Me preguntó si hay en el mundo una mujer que no me de dolores de cabeza. Una mujer que nunca desarrolle sentimientos por mi, una mujer que entienda la diferencia entre sexo y amor. Si la hay me encantaría conocerla. Hacerla mi amante y disfrutar la compañía sin compromisos.
¿Dónde encuentro una mujer así?
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Soy su esposa
Esther.
Abrí los ojos con mucha dificultad, me cuesta dormir en casa. Pero aquí por el cansancio y las horas frente la pantalla, me duelen los ojos y termino cerrándolos.
Un ruido me sobresalto, abrí los ojos rápido y levanté el rostro de mi escritorio. Carajo mi jefe.
— Buenos días. — Me levanté y saludé.
— ¿Buenos días? — Mire hacía la ventana, el sol casi se está ocultando.
— Lo siento. Lo siento mucho, no vuelve a pasar.
— ¿Así que sabes cómo disculparte? — ¿Era burla o felicidad? No sé. Jamás lo vi con esa expresión de ahora.
— Se formar una disculpa si tengo la culpa. En caso contrario no. — Se burló, está vez lo identifique muy bien.
— Próxima vez que la descubra durmiendo, saldrá por esa puerta con las peores recomendaciones. — Trague grueso. — ¿Le quedó claro?
— Si señor. — Inhale y exalte al verlo irse. Vaya que es imponente.
Cada día después de ese trate de no quedarme dormida, no quiero ser despedida. La soledad me estaba consumiendo. Extrañaba demasiado a Dylan, llevó más de un mes sin verlo. No vayas, piernas obedezcan.
¿Cómo termine aquí? Mi dignidad debería ser suficiente para no acercarme siquiera a su colonia.
Me di la vuelta. Pero alguien me descubrió.
— Esther. — Gire para encontrarme con el conserje.
— Hola.
— Tiene mucho que no te veo. ¿Cómo sigue tu novio?
— No entiendo.
— La última vez que lo vi salió de aquí en una ambulancia. — Mi corazón se aceleró.
— ¿Cuando fue eso?
— Hace unas tres semanas. Tal vez más. ¿Está bien?
— ¿Sabe a qué hospital lo llevaron? — Yo sabía que algo estaba mal. Yo sabía que el no ha dejado de amarme. ¿Por qué no le hice caso a mi instinto? Si algo le pasa me voy a odiar toda mi maldita vida.
Corrí cómo una loca, puedo jurar qué le ganó a la medalla de oro en este momento. En el hospital volví a correr cómo loca. La recepcionista me vio cómo si tuviera ocho brazos y cuatro piernas.
— Dylan Harrison. — Pregunté sin aliento. — ¿Dónde está el?
— ¿Es pariente?
— Soy su esposa. — De nuevo esa mirada. — ¿Dónde está mi esposo? — Le enseñe una foto de nosotros y ella suspiró, seguro no me había creído antes. Me dió el número de habitación y otra vez corrí. ¿Por qué el elevador es tan lento? Se abrió finalmente y salí a buscar la habitación. Entre y me lo encontré dormido, su hermoso cabello sedoso había desaparecido, en su lugar, solo había un coco sin pelo. Me mato verlo así. Juro que me sentí morir al verlo. Me acerque a tocarlo y sonreí. Es cálido, puse mi cabeza en su pecho, la vida me volvió al cuerpo cuándo sentí su corazón latiendo.
— ¿Esther? ¿Princesa eres tu? — Levanté la vista y sonreír. Me encanta el apodo que me puso. — ¿Estoy soñando contigo otra vez? — Tocó mi rostro con una de sus manos. Una pequeña sonrisa en sus labios.
— No amor. Estoy aquí, no es un sueño. — Bese sus labios con cuidado. Tengo miedo de lastimarlo.
— Tus labios se sienten reales.
— Lo son. Soy yo amor. — Su expresión cambio, abrió bien los ojos y me apartó.
— ¿Qué estás haciendo aquí? Vete. — Negué con la cabeza.
— No me voy.
— Te dije que no me buscarás. ¿Por qué mierda no haces caso? ¿Por qué viniste? Te deje claro que hay alguien más. Qué no te amo.
— ¿Dónde está esa mujer? ¿Ha? No la veo en ningún lado. — Me enojó que mencionara a la tipa que besó.
— Fue a buscarme algo de tomar.
— Y yo nací ayer.
— Vete de aquí.
— Ya te dije que no. Sácame si quieres.
— Pediré que te saquen. — Su tono de voz cambió, nunca me había hablado así. Esa no era razón suficiente para rendirme.
— Puedes pedir que me saquen de la habitación, pero nadie me sacará de tu vida, y mucho menos de tu corazón. Así cómo nadie podrá sacarte del mío.
— Vete de aquí. — Me dió la espalda. Con mucho cuidado entre a la cama y lo abrace.
— No me voy. Y hazle como quieras. Si me sacan volveré a entrar. No me importa si tengo que escalar el edificio, voy a venir.
— ¿Por qué eres así? — El se giro y vi una lágrima bajar por sus mejillas. — Aléjate. No soy una buena compañía. — Pegué mi cabeza a su pecho, cerré los ojos y los abrí de nuevo.
— En las buenas y malas. En la salud y la enfermedad. ¿Lo olvidaste?
— No fue una boda de verdad.
— Para mí lo fue. La más maravillosa boda que pude tener. — Agarre su mano suavemente. — Estaré contigo hasta que la muerte nos separe. — Sólo deseó que ese día no llegue pronto.
con que necesidad meter al primo loco, patético este capítulo, nada que ver