Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Venganza
La venganza de Hans no tardó en ejecutarse. Una noche, Ernesto fue interceptado a la salida de una de sus reuniones para vender la casa... Un trapo húmedo, un movimiento rápido, y al despertar, estaba atado a una silla en una sala amplia y sombría, iluminada apenas por antorchas.
Elysia no estaba allí; Hans había sido cuidadoso de mantenerla al margen, aunque en el fondo lo hacía por ella.
Al otro lado del muro, en una sala contigua, Clariet fue conducida por dos hombres de Hans. Luchó, pataleó, pero cuando la sostuvieron con firmeza y le hicieron beber una poción amarga, sus ojos se nublaron y su voz perdió el filtro de la mentira… habia bebido la pócima de la verdad…
Hans observaba todo con frialdad, mientras Ernesto, escondido tras un muro con rendijas, escuchaba cada palabra.
—Dime qué piensas de Ernesto —ordenó Hans, con voz grave.
Clariet soltó una carcajada amarga. —¿Ernesto? Ese pobre imbécil… —sus palabras fluyeron como veneno—. No me provoca más que asco. Lo ridículo que es, llegando cada día con regalos caros… ¡como si pudiera comprar mi amor con baratijas! —rió de nuevo, cruel, sincera—. No hay nada más entretenido que verlo humillarse solo, creyendo que algún día lo querré.
Ernesto, detrás del muro, sintió cómo su mundo se derrumbaba. La risa de Clariet lo atravesaba más que cualquier cuchillo.
Hans hizo una señal con la mano. Los guardias lo desataron y lo empujaron al centro de la sala, frente a ella. Ernesto cayó de rodillas, con la cara desencajada.
Clariet lo miró y, bajo el efecto de la pócima, no pudo callar. Su sonrisa se torció en un gesto de desprecio absoluto.
—¿Todavía no lo entiendes? —escupió—. Nunca te querré. Me das lástima, Ernesto. ¡Me río de ti cada vez que te marchas! Tu desesperación es patética…
Ernesto apretó los puños, temblando, sin saber si gritar, llorar o huir. El golpe que Elysia había intentado evitar había llegado con la fuerza de la verdad desnuda, imposible de ignorar.
Detrás de él, Hans lo observaba en silencio...
Ernesto, con el rostro desencajado, se levantó tambaleante. La pócima era necesaria: Clariet hablaba con la verdad de su corazón, y cada palabra era un látigo en su orgullo. Aun así, como un hombre ahogado que busca aire donde ya no lo hay, se acercó a ella.
—Clariet… —su voz temblaba, rota—. A pesar de todo… de lo que dijiste… yo realmente te quería.
Un silencio pesado cayó sobre la sala. Clariet lo miró, primero sorprendida, y luego estalló en una risa fría, afilada como vidrio.
—¿Querías? ¿Eso debería conmoverme? —se inclinó hacia él, mirándolo con absoluto desprecio—. Escúchalo bien, Ernesto: jamás estaré con un barón. Mínimo seré condesa.
Ernesto retrocedió un paso, como si esas palabras fueran un golpe más fuerte que cualquier otro.
Clariet entonces giró la cabeza y su mirada se clavó en Hans. Sus ojos brillaban con un deseo descarado, como si en medio de la crueldad hubiera encontrado una presa más interesante.
—Tú sí… —susurró, con un dejo de anhelo—. Un hombre como tú podría hacerme su condesa.
Hans se inclinó apenas hacia ella, con una sonrisa gélida que no era de seducción, sino de condena. Su voz retumbó en la sala, grave y cortante:
—Eres despreciable, Clariet. Y escucha bien: jamás serás mi condesa.
El silencio se hizo insoportable. Clariet palideció, sintiendo por primera vez que sus juegos no tenían poder en esa sala. Ernesto bajó la cabeza, roto, mientras Hans la miraba como si fuese menos que ceniza.
En ese instante, ambos comprendieron la diferencia: Ernesto había sido un iluso… pero Hans era un hombre que podía destruirlos sin siquiera alzar la voz.
Quiero uno así💕💕