Ella siempre fue un experimento y nunca había visto el mundo exterior. Cuando al fin la dejaron salir, experimentó de primera mano la complejidad de los humanos y sobre todo, la vida en sí misma, salpicada de melodias alegres y tragicas.
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Capítulo 3
Ryan estaba furioso, pero no podía desquitarse como hubiese querido. Dispararle a la cabeza hubiese sido más que satisfactorio para que dejara de escupir tanta estupidez, sin embargo, no tuvo remedio más que solo darle una advertencia.
Sonrió con sorna, qué esperaba de los demás si la humanidad estaba prácticamente podrida hasta la medula, por ello la naturaleza misma los quería destruir pues se habían vuelto como un cáncer que además de consumir todo alrededor sin escrúpulos, se estaban destruyendo entre sí solo por satisfacción propia. La empatía se había evaporado con el pasar de los años y con la enfermedad más rara y mortal terminó de resquebrajar la poca conciencia que quedaba en la humanidad. Él mismo no era mejor que los demás, era un soldado, o al menos lo fue, acatando ordenes sin preguntar, sin saber a ciencia cierta si sus objetivos en verdad eran una amenaza para su pueblo o para solo una persona con intereses diferentes a la paz, y tampoco quiso mirar el reguero de sangre que había dejado pasar, pues no había manera de justificar nada. Eran tan culpable como los malditos que se abarrotaban con el poder que ostentaban.
Suspiró. Ya nada podía cambiar, solo el hecho de que podía volver a ver a su hijo. Aquello era lo único que le importaba más que lo que planeaban esos locos políticos.
Apretó los dientes al recordar las palabras de esa mujer daimon disfrazada. Sobre cómo se regocijaba de este producto de su ardua investigación, y cómo esperaba que le diera un buen uso, además de reportarle desperfectos y si pasaba algo fuera de lo manejable, podía apretar el botón del control que le había dado para darle un electrochoque a la chica llamada Alice.
Con cada palabra que decía esa mujer, más furioso se sentía. ¿Cómo podía sonreír de esa manera hablando de lastimar a otro ser humano? Y encima, restándole importancia si la chica entraba en convulsiones tras ese electrochoque de alto voltaje. Y la doctora a cargo no parecía querer interrumpir toda las sandeces que escupía su asistente.
Apretó los puños, la agarró por su cuello con una mano y con la otra le tapó la boca para que dejara de ladrar. Ella solo abrió los ojos con sorpresa ante su abrupto comportamiento.
-Ya deje de hablar – murmuró sin embargo, sus palabras destilaban furia contenida – Todo lo que escucho es un ladrido molesto y sobre todo, palabras basura.
Ella quiso zafarse, y la doctora Feith también se acercó, instándolo a soltar a su asistente, pero Ryan solo apretó aún más el agarre en su cuello y la estrelló sobre la mesa de cristal.
La doctora Feith dejó escapar un grito, antes de que también le agarraran del cuello, sintiendo cómo el aire se escapaba de sus pulmones. Por primera vez en tantos años sintió miedo. Ella al igual que su asistente era remanentes y secuelas de esa enfermedad extraña. Aunque eran más humanas que daimon, aún tenían ciertos poderes psíquicos, no tan poderosos como los más afectados pero sí lo suficiente para noquear a cualquier hombre corpulento.
-No toleraré más de esta mierda… doctora – cerró los ojos al sentir un dolor de cabeza, pero no la soltó, había tenido peores dolores y no solo de cabeza. Sonrió con burla – Sus poderes son diminutos a comparación de otros. Esto solo hace cosquillas.
Ella intentó gritar y pataleó, pero ni así Ryan la soltó.
-Haré la vigilancia que me pide, pero no le haré lo otro que tanto quiere que haga. A mí no me complace el dolor ajeno a diferencia de usted… doctora. Le daré el reporte mensual como requiere pero es solo porque me tienen obligado no porque quisiera hacerlo.
La soltó, no sin antes arrasar con todo lo que quedaba en la mesa. Recogió la Tablet y el control sobre el collar de la chica y se marchó aun furioso. Pensar que no le inquietaba a esa mujer el dolor que podría sufrir una niña de aparente quince o dieciséis años. Esa edad tendría su hijo, maldición. No podría seguir escuchando a esa desgraciada sobre su entusiasmo sobre el dolor de otra persona.
Suspiró en cuanto al fin llegaron al cuartel general de la ciudad de Lombardo. Tenían que reportarse para luego ser más o menos independiente de sus superiores. Intentó tranquilizarse lo mejor que podía para poder enfrentarse al mayor Chang. Caminó hacia el interior del edificio sin mediar palabra y los demás lo siguieron por detrás, entraron por un ascensor y en las puertas pudo ver el reflejo de la chica.
Era bastante alta para su edad, aunque seguía siendo de una estatura baja a comparación de la suya que era de un metro ochenta y la del resto de su escuadrón. Y aun se preguntaba por qué el mayor Chang le obligó a tomar un miembro más y encima, una niña que era un experimento de ese aberrante centro de investigación.
La niña no parecía demasiado incomoda, aunque no miraba hacia el frente, más bien, parecía querer desaparecer su presencia. Suspiró internamente. Maldito Chang, hacía tiempo que sabía que estaba mal de la cabeza pero no creyó que ya no le funcionaba el sentido común como cuando eran miembros del mismo escuadrón hacía muchos años atrás.
Llegaron a una oficina y sin ceremonias el entró, eludiendo las inútiles palabras del secretario. Chang estaba mirando la ciudad, dándoles la espalda y ni siquiera se inmutó por la interrupción grosera de él. Solo despidió a su secretario y lentamente se dio la vuelta. Mostró una sonrisa algo burlona y se sentó en su silla de cuero.
-Bienvenido coronel – miró a los demás y notó la mirada iluminada de Alice – Y compañía. Tomen asiento, hay algunas cosas que necesitamos discutir.
-Dejemos la falsedad y vaya directamente al grano… mayor Chang.
El mayor sonrió por la impaciencia de Ryan y no podía culparlo, si él tuviese la familia que él había construido, también estaría desesperado por saber del paradero de su hijo. Por reflejo miró a Alice, si bien solo era el producto de mezclar su gen con el de un daimon, ella era sin lugar a dudas su hija. Era lamentable que nunca podría tener una relación normal de padre-hija, mira que la estaba enviando al matadero para un plan aun mayor que solo infiltrarse en un grupo terrorista. Por un instante se sintió culpable y hasta miserable, pero haber permanecido en el ejército por muchos años, esos sentimientos se evaporaron como si no hubiesen existido. Lo sentía por Alice, pero no había tiempo de jugar a la casita ni a un reencuentro emotivo. La vida humana peligraba a un grado que nadie más imaginaba. Él lo había visto con sus propios ojos, la ambición de esas personas, había un grupo extremista dentro de los políticos y sus ideas radicales acabarían con la existencia de casi toda la humanidad. No les importaba las consecuencias de sus actos extremos si llegaban a sus objetivos de “purificar” a la raza humana de los daimon quienes eran solo el producto de un virus letal disparado por el mismo gobierno de tres potencias en ese entonces, hoy solo quedaban como una unión débil contra las consecuencias de sus actos imprudentes y sin escrúpulos.
Bufó ante sus desesperantes ideas raciales, lamentablemente era real lo que planeaban hacer; esta infiltración solo era el pretexto para empezar una nueva guerra. Requerían saber los escondites de todos estos grupos, no solo para intentar desaparecerlos, sino tomarlos como chivo expiatorio para las atrocidades que pensaban hacer en las ciudades llenas de daimon.
Guerra.
Sí. Querían empezar una nueva guerra.
Qué sabían esos lo que era vivir la guerra. No tenían idea, ni la más mínima, pues ellos permanecían en ciudades seguras o sus búnquer a prueba de bombas, con guardaespaldas capacitados en sacrificar sus vidas por ellos. No sabían lo que era ver a la gente morir, tanto del lado de los “enemigos” como el de los aliados. Familias enteras cayendo a los pies con sus armas, niños, ancianos, jóvenes… sus cuerpos pudriéndose entre los escombros por las bombas; gritos, llantos, explosiones y disparos…