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Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Cerca Del Cielo, Lejos De Ti

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido
Popularitas:466
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

En la Ciudad de México, como en cualquier otra ciudad del mundo, los jóvenes quieren volar. Quieren sentir que la vida se les escapa entre las manos y caminar cerca del cielo, lejos de todo lo que los ata. Valeria es una chica de secundaria: estudiosa, apasionada por la moda y con la ilusión de encontrar al amor de su vida. Santiago es todo lo contrario: vive rápido, entre calles peligrosas, carreras clandestinas y la lealtad de su pandilla, sin pensar en el mañana.

Cuando sus mundos chocan, la pasión, el riesgo y el deseo se mezclan en un torbellino que los arrastra sin remedio. Una historia de amor que desafía reglas, rompe corazones y demuestra que a veces, para sentirse vivos, hay que tocar el cielo… aunque signifique caer.

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Nueve

Dos años antes, colonia Doctores, CDMX.

Una tarde cualquiera, si no fuera porque traía recién estrenada su Italika nuevecita, todavía sin trucar. Santiago la estaba probando, orgulloso de ese rugido tímido que pronto pensaba volver más fiero. Al pasar frente a la cafetería El Dicho, donde solían juntarse los universitarios fresas que escapaban del bullicio, escuchó que alguien le gritaba:

—¡Quiúbo, Santiago!

Era Anita, la güerita que había conocido en un toquín de Caifanes en el Alicia. Se le acercó sonriente, con su falda tableada y mochila colgando de un hombro.

—¿Qué haces por acá? —preguntó él, bajando el volumen de los audífonos por donde sonaba El Son del Dolor.

—Nada, vengo de estudiar con un compa… voy pa’ la casa —contestó ella, encogiéndose de hombros.

Apenas alcanzaron a intercambiar esas palabras cuando, por detrás, alguien le tumbó la gorra.

—Tienes diez segundos pa’ que te largues, carnal —dijo una voz gruesa.

Era el Popeye, un tipo más grande, de brazos tatuados con vírgenes y calaveras, que se la pasaba colgado en la esquina con su bandita. Traía en la mano la gorra: una de esas tejidas de colores que estaban de moda en el tianguis de Tepito. Esa gorra se la había regalado su jefa; era lo único que tenía que lo hacía sentir protegido.

—¿Qué, no oíste? Lárgate, güey.

Anita miró alrededor, entendió de inmediato y mejor se fue alejando hacia el Eje, apretando el paso.

Santiago apagó la moto y se bajó. El grupo lo rodeó, pasándose la gorra como si fuera balón de fut en la azotea. Las risas reventaban contra las paredes grafiteadas con tags de la banda: Xibalbá, Furia Doctores, Rex Crew.

—¡Devuélvemela! —exigió.

—¿Oyeron? ¡Quiere su gorrita! —imitó Popeye, arrancando carcajadas de los demás. —¿Y qué, me vas a soltar un madrazo o qué? Ándale, pégame aquí. —Se señaló la barbilla con el mentón levantado.

Santiago lo miró, tragando saliva, la sangre hirviéndole. Dio un paso al frente, dispuesto a soltarle un golpe, pero antes de que alzara el brazo ya lo tenían agarrado por detrás.

El Popeye pasó la gorra a uno de los suyos y le metió un puñetazo seco en el ojo derecho. Sintió cómo la ceja se le abría. Luego lo empujaron contra el cortinazo metálico del café, que al ver el desmadre ya había cerrado antes de lo normal. Su pecho tronó contra el metal.

En segundos lo llovieron madrazos en la espalda. Luego lo voltearon y lo apretaron contra la cortina. Popeye le sujetó el cuello con ambas manos, lo pegó a las barras y empezó a darle cabezazos. Santiago intentaba cubrirse, pero el cabrón lo tenía bien agarrado. La sangre empezó a chorrearle de la nariz mientras escuchaba a lo lejos una voz femenina gritar:

—¡Ya bájenle, cabrones, lo van a matar!

Seguro era Anita.

Santiago trató de patear, pero no podía mover las piernas. Los golpes se escuchaban como eco, ya ni dolían, sólo retumbaban. Hasta que unos adultos intervinieron: transeúntes, la dueña del café, un señor que había salido del microbús que acababa de parar frente a la esquina con luces de neón alumbrando la fachada.

—¡Lárguense de aquí, bola de zánganos! —les gritaban mientras los jalaban de las chamarras o los empujaban hacia la calle.

Santiago cayó sentado en la banqueta, con la espalda recargada en la cortina. Frente a él, su moto tirada de lado, tal vez abollada de un costado. Chale, tanta pinche precaución y de todos modos ya estaba raspada.

—¿Estás bien, mijo? —una señora con mandil se acercó a verle la cara.

Él negó con la cabeza. En el suelo estaba la gorra de su madre. La recogió como si fuera lo único que valiera la pena en ese momento.

—Toma, hijo, agua —un don le acercó un vaso de unicel—. Traga despacio. Malditos vándalos… son los mismos de siempre, los de la esquina de Dr. Vértiz.

Santiago bebió despacio, agradeció con una mueca. Intentó levantarse, pero las piernas le flaquearon. Otro desconocido lo sostuvo antes de que se desplomara.

Mientras tanto, la ciudad rugía a su alrededor: un micro con estampitas de la Santa Muerte y luces verdes arrancó hacia Insurgentes, una rola de Molotov sonaba desde un puesto pirata, y en el cielo la tarde empezaba a pintarse de un naranja sucio, como si la CDMX también fuera testigo de su madriza.

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Maria Consuelo Rodriguez Berriz
Me gusta tu Novela, el contexto juvenil dónde se desarrolla es muy agradable. Gracias.
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