Mi madre tenía una extraña obsesión: la vida después de la muerte. Y yo, que la amaba con locura, vivía aterrorizada por sus historias. Su amor incondicional por mí y por mi padre era nuestro universo, un refugio perfecto donde todo giraba en torno a la familia.
Mi padre, un hombre que se desvivía por nosotros, era la definición de lo que era una familia normal, hasta que ella hablaba. Hasta que llegaban esos días en los que, sin aviso, rompía la normalidad con sus historias sobre reencarnación y un destino que, según ella, ya estaba escrito. En esos momentos, nuestra vida perfecta se sentía como una frágil mentira, a punto de romperse.
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Capitulo XXIII Un amigo
Punto de vista de Aria
Ethan me miró, y la sonrisa genuina que me había regalado se desvaneció. La expectativa en sus ojos se intensificó, y por un momento me sentí abrumada. Luego, el recuerdo de mi familia escéptica y el saber que Ethan era un demonio al que debía destruir me llenó de una determinación fría. No me iba a derrumbar.
Ethan se puso de pie, su figura proyectaba una sombra aún más grande que antes. El aire a su alrededor se volvió denso, pesado, y el tenue brillo de las vetas en las paredes parpadeó. Era como si el mismo espacio se estuviera retorciendo a su alrededor. Estiré mis manos, tratando de mantener mi círculo de contención, pero la presión era inmensa. Era un poder crudo y descontrolado, la antítesis de la energía contenida que yo había logrado canalizar.
—No te rindas, Aria, —su voz era grave, casi un susurro. —No lo pienses, solo siente. Conviértete en tu círculo.
Me concentré. Sentí la energía que había tejido. La visualicé como un escudo sólido, impenetrable. Era mi voluntad, mi determinación, y mi promesa de no rendirme. Ethan lanzó el primer ataque. No era un golpe físico, sino una ráfaga de energía oscura, como un rayo de oscuridad pura. El impacto fue brutal. Mi círculo de contención tembló, y pude sentir cómo la energía se disipaba por el impacto.
Jadeé, pero no me moví. Sentí el dolor en mis manos y en mi mente, pero no me rendí. Recordé las palabras de Ethan: "Conviértete en tu círculo". Dejé de luchar contra la energía de Ethan y me fusioné con la mía. Me convertí en el escudo, en la muralla, en el círculo de contención. La energía de Ethan chocó contra mí y se disolvió en una nube de humo, inofensiva.
Ethan me miró con una expresión de asombro y luego una sonrisa de orgullo. El aire se volvió a relajar y el brillo de las paredes se estabilizó.
—Lo has logrado, — dijo, con la voz llena de satisfacción. —La primera lección ha sido un éxito. Has demostrado que puedes contener tu poder, y ahora eres capaz de resistir el ataque de un demonio.
Respire profundo sintiendo cómo toda esa adrenalina de hace unos minutos empezaba a disiparse.
—¡Lo logré! —Exclame, sintiéndome orgullosa de mí.
—Eres más fuerte de lo que crees, solo debes confiar en ti misma. — Sus palabras eran suaves y cargadas de emoción. Con delicadeza apartó algunos mechones de cabello que se encontraban en mi cara. Sentir el roce de sus dedos contra mi piel hizo que una corriente eléctrica me atravesará, pero la magia fue interrumpida por él mismo. —Debemos volver, tus padres deben estar pensando que te secuestre.
Se alejó de mí caminando hacia la salida, sus ojos color ámbar cambiaron nuevamente a ese oscuro intenso que me enloquecía.
Camine rápido hasta alcanzarlo. —¿Por qué me ayudas? —Pregunte cuando estuve a su lado. —Digo se supone que somos enemigos.
Ethan detuvo su andar tomándome por el brazo y acercándome a él. —No puedo considerarte mi enemiga... —Dijo, su respiración chocando con la mía. —Dijiste que éramos amigos. ¿Recuerdas?
Nuestras miradas estaban fijas uno en el otro, empecé a ponerme nerviosa de tenerlo tan cerca y por un instante dudé de mí.
—Tienes razón, somos amigos. Aunque nuestras especies estén en guerra. —Dije antes de seguir mi andar dejando a Ethan atrás.
Regresamos a casa de la abuela y tal como lo dijo él mis padres ya habían montado una novela.
—¿Dónde estabas, hija? ¿Estás bien? ¿No te hizo nada este…? — Pregunto mi mamá revisando mi cuerpo.
—Si estoy bien mamá, Ethan y yo solo fuimos a dar una vuelta. — Respondí soltando su agarre sobre mi brazo.
—Sabes bien que no confiamos en ese joven, así que no vuelvas a desaparecer con él. — Dijo mi padre siendo más diplomático que mi madre.
—Ethan es mi amigo y nunca me haría daño. Si lo conocieran como yo sabrían que no es lo que creen.
La mirada de mi padre se detuvo en Ethan, con una mezcla de advertencia e incredulidad. La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo, mis padres me miraban con miedo, mi abuela no sabía que decir. Sin embargo, Ethan, permaneció impasible. Su rostro era una máscara de calma, pero sus ojos oscuros me decían que entendía perfectamente la situación. Estaba en el medio, dividida entre la lealtad a mi familia y el voto de confianza que le había dado a Ethan.
—Ya es tarde, —dijo mi abuela, con una voz que sorprendentemente calmó el ambiente. —Dejen que los niños descansen. Ya hablarán de esto mañana, con la cabeza fría.
Mis padres, aunque inconformes, asintieron. Mi madre me abrazó con fuerza, susurrando en mi oído: —Cuídate mucho, mi niña. Mi padre, en cambio, se limitó a darme un gesto de cabeza, sus ojos negros llenos de una preocupación que no podía ocultar.
Ethan se despidió de todos con una inclinación de cabeza. Cuando nuestros ojos se encontraron, una chispa de complicidad y algo más, algo que no podía descifrar, brilló en su mirada. Era un entendimiento silencioso, un pacto no verbal de que, a pesar de todo, estábamos en esto juntos.
Cuando entré a mi habitación, cerré la puerta y me desplomé en mi cama. El día había sido un torbellino de emociones, desde la rabia y el resentimiento hasta la adrenalina y el orgullo. Pero la sensación que más perduraba era la de la incertidumbre. ¿Cómo podía ser amigo de alguien que mi familia consideraba un enemigo? ¿Cómo podía ser mi protector un demonio que, según los libros de historia, solo causaba caos y destrucción?
Me levanté y me miré en el espejo. Mis ojos, que habían sido de un azul oscuro y brillante, ahora tenían un brillo dorado sutil. Era el poder, la energía que había logrado canalizar, que ahora se manifestaba en mí. Y a pesar de que era una señal de mi conexión con la oscuridad, no me asustaba. Me sentía más fuerte, más segura de mí misma que nunca.
Me acosté de nuevo, cerrando los ojos. El rostro de Ethan apareció en mi mente, no como el demonio al que debía destruir, sino como el amigo que me había ayudado a encontrar una parte de mí que no sabía que existía.