JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

—¡Maldito hijo de…! Vas a ver —exclama Monic antes de abrir la puerta y salir furiosa del coche, pero regresa y le arrebata a Lola la cruceta que aún tenía en sus manos.

Las otras mujeres la siguen, aunque con algo más de cautela. Monic avanza decidida hacia su esposo, que apenas se percata de su presencia cuando está a pocos metros.

Miguel se detiene en seco, su expresión cambiando de relajada a asustada en un segundo.

—¡Monic! ¿Qué haces aquí? —balbucea Miguel, retrocediendo con el rostro desencajado al verla sosteniendo la cruceta.

—¿Qué qué hago aquí? ¡¿Qué qué hago aquí?! —grita ella, furiosa—. Maldito miserable, no solo me engañas… ¡Encima descubro que se te moja la canoa! ¿Hasta cuándo pensabas verme la cara?

Da un paso al frente, pero antes de que pueda alcanzarlo, el otro hombre se interpone con una expresión de desprecio.

—No te preocupes, primor que aquí está tu macho para defenderte —le dice con orgullo, poniéndose entre Monic y el infiel.

Un sabor ácido le quema la garganta, y la bilis sube sin previo aviso. Se dobla sobre sí misma y vomita, su estómago retorciéndose en una mezcla de asco y furia. Se limpia la boca con el dorso de la mano y levanta la vista con una mueca de repulsión.

Clava la mirada en el hombre frente a ella. Al cual desconoce…

—Mira, idiota, contigo no tengo nada que hablar… Con el que tengo que arreglar las cosas es con ese medio hombre que está escondido detrás.

Miguel abre la boca, pero no logra articular palabra. Su amante cruza los brazos sobre el pecho y la mira con desafío.

—Mira, mujercita, menos mal que lo descubriste. Ya estábamos cansados de tener que esconder nuestro amor.

Monic suelta una risa amarga.

—¿Y yo qué culpa tengo de que al cacorro ese le dé miedo salir del clóset y no tenga los pantalones para reconocer que es mariposo?

—No es lo que parece… —intenta defenderse Miguel, nervioso. El secreto que lleva toda su vida ocultando… Salió a flote en par de segundos.

Monic lo aniquila con la mirada. Su amante, decepcionado por su cobardía, suspira con fastidio y se marcha, dejándolo solo.

—¡¿No es lo que parece?! —repite con sarcasmo—. Por favor, Miguel, esto no es una película barata. Acepta que eres un puto marica que le gusta que le den por atrás.

—¡Escúchame! —insiste él, alzando las manos en un gesto de paz—. Esto es algo que… que no quería que te enteraras así.

—¿Así? ¿Cómo, Miguel? ¿Acaso me ibas a invitar al desayuno de reconciliación después del motel? ¡Eres un imbécil! —grita ella, dando un paso hacia él.

Leticia y Lola se cruzan de brazos detrás de Monic. Marylin, sin saber cómo reaccionar, solo mira a su jefa con preocupación.

—¡Mira, lo siento! —Miguel traga saliva. Su mirada salta De Monic a sus amigas, como si buscara una salida. Sus manos tiemblan ligeramente cuando las sube en un gesto de paz—. Yo… no sabía cómo decirte esto.

—¿Cómo decirme qué? ¿Qué hace meses que no me tocas porque estás ocupado follándote a otro hombre? —Monic lo mira con una furia helada—. ¡Pues felicidades, Miguel! Ya no tienes que decírmelo.

Él intenta acercarse a ella, pero Monic levanta la cruceta para detenerlo. El color desaparece de su rostro. Sus pies retroceden instintivamente, como si quisiera esfumarse con la brisa.

—No te atrevas a tocarme —advierte—. Ahora lo único que quiero es que desaparezcas de mi vida. Te buscaré solo para que firmes los papeles del divorcio y espero que junto con ellos me entregues la custodia de mis hijos. Porque tú pequeño secreto podría aparecer… No sé…

—Monic, por favor… —murmura él, derrotado y con cargos de conciencia por no haber sido sincero, pero al ver la determinación de su esposa sabe que perdió a su familia por completo.

—¿Por favor? —Monic lo mira con desprecio—. El único favor que me haces es mantenerte lejos de mí.

El aire parece volverse más pesado con una nueva tensión. Marilyn entrecierra los ojos mirando en otra dirección.

—Señora Leticia —susurra Marilyn, acercándose con cautela—, ese que está saliendo de la habitación 18 con la rubia oxigenada… ¿Acaso no es el señor Mateo? —lo señala con su dedo acusador.

Leticia y Lola giran de inmediato en la dirección indicada, olvidándose momentáneamente del espectáculo de Monic.

El silencio se rompe con un jadeo ahogado. Leticia entrecierra los ojos y su respiración se vuelve irregular. Lola, en cambio, arquea una ceja y deja escapar un bufido sarcástico.

¡Ahí está… El muy cabrón! Despreocupado de la vida.

—¡Malnacido de mierda! —exclama Lola, indignada—. ¡Qué poco original, en la misma habitación!

En el umbral de la puerta, despreocupados y sonrientes, están Mateo, el esposo de Leticia y amante de Lola, junto a una joven rubia de cuerpo escultural que no parece tener más de veinte años. Ríen entre susurros cómplices, intercambiando miradas insinuantes, ajenos a las miradas asesinas que se ciñen sobre ellos.

Leticia avanza con pasos largos y firmes, deteniéndose en seco a pocos metros de ellos. Sus ojos se entrecierran y su expresión pasa del asombro a una ira contenida que amenaza con desbordarse.

Lola la sigue de cerca y, tras un instante de indignación silenciosa, suelta una carcajada amarga.

—Vaya, vaya… si no es nuestro querido Mateo —dice con ironía—. ¡Y con una Barbi de caja!

Su mirada recorre a la joven de pies a cabeza con descaro antes de añadir, entre risas mordaces:

—Pero esta también debe estar aquí por los reales, porque dudo que lo haga por el maní —se burla, señalando su dedo meñique con malicia.

Él se gira al escuchar su nombre, su sonrisa se desvanece al instante.

El rostro de Mateo se vuelve de un rojo intenso. Su mandíbula se aprieta y sus manos se cierran en puños, pero no dice nada. Solo intercambia una mirada rápida con la rubia, quien se aferra a su brazo con fingida inocencia.

—¡¿Qué demonios haces tú aquí?!