esta hermosa novela se trata de una mujer que dejó de vivir sus sueños juventud por dedicarse a sacar adelante a sus hermanos también nos muestra que que no importa la edad para conseguir el amor.
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capitulo 7
Mientras él le explicaba con mucha naturalidad cómo quería que quedara cada cosa y lo que iba a cambiar, ella ni siquiera le había prestado atención porque se había dedicado a mirarlo detenidamente. Lo que no se explicaba era por qué, entre más lo miraba, más le gustaba. No supo de dónde sacó el valor, pero con una voz suave, delicada y con un poco de inseguridad le preguntó:
—Señor Quintero…
El hombre se giró, quedando frente a frente con la mujer.
—¿Es usted casado?
A Enrique esa pregunta lo había tomado por sorpresa. Después de un largo rato pensando qué decirle, respondió:
—¿Por qué? ¿Estás pensando darme una oportunidad? No, señora Hernández, no soy casado.
Victoria se mordió el labio; sentía que las manos le sudaban. Luego tomó valor y volvió a preguntar:
—Pero me imagino que un hombre como usted… tan apuesto, con tanto dinero… es imposible que esté soltero. ¿Tiene novia?
El hombre levantó una ceja, se acercó más a ella, la tomó de la cintura con suavidad y la trajo hacia él. Incluso podía sentir la respiración de Victoria, demasiado acelerada.
—No, Victoria, no tengo novia. La que tenía… terminé con ella. Ahora soy un hombre soltero. Solo para ti.
Mientras él decía esa frase, ella no lo había apartado. Le gustaba demasiado la sensación que él le provocaba. Enrique acarició su mejilla y luego rozó sus labios con delicadeza. Estaban tan cerca que podía sentir los latidos del corazón de la mujer. Y eso le encantó.
Primero depositó un beso en su cuello y luego la trajo con más fuerza hacia él, comenzando a besarla con muchísima pasión. Ella se había olvidado por completo de lo que había dicho unas horas atrás, dejándose llevar por la sensación del momento, sintiendo cómo su piel se erizaba. En ese instante, ella sentía un deseo que hacía muchísimo tiempo no sentía.
Se encontraba tan excitada que ni cuenta se había dado de en qué momento él la había llevado hasta la cama, quedando encima de ella. El hombre era experto acariciando, y cada caricia la hacía sentirse viva. Sin ninguna pena había comenzado a acariciar uno de sus pechos mientras la besaba y recorría una de sus piernas, llegando hasta su glúteo. Cuando ella sintió dónde él estaba poniendo la mano, rápidamente se levantó de la cama, totalmente roja.
—Lo siento… esto no debió pasar. Creo que me dejé llevar por el momento…
Enrique volvió a traerla hacia él.
—¿Por qué te arrepientes de vivir? Actúas como una adolescente… incluso puedo llegar a decir que eres una mujer inexperta en el sexo. Estoy seguro de que yo, a mis 28 años, he cogido más que tú.
Ella se safó de sus brazos con rapidez.
—¿Tú tienes 28 años?
—Así es. Te mentí. No tengo 37 años. Soy un hombre de 28, pero tengo demasiada experiencia.
—Pero si tú solo eres un joven… Y yo me lo creí. Como luces tan serio… nunca pensé que tuvieras 28.
—¿Por qué me mentiste? ¿Por qué no dijiste la verdad? ¿A qué juegas, Enrique? Ahora no sé si lo que estás diciendo es verdad o es mentira. ¿Quién me asegura que no es otro juego?
—Claro que tengo 28 años, Victoria, y eso no cambia nada.
—Claro que sí cambia. No voy a salir con un joven como tú.
—Ah, ¿así que habías pensado salir conmigo? Claro que vamos a salir. Vamos a hacer el amor por cada rincón de esta habitación. Y sobre todo en esa hermosa cascada donde te encontré bañándote.
Ella intentó salir de la habitación, pero él la tomó con firmeza, mirándola directamente a los ojos.
—Deja de mirarme como si fuera un mocoso, porque no lo soy. Horas atrás no pensabas lo mismo, Victoria…
Mientras ella intentaba zafarse, volvió a aferrarse a sus labios. Y mientras la besaba, la sometía. Todo fue tan rápido que ni cuenta se dio de en qué momento él había bajado el cierre de su vestido, volviéndola a llevar a la cama. Entre más la acariciaba, más le gustaba. No podía decir lo mismo de los pantis que llevaba.
vaya, eran un horror, pensó él.
Mientras se deshacía del brasier, estaba decidido: haría que esa mujer le rogara que le hiciera el amor. Se aferró a uno de sus pechos, dándole caricias mientras ella perdía por completo el control.
En ese momento ella no tenía tiempo de pensar, solo de sentir. Él comenzó a besar cada centímetro de su piel y, al llegar a su zona íntima, se aferró al sabor exquisito que encontró allí. Cuando vio que estaba a punto de llegar al orgasmo, se detuvo. Le dio un suave beso en los labios.
—Quiero que vengas y me lo pidas, Victoria.
—Enrique… quiero que me hagas el amor… hazme tuya…
—Por ser tan rebelde y tratarme como un mocoso, no te voy a dar lo que tanto necesitas.
Ella no podía creerlo. Sostuvo sus pechos con una mano mientras buscaba su brasier.
—Este brasier también me lo quedo. Y estos pantis… ahora me pertenecen. Te compraré unos más sensuales —dijo mientras subía el cierre del vestido.
—Me encantaron las flores que tienes en tu finca. Me gustaría que siembres unas aquí… a mi madre le encantaban.
Él hablaba como si nada hubiera pasado, mientras Victoria tenía miles de sensaciones encontradas y aún estaba extremadamente excitada. Pero cuando lo escuchó hablar de su madre con voz suave, le preguntó:
—¿Tu madre murió?
—Sí. Cuando tenía 12 años. La atropellaron. Y tarde o temprano voy a dar con el que hizo eso. Me voy a vengar.
La expresión de Enrique era muchísimo más severa que la de siempre. Victoria, con voz dulce, respondió:
—Lo siento, Enrique… pero no debes buscar venganza. Tarde o temprano esa persona lo pagará. No te hieras más.
El hombre no respondió. Solo dijo:
—Plantaremos las flores… para que, cuando las mires, recuerdes a mi madre.
Al verla hablarle así, sintió algo diferente. Algo que no quería sentir. Algo que lo asustó.
—Ya puedes irte. No te estoy pidiendo consejos, Victoria. ¿Entendiste?
Ella no se enojó; lo miró con dulzura y comprensión. Se acercó, lo abrazó y le dio un beso en la mejilla, olvidándose por completo de lo que había pasado minutos atrás.