FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.
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Capítulo 7
Elena Gutiérrez sabía que fue prometida al nieto primogénito de Don Enrique López cuando aún usaba pañales.
Su padre, Arturo Gutiérrez, salvó la vida del Don, y con eso, los dos hombres sellaron el acuerdo.
Con el fallecimiento de su madre, su padre comenzó a presionar al Don para que cumpliera su palabra, y así, ahora estaba ella camino a la mansión López, donde la ceremonia de boda se realizaría.
El coche avanzaba lentamente por la carretera que llevaba hasta la imponente mansión López. El silencio reinaba, quebrado apenas por el sonido discreto del motor.
Elena se acomodó el vestido blanco de novia, pasando las manos nerviosas sobre la seda para alisar un vinco imaginario. A cada kilómetro, sentía el corazón latir más fuerte. Diez años de espera se resumían a aquel momento. Ella no osaba demostrar inseguridad. Su padre, sentado a su lado en el asiento de atrás, la observaba con atención.
—¿Estás preparada, hija?— preguntó, en tono bajo, casi grave.
Elena erigió el rostro y sonrió con firmeza.
—Más que nunca, papá.
Él asintió, pero su mirada denunciaba una preocupación silenciosa.
—Recuerda lo que conversamos. Este matrimonio es más que un acuerdo entre dos viejos amigos. Es la certeza de que serás protegida y cuidada.
—Lo sé— respondió ella con serenidad—. Pero, para mí, es también el inicio de una vida al lado de él. No te preocupes.
El coche estacionó delante de la entrada principal de la mansión, que estaba bajo un fuerte esquema de seguridad. La fachada iluminada por lámparas doradas y antorchas discretas, parecía salida de una pintura renacentista.
Invitados importantes ya se encontraban reunidos en el Jardín interno, donde había sido montado el altar. Al descender del coche, Elena sintió el peso de las miradas recayendo sobre ella. No se intimidó. Enderezó los hombros, erigió el mentón y dejó que su padre la condujese por el brazo.
El corredor de flores blancas parecía extenderse por una eternidad. Cada paso sonaba como un compás marcado. Elena podía sentir el leve temblor en las manos de su padre, él estaba emocionado, ella podía notarlo. En el fondo, próximo al altar, estaba Fernando López... el hombre de su vida, su príncipe.
Elena lo vio de lejos y contuvo la respiración. Él parecía aún más impresionante que en cualquier fotografía. Alto, postura impecable, el traje negro realzando la imponencia natural. Los cabellos oscuros peinados hacia atrás, dejaban evidente el trazo firme de la mandíbula.
Pero lo que más llamaba la atención no era su belleza, sino la frialdad que emanaba de él.
Ninguna sonrisa. Ninguna emoción. Apenas una mirada fija, casi inexpresiva, acompañando su aproximación.
Elena, no obstante, no se dejó abatir.
"Es apenas fachada, pensó. Y voy a conquistar a este hombre, como siempre supe que haría".
(Fernando López a los 30 años)
Cuando finalmente llegó al altar, se posicionó al lado de él. Por un instante, se permitió admirarlo más de cerca.
La firmeza en los ojos, la elegancia contenida, el porte que dominaba el ambiente. La indiferencia de Fernando apenas reforzó en Elena la voluntad de vencer aquella barrera.
La ceremonia tuvo inicio. Las palabras del celebrante resonaron por el jardín, mientras los invitados observaban en silencio respetuoso. Elena respondió a los votos con la voz firme, clara, transbordando confianza. Cada frase era una declaración silenciosa de que estaba lista para aquel destino.
Fernando, a su vez, mantuvo el tono neutro.
Su voz grave llenó el espacio, pero sin calor. Era como si recitase un compromiso inevitable, no como un deseo.
Llegado el momento de sellar la unión, todos esperaban el tradicional beso.
Elena sintió el corazón acelerar, segura de que aquel sería el instante en que podría vislumbrar una brecha en el muro de hielo que cercaba a su novio.
Pero Fernando, apenas se inclinó y depositó un beso breve en su frente. Un gesto respetuoso y cortés, profundamente distante.
Un murmullo discreto corrió entre los invitados, pero luego fue sofocado por el aplauso formal.
Elena mantuvo la sonrisa.
No dejaría trasparentar la decepción que amenazaba infiltrarse en su alma. Para todos los presentes, ella era una novia confiada, la mujer destinada a estar al lado de Don Fernando López.
Por dentro, sin embargo, se decía a sí misma:
"Este es apenas el comienzo. Él puede no amarme hoy, pero va a aprender a amar".
Y con esa promesa silenciosa, salió de manos dadas con el hombre que esperara por diez años. El marido que, en aquel instante, parecía tan distante como siempre lo había estado, en las páginas de las revistas.
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El sonido de los aplausos se mezclaba al leve tintinear de las copas de cristal. La ceremonia había terminado, y ahora todos se dirigían al salón principal de la mansión López donde un banquete espléndido aguardaba a los invitados.
La larga mesa, cubierta por un mantel de lino blanco y decorada con arreglos de rosas y lirios, reflejaba la imponencia de la ocasión.
Candelabros de plata lanzaban una luz suave que se esparcía por el ambiente, confiriendo un aire de nobleza casi atemporal. Criados circulaban discretamente, sirviendo vinos importados y entradas finamente preparadas.
Elena caminaba al lado de Fernando, con el brazo entrelazado al de él. Sentía la rigidez del cuerpo del marido, como si cada gesto fuese calculado para mantener la distancia. Aún así, mantenía la sonrisa, cumplimentando a cada invitado con la misma serenidad de quien nació para aquel lugar.
Ya acomodados a la mesa principal, los novios se tornaron el centro de las miradas. Mientras Elena conversaba con naturalidad, respondiendo preguntas, intercambiando palabras cordiales y hasta riendo de algunos comentarios, como le fue enseñado por años.
Fernando permanecía en una "burbuja propia". Bebía vino en pequeños sorbos, lanzaba miradas dispersas y parecía ansioso para que todo terminase.
Elena percibió, pero no dejó trasparentar.
"Él está de luto por la pérdida de su abuelo".
"No puedo esperar que él esté radiante. Necesito ser paciente."
Esos eran los pensamientos de la novia...
Su padre, Arturo Gutiérrez, sentado algunos lugares adelante, observaba a su hija silenciosamente.
Él lo consiguió.
Sabía que ahora su princesa tendría todo lo que siempre soñó y lo más importante: una familia.
Escondió sus problemas de salud muy bien, sabía que podría partir en paz. Un acuerdo que antes era apenas por honor, ahora era la salvación de su hija amada.
Sus días estaban llegando al fin y aún con un corazón frío, su yerno protegería a su niña...
De vez en cuando él intercambiaba una mirada con el novio, como si lo desafiase a corresponder al cariño de la joven esposa.
💥💥💥HOLA AMADITAS...
Prepárense para odiar aún más a Fernando López y tener rabia de Elena. Pero será necesario para que ella se torne fuerte. El dolor más profundo de una mujer hará de ella una fortaleza...
BESOS DE LUZ 💓💓💓