Sinceramente, no sabría por dónde comenzar mi historia. Tampoco sé en qué momento exacto nació en mí ese deseo irrefrenable de ser libre, de volar lejos de la tierra que vio morir a mi madre y con ella, una parte de mí.
Quizás todo comenzó con un cuento infantil.
Una historia narrada generación tras generación a las niñas del Imperio de Obelia. Un cuento que, en apariencia, pretendía enseñar humildad y obediencia, pero que en realidad era la primera jaula que nos encerraba sin cadenas visibles. A mí, sin embargo, ese cuento me hizo despertar.
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“Había una vez una pequeña niña que soñaba con convertirse en caballero. El mejor caballero de todo el imperio.
Pero el destino parecía reírse de sus sueños, porque ser caballero era un privilegio exclusivo de los hombres.
Cansada de restricciones y reglas absurdas, la niña huyó hacia el Lago de los Ángeles, un lugar envuelto en rumores de magia y deseos cumplidos.
Se plantó firme frente al agua y gritó:
—¿Por qué las chicas no podemos ser caballeros? ¡Si este lago es mágico, respóndeme!
Silencio. Hasta que, de pronto, el agua comenzó a brillar con destellos de colores desconocidos, y una voz etérea emergió de sus profundidades.
—Si deseas ser caballero, haz tu deseo. Pero todo deseo tiene un precio.
—No me importa el precio. Lo deseo con todo mi corazón.
—Entonces escucha: si fallas, si no estás a la altura de tu anhelo, tus sueños y anhelos serán míos. Vivirás una vida de arrepentimiento y dolor.
Sin más, el lago resplandeció y la niña cayó en un profundo sueño.
Al despertar, estaba en una habitación desconocida. Un hombre uniformado entró con prisa.
—Capitana, se ha hecho tarde. Por favor, despierte.
Desconcertada, se miró en el espejo. Era ella… pero, ¿por qué la llamaban capitana?
—El príncipe heredero la espera —añadió el soldado antes de retirarse.
Incrédula, saltó de alegría. Se vistió con premura y fue al encuentro del príncipe.
—Por fin llegas —dijo él con una sonrisa cálida—. Ha llegado la hora. Cuídame como siempre lo has hecho, mi capitana.
—Lo haré con todo mi corazón, Su Alteza.
Y partieron. Tras dos días de viaje, la tragedia cayó sobre ellos. En la madrugada del tercer día, fueron atacados por un dragón.
A pesar del valor de sus hombres, el príncipe murió, y la mayoría fue masacrada.
La niña —ahora capitana— fue una de las pocas sobrevivientes. Y por ello… fue despojada de su rango. Condenada por su “incompetencia”.
Desde entonces, vivió una vida de arrepentimiento, convencida de que nunca debió soñar.
Se juró no volver a soñar. Jamás.
FIN.”
Sí. Un cuento para niñas, cruel y efectivo. Así comenzaba nuestro adoctrinamiento. Nos encerraban en una prisión sin barrotes, diciéndonos que nuestros propósitos en la vida eran simples:
Casarnos con un hombre rico y de mayor estatus para elevar nuestra posición y la de nuestra familia.
Cuidar la moral y la reputación que dictaba la alta sociedad.
Tener tantos hijos varones como fuera posible, porque eso significaba que eras bendecida por la Diosa de Obelia. Si tenías hijas… eras señalada. Sucia. Pecadora.
Era normal acudir a banquetes y ver cómo los hombres se entregaban a los placeres de cortesanas, mientras sus esposas estaban sentadas a unos metros, fingiendo no ver nada. Ninguna sonreía. Ninguna era feliz. Todas eran muñecas elegantes, inmóviles, con sonrisas rotas y miradas vacías.
Mientras ellos gozaban… nosotras sufríamos.
Y así, las preguntas comenzaron a brotar en mi mente. Pequeñas brasas que pronto se volverían incendio.
¿Por qué debemos ser infelices?
¿Por qué debemos ser menos?
¿Acaso no nace un hombre del cuerpo de una mujer?
¿Estoy destinada a convertirme en una de ellas?
¿En una esposa de porcelana, rota por dentro?
¿POR QUÉ?
No.
Yo seré libre.
Me niego a convertirme en un adorno que respira.
Y así fue como, a mis quince años, empecé a planear cómo romper cada regla.
Cómo derribar al Imperio de Obelia desde adentro.
.
.
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Nos vemos en el próximo capítulo.🤗
Despierto en un pueblo envuelto por las llamas. Todo a mi alrededor está en ruinas. El humo ahoga el aire. El fuego consume cada rincón, como si la tierra misma estuviera llorando.
No sé dónde estoy.
Me llevo la mano a la cabeza con torpeza, y siento un líquido espeso, cálido.
Sangre.
La confusión me paraliza. Me duele el cuerpo, la cabeza late con fuerza. Miro a mi alrededor. Entre los escombros, una figura tiembla. Una joven, sucia, pálida, herida… pero con los ojos fijos en los míos.
—¡Melody! ¡AYÚDAME!
¿Me llamó por mi nombre?
Sus piernas están atrapadas bajo una viga. Corro hacia ella. No pienso. No entiendo. Solo corro. Y entonces, su voz cambia. Su mirada se apaga.
—Por favor… despierta ya —dice con voz suave, como si fuera parte de mí misma—. La próxima vez… no llegues tarde…
¿Qué está diciendo?
—¡AAAAH!
Me incorporo de golpe.
—¡PRINCESA! ¿LE SUCEDE ALGO?
La voz de Margo me arranca del abismo. Corro la vista por la habitación. Estoy de vuelta en mi cama, a salvo. La luz del amanecer se cuela por las cortinas, suave, indiferente.
—Estoy bien. Solo… fue una pesadilla.
—Me asustó —dice, respirando aliviada—. Le prepararé el baño de inmediato.
Margo ha sido mi sombra desde que tengo memoria. Hija de un conde aliado de la difunta emperatriz, mi madre. A diferencia de su padre, que siempre me pareció un hombre frío y calculador, Margo es luz.
Tiene el cabello castaño, corto hasta los hombros, piel clara y pecas suaves que le dan un aire infantil. Me lleva apenas un año. Es dulce, dedicada… quizás demasiado buena para vivir en este mundo.
Pero la pesadilla…
¿Quién era esa chica? ¿Por qué conocía mi nombre? ¿Por qué su rostro ya se desdibuja en mi memoria?
Hay cosas que no tienen sentido. Y sin embargo, hay que seguir.
—Margo, ¿cuál es la agenda de hoy?
—Después del almuerzo tiene una fiesta de té. El resto de la mañana lo tiene libre.
Una fiesta de té… otra reunión llena de sonrisas falsas y ojos tristes.
—Cancélala.
—Princesa… si la cancela otra vez, dirán que es arrogante. Ya van cinco.
Sus palabras me detienen. Miro sus ojos. La preocupación es genuina. No por los rumores… sino por mí.
Pobre Margo. Siempre tan leal. Siempre tan sola en mis batallas.
—Está bien —respondo con un suspiro—. Ayúdame a prepararme.
—¡Sí, Su Alteza!
—¿Dónde será la fiesta?
—En la residencia del Duque Williams. La invitación vino de la Duquesa, Cecilia.
Cecilia…
—Desde su boda no la he visto. Dicen que la luna de miel se alargó.
—Tuvo un accidente. Se rompió un brazo. Ya está recuperada.
¿Accidente? Claro…
El Duque no es tonto. Obligó a Cecilia a dar esta fiesta para silenciar rumores. Asegurar que todo está “bien”.
—Margo, dime la verdad. ¿Cecilia te pidió que me convencieras?
Ella se queda quieta. Me ayuda a salir del baño, en silencio.
—Margo.
—Lo siento… —responde al fin—. La Duquesa estaba muy triste. Me rogó que la convenciera… que hiciera lo que fuera necesario. No sabía qué más hacer.
Hace una reverencia profunda. Su frente toca el suelo. Casi me molesta verla así.
—Está bien —digo con voz baja—. Ya basta. Ayúdame con el vestido.
—Sí, Su Alteza —responde con una pequeña sonrisa.
⋯⋯⋯
Unas horas después…
Vamos en camino a la residencia del Duque Williams, en un carruaje que grita “familia real” desde lejos. Quise usar otro, algo más discreto, pero los preparativos fueron rápidos y no tuve opción.
La residencia está a las afueras de Obelia, casi como un fuerte. La familia Williams comanda una parte importante del ejército. Tienen soldados entrenados, influencias… y ahora, a Cecilia.
Ese hombre… dicen que es arrogante, misógino. Aunque, ¿quién no lo es aquí?
Le dobla la edad a Cecilia. Ella es apenas un año mayor que Margo. Cuando éramos pequeñas, las tres éramos inseparables. Jugábamos sin restricciones, ajenas al veneno de la corte.
Pero todo cambió cuando Cecilia llegó una tarde, llorando como nunca antes.
Un año atrás…
—Cecilia, cálmate. Cuéntame poco a poco —le decía mientras la abrazaba.
Ella apenas podía respirar.
—M-Melody… me voy a casar…
El mundo se detuvo. No había debutado. No tenía edad. No tenía elección.
Me quedé muda.
—¡Princesa! ¡Reaccione! ¡Aún no me he casado! —gritó, desesperada.
Y entonces me pellizcó.
—¡Auch! —reaccioné, sobándome el brazo—. Lo siento. Me quedé… ida. Gracias por despertarme.
—L-lo siento si le hice daño…
—No digas tonterías. Dime con quién.
—Con el Duque Williams… fue una orden del príncipe heredero. Mi padre aceptó. Es un buen trato para todos… menos para mí.
—¿Y tú sabes todo eso?
—He leído. Escuchado. Observado.
—¡Eres increíble! —le dije con orgullo—. Aunque esté prohibido para las mujeres saber de política… ¡me encanta que lo hagas!
—Gracias, Melody… sabía que me entenderías.
—Haré lo posible para evitar esa boda.
—No se esfuerce… no podrá.
—Lo haré porque eres mi amiga.
⋯⋯⋯
Desde ese día, asistí a todo evento posible. Busqué visibilidad. Influencia. Pero él lo notó. El príncipe. Adelantó la boda de Cecilia como castigo por mi atrevimiento.
Sentí que se me escapaba de las manos. Me odié por ser débil. Por ser solo una sombra dentro del palacio.
“Si ni siquiera yo, una princesa, puedo ayudar a mi amiga… ¿quién me ayudará cuando llegue mi turno?”
Una tarde, perdida entre la desesperación, irrumpí en la oficina del príncipe heredero. Entré sin tocar.
—Hasta que vienes —dijo con una sonrisa. Ordenó a los hombres en su sala que se fueran. Ellos obedecieron, aunque no sin mirarme con desdén.
—¿Té?
—No.
—Sabes por qué estoy aquí.
—Sí. Pero… ¿no prefieres hablar mientras bebemos algo? —dijo, caminando hacia mí con esa calma que irrita.
—Estás hermosa.
Nos quedamos cara a cara. Su presencia era fuerte. Dominante. Pero yo no aparté la vista.
—Vaya… —murmuró, alzando su mano hasta acariciar mi mejilla—. Me gustabas más cuando me llorabas y temías.
.
.
.
Continuará…
De un manotazo aparto su asquerosa mano de mi rostro. Camino con firmeza hacia una de las sillas en medio de la sala y me dejo caer con elegancia, sin mirarlo.
Asher se queda quieto, pero de pronto, como si le hiciera gracia la escena, suelta una risa baja.
—¿Cómo pudimos llegar a esto? —murmura.
—Vamos, Asher —le digo sin siquiera verlo—. Las cosas no volverán a ser como antes.
Escucho cómo aprieta la mandíbula. Lo conozco demasiado bien.
Hubo un tiempo en que fuimos cercanos. Amigos. Tal vez algo más… pero eso murió el día que se convirtió en príncipe heredero. Su ambición fue más grande que cualquier afecto que nos uniera.
Finalmente, se sienta frente a mí. Solo una pequeña mesa nos separa.
—¿Entonces has venido a rogarme que retire la orden de matrimonio de tu querida amiga? —pregunta con cinismo.
—Ja, no me hagas reír. Aunque te besara los pies, jamás harías algo solo por complacerme.
Cruzo los brazos. Mantengo la mirada firme.
—¿Por qué tan segura? Admítelo. Es tu orgullo lo que no te permite rogar.
Imbécil.
No caigas, Melody.
No le des el gusto.
—No estoy aquí para hablar de mi orgullo —digo con calma, aunque por dentro hiervo—. Estoy aquí para entender por qué lo hiciste.
—Oh, me decepcionas. Pensé que eras más lista —dice con una fingida expresión de pena—. Pero te lo diré: lo hice para obtener más poder.
Mi mano golpea la mesa con fuerza.
—¡No mientas! ¡Sabes muy bien que su lealtad es frágil como un recién nacido! ¡Lo hiciste solo para hacerme enojar!
Él sonríe.
Triunfante.
Maldito.
—Lo sabía —dice, satisfecho—. Si ya lo sabías, ¿por qué me preguntas? —se encoge de hombros con arrogancia—. Uní a dos personas que me matarían si pudieran… pero no soy tan idiota, Mily.
Mily.
Mi apodo de infancia.
El veneno de su burla me recorre la piel como fuego.
—Entonces lo hiciste solo para molestarme…
Siento las uñas clavándose en mis palmas. Mis puños tiemblan.
—Exacto. ¿Creías que no lo sabía? —dice mientras se levanta y me toma del mentón, obligándome a mirarlo—. Sé que planeabas escapar con esa niña dentro de unos meses… a Wheslan, ¿no?
Wheslan. El pequeño país vecino. Neutral. Silencioso. Seguro.
Mi garganta se seca.
¿Cómo lo supo? Solo Cecilia y yo lo sabíamos.
—Mily… ya te lo he dicho —su voz baja, pero llena de amenaza—: no intentes escapar. O las personas a tu alrededor empezarán a desaparecer… una por una.
⋯⋯⋯
Actualidad.
Después de aquel día, enterré la mitad de mi esperanza… y afilé la otra mitad como una espada.
Empecé a entrenar en secreto. Cambié mis rutinas. Confundí a los espías de Asher con una vida predecible, mientras en las sombras me preparaba.
No logré detener la boda de Cecilia. No pude hacer nada. Ni siquiera asistí. Solo la vi desde lejos. Cada vez que llegaba un invitado, su mirada se alzaba… buscándome. Pero nunca entré. El momento en que dijo “acepto”, me fui.
No volví a verla.
Hasta hoy.
—Princesa, ya hemos llegado —me informa Margo.
—Está bien.
La residencia del Duque Williams es una mezcla cruel entre lujo y encierro. Rejas doradas se abren frente a nosotras. En el jardín esperan cuatro damas. Cecilia está entre ellas.
Se ve nerviosa. Delicada. Casi irreal.
Me bajo del carruaje real. Todas hacen una reverencia perfecta.
—Bienvenida a la quinta estrella del Imperio —dicen al unísono.
—Gracias. Estoy deseando probar los postres —respondo, sonriendo con cortesía.
—Por aquí, Alteza. Permítame guiarla —dice Cecilia con voz suave.
La observo de cerca… y mi corazón se rompe.
Está delgada. Su vestido azul le queda grande. Sus ojos, antes vivaces, ahora parecen de vidrio. Su piel está pálida, casi enfermiza, y su maquillaje es tan grueso que parece una máscara.
Una muñeca rota.
—Su Alteza, ¿pasa algo? —pregunta Margo con preocupación.
Entonces me doy cuenta: estoy llorando.
—Sí… está bien. Ve tú adelante, quiero caminar un poco —le digo con rapidez. No quiero que las demás me vean así—. Ven, Margo.
No espero respuesta. La tomo del brazo y la llevo conmigo.
Cruzamos el jardín hasta llegar a una fuente de piedra blanca. Nos sentamos. El murmullo del agua es lo único que se escucha.
—Margo… ¿lo notaste? —pregunto en voz baja.
Ella titubea. Pero asiente.
—Todo esto es mi culpa, Margo —mi voz se rompe—. Ella… no es feliz. Está muriendo por dentro. Estoy segura de que él la golpea.
—No, princesa… no diga eso. La señorita Cecilia jamás la culparía.
—¿Y cómo puedes estar tan segura? ¡No hice nada! ¡No pude salvarla!
—Es verdad, Alteza… yo jamás la culparía.
Una voz suave. Que conozco demasiado bien.
Cecilia aparece, con pasos decididos. Me tiende un pañuelo. Lo tomo con manos temblorosas.
—Cecilia… tú no eres feliz, ¿verdad?
Ella baja la cabeza. Empieza a temblar.
De pronto, sus rodillas ceden. Cae al suelo y rompe en llanto.
Me acerco. La animo a que llore en mi regazo. Lo hace. Como una niña. Como antes.
—Hic… hic… Es verdad, Alteza. No soy feliz. Pero… ¿qué elección tengo? —dice entre sollozos. Luego se incorpora, y me mira con lágrimas en los ojos—. Aun así… jamás la culparía. Por nada.
Y me abraza.
Yo también la abrazo con fuerza. Como si pudiera protegerla del mundo entero.
Esta vez, no fallaré.
Te sacaré de aquí, Cecilia.
Aunque tenga que matar.
Serás libre.
Te lo juro.
⋯⋯⋯
Continuará…
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