¿Qué pasa cuando el amor de tu vida está tan cerca que nunca lo viste venir? Lía siempre ha estado al lado de Nicolás. En los recreos, en las tareas, en los días buenos y los malos. Ella pensó que lo había superado. Que solo sería su mejor amigo. Hasta que en el último año, algo cambia. Y todo lo que callaron, todo lo que reprimieron, todo lo que creyeron imposible… empieza a desbordarse.
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No pasó nada…¿seguro?
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—¿Y no pasó nada? —preguntó Sofi por quinta vez esa mañana.
Yo trataba de abrir mi casillero mientras ella se cruzaba de brazos como detective de película barata.
—¿Qué parte de “no voy a hablar de eso” no se entendió?
—La parte en la que te pusiste nerviosa apenas dije Nico y casi te tragás el jugo de naranja de un solo trago.
Suspiré.
—No estoy nerviosa.
—Claro, claro. Por eso metiste tu cuaderno de arte en la mochila de historia, y al revés.
—¿Sofi?
—¿Sí?
—¿Quieres cambiar de tema?
—¿Y si no quiero?
Me giré, cruzándome con la mirada que me estaba esquivando desde que llegamos al colegio:
Nico.
Estaba en su casillero, el cabello más desordenado que de costumbre, y con esa sudadera gris que odiaba pero que a él se le veía malditamente bien.
Cuando nuestros ojos se cruzaron por un segundo, ambos miramos a otra parte como si fuéramos dos completos extraños con recuerdos muy específicos del otro sin ropa.
—¡Ajá! —exclamó Sofi.
—¿Qué?
—Lo viste. Él te vio. Y se miraron como en esas pelis donde el romance está por explotar en cámara lenta con música épica.
—Estás enferma.
—¿Y tú estás enamorada?
—¡Sofi!
—Ya, ya. Me callo. Pero admitilo, algo cambió. Se sienten como… cargados.
—¿Cargados?
—¡Sí! ¡Como batería emocional lista para explotar!
Yo solo la miré, sin saber si reírme o rogarle que se callara para siempre.
El timbre sonó.
—A clase, señora tensión.
—¿Me vas a seguir molestando todo el día?
—Hasta que alguno de los dos hable claro… definitivamente sí.—Sacó algunas cosas de su casillero y lo cerró—Dime la verdad, por favor —insistió Sofía, mientras caminábamos hacia la clase y mirándome con esos ojos de “sé todo, solo quiero escucharte decirlo”.
—¿Qué quieres que te diga?
—Literalmente. Los vi. Desnudos. En la cama. Enrollados como rollito primavera. Me vas a decir que no hicieron nada.
—¡Sofi!
—¡Ay, por favor! Admite que te acostaste con Nico, tonta.
Sentí que me atragantaba con mi propia saliva. Tosí, la miré horrorizada.
—No me acosté con Nico.
—¡Te vi en tarlipes con Nico! ¿Quieres que te dibuje el cuadro?
—¡No me acuerdo!
Silencio.
Sofía parpadeó.
—¿Cómo que no te acuerdas?
—Gracias al estúpido brownie… no me acuerdo de nada. O sea, sé que amanecí en la cama con él, sé que estaba completamente desnuda… sé que él también lo estaba… pero no me acuerdo de nada. Nada.
Ella me miró como si acabara de decirle que estaba embarazada de un extraterrestre.
—¿Estás bromeando, cierto?
—¡Ojalá! Estoy tan confundida, Sofi. Desperté y pensé que estaba teniendo un sueño húmedo de esos raros… hasta que vi sus… ya sabés… sus… atributos a plena luz de la mañana.
—Ya que lo viste en vivo y en directo…¿Qué tan grande lo tiene, querida?
—¡Sofía!
—Perdón, perdón… ¡es que es mucho para procesar!
—Él también se dio cuenta que estaba en esa situación sin recordar nada. Fue como… un momento rarísimo, él se cubrió, yo me cubrí, nos miramos como “¿QUÉ PASÓ?” y después nos pusimos nerviosos y…
—¿Se lo hablaron?
—Sí. O sea, intentamos. Pero fue más como dos personas entrando en pánico por no saber si acababan de arruinar su amistad o descubrir otra cosa. ¿Entiendes?
—Te entiendo… pero también entiendo que ESTÁS EN NEGACIÓN. Tu lo amás desde siempre.
—No.
—Sí.
—No.
—Lía…
—¡No sé! Es mi mejor amigo, Sofía. ¡¡Mi MEJOR AMIGO!! Y sí, a veces pienso en él de otra forma, pero nunca fue serio. O sea, no en serio real. Y ahora no sé qué pensar porque tengo lagunas mentales, una resaca emocional y un amigo de infancia que no me habla como antes.
—Porque seguro él sí se acuerda.
Me congelé.
—¿Y si fue él el que tomó la iniciativa?
—¿Y si fuiste tú?
—¡No digas eso!
—¡No sería tan terrible!
—Sofi…
—¿Sí?
—Tengo miedo.
—¿De que ya no sea tu amigo?
—De que lo sea para siempre.
Sofía me miró con ternura.
—Sabes que el único error que podrían cometer sería no hablar de esto como adultos. Y bueno… ustedes son adolescentes con hormonas y problemas existenciales, así que no espero milagros. Pero haz algo, aunque sea piénsalo.
Suspiré.
—¿Y tú qué harías?
—Le pediría que me follara otra vez. Solo que esta vez… bien despiertos.
—¡Sofi!
—¿Qué? ¡Que te lleve conciente, no con brownies mágicos de la perdición!
...📀...
La habitación estaba en silencio. La tele seguía encendida, pero en modo mudo. El aire acondicionado zumbaba suave, mientras yo me sentaba al borde de la cama de Nico, esperando que hablara.
Él estaba de pie, de espaldas a mí, con las manos en los bolsillos de la sudadera.
Lo notaba tenso. Callado.
Y eso, en él… no era normal.
—¿Nico?
Se giró despacio. Su expresión era diferente. No la típica cara de payaso que usaba para esquivar conversaciones incómodas.
Esta vez era él. En serio.
—Lía… tengo que decirte algo.
—¿Sobre esa noche?
Asintió. Se sentó a mi lado, pero dejando un espacio prudente entre nosotros.
—Ya lo recuerdo. Todo.
Tragué saliva.
—¿Y… por qué no me dijiste nada antes?
—Porque fue hace unas horas que lo recordé y no sabía cómo decírtelo. Porque… me siento horrible.
—¿Por qué?
Nico bajó la mirada, jugando con la cuerda del buzo.
—Porque te quiero demasiado, y no quería que lo que pasó arruinara eso. Porque te respeto. Porque… no habría querido que tu primera vez fuera así. ¿Entiendes? Medio dormida, sin memoria, sin saber si querías o no…
—Nico…
—Y me duele. Porque aunque no hicimos nada que no quisiéramos… no fue como debería haber sido. No fue especial, no fue cuidado, no fue… lo que tú merecías.
Lo miré. Su voz temblaba. Estaba siendo tan honesto que era tierno.
—Nico —dije bajito.
Y antes de que pudiera decir otra palabra, lo besé.
Sin avisar.
Sin planearlo.
Solo puse mi mano sobre su cuello y me acerqué hasta sentir su boca sobre la mía.
Suavemente.
Con todo lo que no habíamos dicho.
Él se quedó quieto por un segundo… y luego se separó, como si necesitara aire.
Me miró a los ojos, sin entender.
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque tengo suerte —respondí—. Porque si fue contigo… entonces no fue un error. Solo fue un mal timing.
Él soltó una risa nerviosa.
—¿No te molesta no acordarte?
—Obvio que me molesta. Me gustaría tener el recuerdo de la primera vez que estuve contigo… Pero más me molesta que estés cargando con toda esa culpa cuando yo también estuve ahí. Tu no me obligaste.
Nico suspiró. Tenía los ojos brillantes, como si estuviera al borde de algo que no sabía cómo controlar.
—No sabes lo que provocas en mi, Lía.
—Y tú tampoco.
Nos miramos un momento largo.
Esos segundos donde parece que el tiempo se detiene justo antes de que pase algo grande.
Y entonces él volvió a besarme.
Esta vez, fue diferente.
Más decidido.
Más él.
Sus manos se apoyaron en mi cintura y mi cuerpo se pegó al suyo como si fuera mi lugar natural. El aire se volvió caliente, denso, con cosquillas en la piel.
Pero justo cuando empezábamos a dejarnos llevar otra vez… Nico paró.
A centímetros de mi boca. Respirando agitado.
Sosteniéndome la cara entre las manos.
—Lía…
—¿Sí?
—Me gustás.
Me quedé muda.
No porque me sorprendiera.
Sino porque, después de tanto tiempo… por fin lo había dicho.
Y me gustaba cómo sonaba.