Bruno se niega a una vida impuesta por su padre y acaba cuidando a Nicolás, el hijo ciego de un mafioso. Lo que comienza como un castigo pronto se convierte en una encrucijada entre lealtad, deseo y un amor tan intenso como imposible, destinado a arder en secreto… y a consumirse en la tragedia.
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QUE EN MI
Desde que esos lentes le dieron superpoderes, su forma de ser cambió mucho. Lo notaba en la manera en que hablaba, en cómo se reía con más confianza y hasta en la forma en que me miraba, como si descubriera un mundo nuevo a través de mis ojos.
Eran las cinco de la tarde. Faltaban apenas cuatro días para su cirugía y el aroma a café recién hecho inundaba toda la cocina. Ese olor me hacía sentir en casa, me abrazaba con recuerdos de infancia, con mañanas tranquilas en el pueblo.
Serví una taza y la coloqué frente a Nicolás.
—Huele muy bien —dijo, con una sonrisa ligera que parecía sincera.
—Es café con canela —respondí, orgulloso del detalle.
—¿Con canela?
—Así lo suele preparar mi abuelita. Dice que la canela guarda la dulzura de la vida.
Se llevó la taza a los labios y bebió un sorbo con calma. Sus ojos se iluminaron.
—¡Sabe rico!
—Lo sé —contesté, intentando sonar despreocupado, aunque me alegraba que le gustara.
Yo también bebí un poco. El café era simple, pero en ese momento supo a complicidad. Estábamos sentados de frente y nuestras miradas coincidían cada tanto, como si se retaran en un juego silencioso que ninguno de los dos quería perder.
—Sabes, nos hace falta un buen pan. ¡Una concha de mantequilla! —comenté, recordando los días en que corría a la panadería del pueblo.
—¿Quieres que mande a comprar pan?
—No, solo decía —respondí, con una sonrisa nostálgica.
Él asintió y siguió disfrutando del café.
El silencio no duró mucho. Nicolás me miró de forma más seria, como quien se anima a tocar un tema que había dejado pendiente.
—¿Has pensado en lo que te dije el otro día? —preguntó.
Su pregunta me tomó por sorpresa. Se refería a cuando me pidió que pensara en la posibilidad de ser novios.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste novia? —quise evadir, lanzándole otra pregunta.
Él se quedó pensativo.
—Hace como dos años. Se llamaba Vanessa.
—¿Te fue difícil superar el rompimiento?
—No. Yo… —se quedó en silencio, atrapado en sus recuerdos, y bajó la mirada al fondo de su taza.
Lo observé con atención. Quiso mostrarse fuerte, pero la forma en que apretaba los labios me revelaba lo contrario.
—No necesitas fingir conmigo —le dije suavemente—. Si estuviste con ellas fue porque buscabas cariño, porque había algo que querías y ellas también te lo dieron. No solo se trataba de lo que tú dabas, también de lo que recibías.
Él parpadeó, sorprendido por mis palabras. Yo mismo me sorprendí al decirlas, porque en el fondo me preguntaba si de verdad me convenía arriesgarme con él.
—Yo… —balbuceó.
No lo dejé continuar.
—Nunca he tenido una relación formal, pero eso no quiere decir que no sepa lo que significa —dije, interrumpiéndolo con firmeza.
Su mirada se clavó en mí, expectante.
—¿Y qué significa para ti?
—Es un compromiso —dije con el corazón latiendo fuerte—. Ser novios implica que una parte de mi corazón te pertenezca. Y que busquemos construir algo bonito, más fuerte que un par de años. El noviazgo es la forma de encontrar el amor verdadero, ese que dura toda la vida.
Pareció sorprendido con mi respuesta. Quizá no esperaba que hablara tan en serio.
Recordé lo que solía decirme mi abuelita: que no debía casarme con el primero que me pidiera ser su novio, sino con quien fuera capaz de ver más allá de mi apariencia. Alguien que supiera leer mi alma.
Nicolás sonrió, y su pregunta me sacudió.
—Entonces, ¿te casarías conmigo?
Me llevé la taza a los labios, sonriendo nervioso.
—No lo sé. ¡Estás yendo muy rápido conmigo! —exclamé, intentando restarle intensidad.
De repente, un trueno retumbó en el cielo y la lluvia comenzó a caer con fuerza.
El sonido del agua golpeando los techos y las ventanas me llenó de nostalgia. Corrí hasta el cancel para observar cómo se empapaba la calle. Era la primera lluvia que presenciaba desde que llegué a la ciudad, y me devolvió de golpe los recuerdos de mi familia.
—¿Te gusta la lluvia? —preguntó Nicolás, acercándose.
—¡Me encanta! Pero lo que más me gusta es correr bajo ella.
—¿Mojarte? —se rió, incrédulo.
Asentí, retador.
—Es muy divertido. ¿Alguna vez lo hiciste?
—No. En realidad…
—¡Pues hoy será tu primera vez!
Tomé su mano y abrí el cancel. La primera gota fría me estremeció, pero no dudé. Atravesamos el umbral y la lluvia nos envolvió con su frescura.
No me bastó con el jardín ni con el patio. Sin pensarlo, abrí el zaguán y corrimos por la calle del fraccionamiento. ¡Éramos como niños descubriendo la libertad!
Mi risa se mezclaba con la de Nicolás. Estar tomado de su mano en medio de la lluvia era una felicidad pura, simple, que me hacía sentir vivo.
—¡Qué padre! —grité—. ¡Vamos a los juegos del parque!
Corrimos hasta el pequeño parque y usamos todo: el tobogán, la resbaladilla, los columpios. Cada carcajada suya era un regalo. Mirarlo feliz me hacía sonreír todavía más.
De pronto, él se detuvo, con el rostro empapado y la mirada intensa.
—Deberíamos bailar —propuso.
—¿Pero sin música? —pregunté, riendo.
—La lluvia será nuestra canción.
No supe cómo negarme. Puso una mano en mi cintura, yo apoyé la mía en su hombro y entrelazamos las otras. Empezamos a movernos despacio, con torpeza, pero con el corazón latiendo a toda prisa.
—Imagina una de tus canciones favoritas —me susurró al oído.
Cerré los ojos. En mi mente sonaba una melodía que lo hacía todo más real. Y entonces lo miré de nuevo. Sus ojos, su barba, su sonrisa… todo en él me resultaba irresistible.
—Nicolás… —murmuré.
—Dime.
Me mordí los labios. Sentía que me iba a explotar el pecho si no lo decía.
—¡Me gustas! Sí, me gustas mucho.
Su sonrisa iluminó su rostro.
—Pero tú me gustas más, Bruno.
Sentí calor en el pecho y no pude evitar reír.
—Como tú digas —respondí, bajando la mirada con timidez.
Nuestros ojos se encontraron de nuevo, y fue como si el tiempo se detuviera. Nicolás bajó la vista a mis labios, luego volvió a mis ojos, y otra vez a mis labios. Su rostro se fue inclinando hacia mí.
Un beso. Íbamos a besarnos.
Cerré los ojos, esperando el contacto. El corazón me golpeaba en las costillas. Y justo en el último instante, interrumpí el momento con un gesto rápido: puse mi mano entre nuestros labios.
Él abrió los ojos, sorprendido. Yo sonreí, un poco travieso.
—Aún no… —murmuré.
No era que no quisiera, al contrario, lo deseaba con todo mi ser. Pero mi primer beso debía ser en el momento perfecto, y aunque la lluvia lo hacía casi ideal, algo dentro de mí me pedía esperar un poco más.
Él suspiró, resignado, pero no dejó de sonreír. Y yo, empapado, temblando de emoción, supe que el momento perfecto llegaría tarde o temprano.
Muchos éxitos.
Debo confesar que me gustaba más la otra portada.... sólo porque los m7chachos con barba me encantan 🫦😏😜
Nico me gusta... quiero saber más!!!
unos capítulos más, porfaaaaa
Estoy encantada de leerte nuevamente 🤗
Voy leyendo todas tus novelas de a poco...
Dejo unas flores y pronto algún voto!!! por favor no dejes de actualizar, me gusta mucho como viene esta historia 💪♥️