas solo fortaleció un lazo que parecía inevitable.
Caminaron juntos hacia el colegio, como siempre. Santino, con su sonrisa confiada y su aire despreocupado, era uno de los chicos más deseados de la escuela. Las chicas suspiraban por él y por sus inseparables amigos: Sebastián Flores y Felipe Álvarez. Angelina, por su parte, guardaba en secreto un enamoramiento por Sebastián desde que él llegó al instituto el año anterior. Sabía que era un amor imposible. Desde su llegada, Sebastián solo tenía ojos para Ximena Gómez, la líder de las porristas. Aunque se rumoraba una posible ruptura durante las vacaciones, Angelina seguía convencida de que ellos eran tal para cual.
Al llegar al colegio, como era costumbre, Santino fue rodeado por su séquito de admiradoras. Angelina se despidió con una sonrisa y se dirigió a buscar a Sofía, su amiga de toda la vida.
Sofía, como la mayoría de las chicas del colegio, estaba completamente enamorada de los futbolistas. Así los llamaban: Santino, Felipe y Sebastián. Eran la delantera estrella del equipo de futbol de la escuela: “Los Galácticos".
—¿Supiste lo de la fiesta que organizará la Fraternidad Beta este viernes? —preguntó Sofía con entusiasmo—. ¡Deberíamos ir!
—Claro, suena bien —respondió Angelina, dejándose caer en su silla con un suspiro—. Después de todo, es nuestro último año.
—¿De qué hablan? —interrumpió Santino, que compartía clase con ellas.
—De la fiesta universitaria —dijo Sofía, aún más emocionada al tener su atención—. Le decía a Angie que deberíamos ir.
—¿Y desde cuándo tienen invitación a una fiesta universitaria? —bromeó Santino, alzando una ceja.
—Supongo que ser amigas de Santino Guevara tiene sus beneficios.
—Touche —respondió él, divertido.
—¿Vamos a ir, verdad? —preguntó Angelina, con una mezcla de ilusión y duda.
—Por supuesto que sí. Además, no te olvides que ese viernes es el primer partido de "Los Galácticos" —agregó Santino, pellizcándole la mejilla con complicidad—. Tenés que ir a verme.
—¿Cuándo me he perdido un partido tuyo? ¡Claro que estaremos allí! —respondió ella, sonriendo.
Los días pasaron más rápido de lo esperado, y pronto llegó el viernes. Camino al colegio, Angelina notó que Santino estaba más callado de lo habitual.
—¿Todo bien? —le preguntó con suavidad.
—Sí... solo estoy algo nervioso por el partido.
—Lo harás bien. ¿Te acordás de todo lo que hablamos?
—Sí. Si todo sale como espero, podría conseguir una beca deportiva. Pero no puedo evitar sentirme presionado… habrá cazatalentos mirando cada jugada.
—Vas a hacerlo excelente —dijo ella con firmeza—. Y cuando estés jugando en Europa, yo estaré en la tribuna, gritando por vos. Y cuando seas famoso, me haré rica vendiendo tus autógrafos.
Santino soltó una carcajada.
—Sos la mejor. Te prometo que cada gol que haga será para vos.
—Entonces, ¡arriba ese ánimo! No por nada llevás el número 10 —dijo Angelina, dándole una palmada alentadora en la espalda.
Santino le devolvió una sonrisa amplia y la abrazó con fuerza. Así, entre palabras de aliento y complicidad, llegaron a la escuela, sin saber que ese año marcaría sus vidas para siempre.
CAPÍTULO 2.
Por la tarde, Angelina se sentó en las tribunas, hechas de cemento, para alentar a su mejor amigo. Sofía se acomodó a su lado, trayendo con ella dos conos de papas fritas y refrescos para el partido.
—He notado que los chicos están nerviosos, ¿no crees? —preguntó Sofía, masticando una papa.
—Sí, definitivamente. Supongo que se debe a que este año les comenzarán a llegar las ofertas de los grandes clubes… y las universidades también. —Exclamó Angelina, mientras observaba cómo se preparaban para el partido.
Los chicos comenzaron a ingresar al campo para enfrentarse a "Los Linces".
Angie levantó la bandera que siempre llevaba a los partidos, una con el logo de “Los Galácticos” y el autógrafo de Santi.
Cuando comenzó a jugar en el equipo, le pidió que se la firmara, prometiéndole que la llevaría a cada partido que jugara, incluso cuando fuera profesional. El partido ya había comenzado y se notaban los nervios en el equipo local. Los Galácticos jugaban mal, y eso les costó un gol de Los Linces al final del primer tiempo.
Mientras tanto, las porristas comenzaron su show de medio tiempo, esperando el inicio de la segunda parte.
—Ahí está el grupo de las tontas descerebradas. —Sofía refunfuñó.
El equipo de las porristas estaba liderado por Ximena Gómez, la exnovia de Sebastián Flores. Una niña rica de padres separados a la que le daban todo lo que quería. Podría decirse que era la “villana” en esta historia. Y luego estaba Julia Fernández, su mejor amiga. Aunque Julia era amable y compañera, no dejaba de estar manipulada por Ximena.
El partido terminó con una derrota de nuestros Galácticos: 2-0 a favor de Los Linces.
Después de la derrota, Angelina se despidió de Sofía, prometiéndole que la vería en la fiesta de la fraternidad esa noche, y fue a esperar a Santino afuera de los vestuarios.
Unos minutos después, él salió. Estaba furioso. Detrás de él venía Sebastián, tratando de alcanzarlo. Angelina corrió hasta detenerlos, y sus mejillas se sonrojaron al ver ese cuerpo escultural, todo sudado.
Sebastián intentaba calmar a Santino, pero sin éxito. Ella Supuso que su ira se debía a lo mal que había jugado en el partido.
—Santi... —Exclamó, acercándose—. Tenés que calmarte. Lo hiciste bien.
—Jugué pésimo, Angelina. —Respondió, su voz cargada de frustración.
—Escúchala. —Sebastián la miró—. Aún podemos hacerlo. Es solo el primer partido. Aún tenemos tiempo para seguir en la competición.
—¿Cómo lo haremos? Tenemos a los equipos más fuertes en nuestro grupo. Dependemos del próximo partido para seguir en carrera, y de los demás resultados. —Respondió Santino, su tono desanimado.
—Lo que has dicho es cierto. Pero aún hay tiempo. —Dijo ella con firmeza.
—Angelina tiene razón. —Asintió Sebastián—. En fin, tengo que irme. Nos vemos en la fiesta esta noche. —Dijo guiñándole un ojo, haciendo que se derritiera por dentro.
Luego, ella tomó a Santino del brazo y comenzaron a caminar rumbo a casa. Pero en el camino, se detuvo en la plaza y la arrastró con él. Se paró frente a ella, mirándola fijamente.
—¿Qué fue eso con Sebastián? —Preguntó, con una mirada inquisitiva.
—No sé de qué hablas. Sebastián jamás se fijaría en mí. —Respondió, evitando su mirada.
—No estés tan segura. Además… Has estado enamorada de él desde que llegó al instituto. Deberías decirle.
—Muchas chicas están enamoradas de él, Santino.
—Tienes poca confianza en vos misma. Vos no sos como todas las chicas. —Dijo, con tono serio.
—¿Y vos? ¿A quién amas? En estos veinte años de amistad, nunca te he conocido una novia. —Le lanzó la pregunta, desafiándolo.
Él comenzó a reír, aliviado por el cambio de tema.
—Pues, eso se debe a que hemos sido amigos desde que nacimos. Y lo lógico sería que tomemos solo cinco años, los legales. —Dijo riendo, con esa risa despreocupada que siempre la había hecho sentir a gusto.
—Está bien. Tenés un punto. —Respondió, sonriendo.
—Y en respuesta a tu pregunta, soy un alma libre. Solo me interesa divertirme, ser el mejor del mundo, y que vos, chaparrita, estés ahí en las gradas para dedicarte cada gol que haga. —Su sonrisa se ensanchó.
Angelina sonrió, agradecida por su apoyo incondicional. A pesar de todo lo que estaba pasando, sabía que siempre podría contar con él.
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