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CARICIAS DE ESPERANZA

Capítulo 1 Con las manos vacías

—¡Señorita Moreno, por favor pague la cuenta hoy mismo! ¡O de lo contrario suspenderemos el tratamiento de su hermano!

Al oír esas palabras, Renata apagó el teléfono con el corazón roto. Tres días atrás, su hermano tuvo que ser hospitalizado por un diagnóstico de leucemia. Ella no podía permitirse el elevado costo del tratamiento. Sin embargo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para salvarlo…

Vestida con el uniforme del personal del hotel, Renata se quedó en el pasillo. Luego de un momento, se armó de valor y llamó a la puerta con sus hermosos dedos:

—Disculpe, señor. Vengo a servir la comida. Por favor, abra.

En cuanto se abrió la puerta, alguien la sujetó por la cintura. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso fue descubierta? Renata intentó apartar al hombre con las manos mientras decía: —Señor Sánchez, sólo he venido a dejarle la comida... ¡Ah!

—No te muevas —ordenó. La voz del hombre era tan grave y profunda como la de un fantasma infernal. A Renata se le hizo un nudo en la garganta y no se atrevió a hablar. Al momento siguiente, el hombre la cargó en brazos y la arrojó sobre la enorme y esponjosa cama. Al darse cuenta de lo que ocurría, ella comenzó a forcejear.

—¡Maldito! ¡No me toques! —gritó. Entonces, se dio cuenta que la persona que tenía delante no era el Sr. Sánchez.

En los ojos del hombre brilló una pizca de crueldad y le sostuvo las manos por encima de la cabeza con un rápido movimiento. Como si fuera un demonio, dijo con voz grave: —Jovencita, no te atrevas a reñirme…

—Usted, usted no es el Sr. Sánchez. ¿Quién eres?

—Bueno... —se burló mientras la presionaba contra la cama. Pero mientras Renata luchaba, no hizo más que despertar su deseo, haciendo que las venas en sus sienes se hicieran más visibles.

«Esta mujer no debería estar aquí», pensó. Hacía dos horas, lo habían drogado, por lo que en ese momento sentía un calor por todo el cuerpo. Sin embargo, la muchacha era tan poco comunicativa que no dejaba de removerse entre sus brazos, sacándole todo el autocontrol que le quedaba.

—Si eres obediente, asumiré la responsabilidad —declaró. Tras decir eso, la besó con sus cálidos labios. Y las lágrimas corrieron por el bello rostro de Renata.

Tres horas después, despertó. El hombre se había ido, y el indescriptible dolor entre sus piernas le recordó lo que había sucedido: ¡Ese hombre le robó su virginidad!

Mientras estaba perdida en sus pensamientos, recibió una llamada de su mejor amiga, Elena. El día anterior, le había pedido que le tomara fotos obscenas al Sr. Sánchez y a su amante, y le prometió darle treinta mil euros. Sin embargo, fracasó... Así que no le daría ni un centavo.

—Hola, Elena. Yo…

—¡Renata! ¿Por qué no fuiste a la habitación de Carlos Sánchez? ¿No quieres el dinero? Si te comportas así, no puedo ayudarte. No me llames más —gritó la mujer al otro lado de la línea, furiosa porque había arruinado su plan. Elena había conspirado para que Renata se acostara con Carlos. Si su plan tenía éxito, ella sería la heroína de la próxima película de Carlos. ¡Pero al final lo estropeó!

—¿Hola? ¿Hola?

Al oír el tono que indicaba que la llamada había finalizado, Renata no pudo contener más las lágrimas y lloró con fuerza. No fue hasta que salió de la habitación que se dio cuenta de que había entrado en la suite equivocada.

¿Por qué su vida era tan miserable? Ella lo arruinó todo. Perdió su virginidad y tampoco pudo conseguir el dinero para el tratamiento de su hermano. ¿Qué debía hacer para salvarlo? Quería suplicar a Elena que le diera otra oportunidad, pero en cuanto llegó a la puerta de la habitación correcta, escuchó el dudoso sonido del coqueteo en el interior, que se hacía cada vez más fuerte:

—¡Ah! Sr. Sánchez, ¿no cree que soy mejor que Renata?

—¡Claro que eres mejor que ella!

—Entonces no se enfade. Me quedaré con usted unas cuantas noches más. En cuanto a Renata, encontraré otra oportunidad para invitarla a su habitación...

Al escuchar la coqueta voz de Elena, comprendió todo de inmediato: Su mejor amiga se aprovechó de su desgracia cuando su hermano estaba enfermo y quiso mandarla a la habitación de un hombre malicioso.

Así, al darse cuenta, sus ojos se llenaron de sorpresa y confusión. Abrió la puerta de una patada y los que estaban dentro entraron pánico al darse vuelta. Al verla llegar, Elena preguntó:

—Renata, ¿qué haces aquí?

—¿Si no venía, entonces cómo iba a enterarme de tus verdaderas intenciones? —se burló. No esperaba que su mejor amiga le tendiera una trampa. Entonces, sacó su teléfono y empezó a grabar un vídeo mientras decía—: Elena, ¿crees que voy a publicar el vídeo en Internet de inmediato?

Ya que Elena era tan despiadada, ¡no iba a mostrar piedad! Y en efecto, la otra mujer casi se estremece al escuchar lo que dijo. Ella siempre mostró una imagen pura en público. Si el vídeo se difundía, ¡el resto de su vida se arruinaría!

—Renata, sólo quieres dinero, ¿verdad? Te daré el dinero. Deja el teléfono —arremetió Elena, enfadada.

—¿Dónde está el dinero? —preguntó con tono gélido. Y Elena estaba tan asustada que tuvo que darle la suma que había preparado por adelantado para ella.

Para Renata, los treinta mil euros no eran sólo dinero, sino también la vida de su hermano. Así que lo agarró y se aseguró de que la cantidad era correcta. Luego borró el vídeo delante de Elena.

—A partir de ahora, ya no somos amigas —declaró. No dijo nada más y sólo asumió que se había equivocado al pensar que era una buena persona.

Vigilante, se dio la vuelta y salió corriendo. Pronto el grito de los guardias de seguridad que la perseguían llegó desde atrás.

Capítulo 2 Sálvame

«¡Maldita sea!», pensó. ¡Elena pidió a los guardias de seguridad que la atraparan!

—¡Ah!

Renata estaba tan concentrada en deshacerse de la gente que la perseguía que no vio a la persona que tenía delante. Por accidente, chocó con los brazos de alguien, y el impacto fue tan fuerte que se le llenaron los ojos de lágrimas por el dolor.

—¿Quién es usted? ¿Cómo se atreve a molestar al Sr. Martin?

—Lo siento, no era mi intención —se disculpó de inmediato. Estaba a punto de irse cuando le agarraron la muñeca, y presa del pánico, levantó la cabeza para ver al hombre que tenía delante. Sus rasgos eran delicados y su pelo estaba cuidadosamente arreglado. Su aura digna lo hacía parecer inaccesible.

Renata no pudo evitar mirarlo, y solo una mirada hizo que se aterrorizara, sin siquiera darse cuenta.

—Zorra, a dónde crees que vas. ¿Cómo te atreves a grabar un vídeo y amenazarme? ¿Acaso quieres morir? —la seguían amenazando.

—Señorita, ha molestado al Sr. Martin. ¿Cree que puede irse así?

«¿Sr. Martin? ¿Quién es el Sr. Martin?», pensó apresurada. Al ver que los que la perseguían estaban a punto de alcanzarla, estuvo a punto de llorar de ansiedad. Debía llevarse el dinero. Era para salvar la vida de su hermano. Así, después de pensarlo, decidió pedir ayuda al llamado «Sr. Martin». No importaba quién fuera, pero parecía ser poderoso y nadie se atrevería a ofenderlo.

Después de echar un vistazo a la mano en su muñeca, se inclinó de repente y abrazó al hombre como un pulpo, diciendo: —Cariño, ¿por qué llegas tan tarde? Te extrañé demasiado…

El rostro de Daniel Martin se ensombreció. Un destello de displicencia cruzó su rostro y repitió con indiferencia: —¿Cariño?

—Sí, estoy muy asustada. Alguien me siguió mientras no estabas. Querían venderme a un viejo… —respondió ella asintiendo con vehemencia y forzando una sonrisa. A esas alturas, sintió que no tenía otra opción. En efecto, un hombre de más de 40 años se acercaba con varias personas detrás; y Daniel les lanzó una mirada penetrante.

—Señor, ayúdeme, por favor. Si me salva, estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por usted —imploró Renata.

Daniel sintió la desesperación en su suave voz mientras miraba a la chica que le sujetaba el brazo y le suplicaba.

Hacía unos segundos, le pareció oler una fragancia familiar, así que estiró la mano para agarrarle la muñeca. Pero no esperaba que fuera una chica tan codiciosa. Él no quería meterse en los asuntos de los demás, así que la rechazó con indiferencia.

En ese momento, Carlos la alcanzó diciendo: —Renata, puta. Deberías sentirte honrada de tener la oportunidad de acostarte conmigo. ¿Cómo te atreves a amenazarme? Te voy a dar una lección.

Pata su sorpresa, Renata fue empujada por Daniel y tropezó, haciendo que los billetes en sus brazos se esparcieran por el suelo. De inmediato, se arrodilló para recogerlos.

Pero al verla así, Carlos se interesó. Pisó los billetes con sus gordos pies y dijo: —¿No has sido muy arrogante hace un momento? Si me prometes ser mi amante, pagaré el tratamiento de tu hermano. ¿Qué te parece? ¿No es un gran trato?

«La ropa de la chica está desaliñada. De seguro ya fue tocada por muchos hombres», pensó Carlos. Pero a él no le importaba. Solo estaba interesado en jugar con ella.

—Pequeña zorra, te has acostado con otro de todos modos. No me rechaces. ¡Sería una suerte para tí servirme!

A Renata se le escaparon las lágrimas. Cuando Carlos le tocó la barbilla con su sucia y gorda mano, ella se limitó a esquivar y a seguir recogiendo el dinero del suelo.

—¡Ah!

De repente, oyó un bramido. Era Carlos que gritaba de dolor:

—¿Quién... quién eres? ¿Cómo te atreves a meterte en mis asuntos? Lo creas o no, yo... ¡Ah!

—¿Cómo te atreves a ofender al Sr. Martin? ¿Acaso quieres morir?

Asustada, Renata se puso pálida. Se sentó en el suelo, perdida. En ese momento, una delgada mano apareció frente a ella.

—Levántate —dijo Daniel con su fría voz.

—Gracias, señor.

El cuerpo de Renata temblaba y había lágrimas en sus gruesas pestañas. Su mirada lastimera hacía que la gente quisiera protegerla, y hasta Daniel tuvo una extraña sensación.

El guardaespaldas de Daniel atrapó a Carlos, quien quería arremeter contra su jefe antes de ser detenido por él.

—Chica, tienes mucha suerte de haberte encontrado al Sr. Martin. Toma el dinero y vete. Encuentra un trabajo decente y no vuelvas a hacer algo así —declaró la asistente de Daniel.

Renata se mordió los labios en silencio. Mientras, la asistente recogió todos los billetes esparcidos por el suelo y se los entregó a Daniel, que a su vez se los devolvió a ella. Cuando lo hizo, le tocó la punta del dedo por accidente, sintiendo su fría y húmeda piel.

Renata dejó de llorar, se levantó y le hizo una profunda reverencia: —Señor... Señor Martin, gracias por salvarme. Haré todo lo posible para compensarle.

Capítulo 3 - Pasado, presente y futuro

—Ja, vamos. Ni se te ocurra intentar seducir al señor Martin. Sólo vete —dijo el asistente, ahuyentando a Renata como si fuera un perro callejero. Y mientras se retiraban, ella pudo ver cómo desaparecían de su vista.

En el interior de un Porsche de edición limitada, fuera del hotel, el asistente suplicaba el perdón de su jefe: —¡Sr. Martin, por favor, perdóneme por mi error de anoche!

Fue culpa de la asistente que Martin fuera drogado la noche anterior, y que luego terminara teniendo sexo con una mujer que ni siquiera conocía.

—Todo es tu culpa —gruñó Martin como si fuera el líder de los demonios que había ascendido del infierno. Sin embargo, cuando recordó el incidente de la noche anterior, no pudo evitar ahogarse en los pensamientos que le recordaron los gemidos y el cuerpo tembloroso de la mujer. La imagen se repetía en su mente una y otra vez.

Además, si no fuera por esa mujer con la que había pasado una noche por accidente, nunca habría ayudado a la dama que se había topado con él hacía un momento.

Martin pudo darse cuenta de que la mujer con la que tuvo sexo era virgen; porque al día siguiente, cuando se levantó, la mujer ya no estaba y las sábanas estaban manchadas con sangre.

—¿Señor? —lo llamó Luis.

Martin se burló, y su expresión se volvió severa cuando ordenó: —Encuéntrala. No me importa lo que cueste, hazlo.

Al mismo tiempo, Renata corrió al hospital tan rápido como pudo. Nada más llegar, se dirigió a pagar la factura médica de su hermano menor. Sin embargo, cuando llegó a la sala, el joven no estaba.

—Tú debes ser Renata, supongo.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde está mi hermano? ¿A dónde lo has llevado? —preguntó. Sus ojos se abrieron de par en par.

La sala estaba tan silenciosa que era inquietante; y pudo divisar a un hombre de mediana edad de pie junto a la ventana. Por su aspecto, su traje y su costoso reloj, ella se dio cuenta al instante de que era una persona rica. Y no era otro que su padre biológico.

Cuando era pequeña, su vecina le había contado que su padre, que provenía de una familia pobre y que con el tiempo tuvo éxito, abandonó a su familia. Dejó a su esposa para que la criara sola a ella y a su hermano pequeño, pero su madre había fallecido tres años atrás.

Tres meses después, en Ciudad Riviera.

—Kevin, ¿cuándo me vas a dejar ver a mi hermano? —resonó una voz de pánico en la majestuosa mansión. Kevin, el padre biológico de Renata, la había amenazado con la vida de su hermano pequeño tres meses atrás, para que volviera con él a Ciudad Riviera.

—Te dejaré verlo en cuanto aceptes casarte con el joven señor de la familia Martin —anunció su padre. En el pasado, él había abandonado a su familia y se había casado con la hija de una familia acomodada para tener éxito en Ciudad Riviera. La madre de su nueva esposa le hizo prometer que si tenía una hija con ella, la casaría con el heredero de la familia Martin.

Pero las malas lenguas decían que el joven amo de la familia Martin era un lisiado inútil incapaz de conseguir algo. No había forma de que Kevin casara a su hija con un hombre tan inservible, pero necesitaba que alguien hiciera el sacrificio para poder obtener algo de dinero de esa prestigiosa familia.

—Renata, escucha. Si te casas con el joven amo de la familia Martin, no sólo te dejaré ver a tu hermanito, sino que le daré el mejor trato y lo enviaré a la mejor escuela del país. Incluso podrás disfrutar de todas las riquezas que te ofrecen —persuadió Kevin.

—Será mejor que lo pienses bien. ¿Es tu soltería más importante que la vida de tu hermano? — se burló su madrastra, y segunda esposa de Kevin. Luego continuó—: ¿Con qué frecuencia crees que una pueblerina como tú tiene la oportunidad de casarse y ser parte de una familia prestigiosa? Si no vas a ayudarnos, no tendremos más remedio que desconectar el soporte vital de tu hermano…

La madrastra incluso sacó su teléfono, pretendiendo llamar al hospital. Entonces, no había forma de que una débil joven como Renata pudiera ir en contra del deseo de esa familia. Al final, no tuvo más remedio que aceptar la propuesta forzada.

—¡Bien! ¡Lo haré!

—¿Ves? ¿No fue fácil? —se mofó la madrastra—. Deberías dar las gracias a tus antepasados por darte la oportunidad de casarte con el miembro de una familia tan acomodada.

Como ya no era virgen, no le importaba casarse con un lisiado si con ello podía salvar la vida de su hermano.

El día de la boda no tardó en llegar. No hubo una ceremonia extravagante ni una gran multitud. La familia Martin se limitó a enviar un Porsche para recogerla y entregarle a Kevin un regalo de boda, que era una cantidad considerable de dinero. Tanto él como su esposa aceptaron el presente con una enorme sonrisa. Cuando Renata se marchó, le recordaron que debía tratar a sus suegros con el máximo respeto.

—Mamá, papá, será mejor que cumplan su promesa y cuiden bien de mi hermano. Volveré a visitarlo cuando pueda —advirtió Renata con lágrimas rodando por sus mejillas cuando se disponía a entrar en el coche deportivo. Si le ocurría algo a su hermanito, se aseguraría de que ambos sufrieran.

—Señora Moreno, por favor, suba al coche —instó el mayordomo de la familia Martin. Renata asintió y entró en el costoso automóvil. Acto seguido, el deportivo negro se dirigió a toda velocidad hacia la mansión más cara del país: la de la familia Martin.

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