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Status: En proceso
Genre:Terror / Aventura / Viaje a un juego / Supersistema / Mitos y leyendas / Juegos y desafíos
Popularitas:455
Nilai: 5
nombre de autor: Ezequiel Gil

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Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.

NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 23: Siempre haciendo algo raro

"Lucas"

Siempre hizo cosas raras... Pero estar en cuatro patas como un perro, arriba de un montón de papeles que parecían sacados de una película de Transformers, era otro nivel.

¿Qué está inventando ahora?

Me dije, recordando cómo a veces mi hermano se tiraba en el suelo de la pieza a mirar el techo, según él, para pensar.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, como si estuviera presenciando algo hilarante.

No le di mucha importancia, pero la cara de Leo… parecía que lo había agarrado con las manos en la masa.

Este seguro que está armando uno de esos juegos raros y quiere terminarlo antes de mostrarlo. Por eso lo oculta

Me traté de convencer.

No era la primera vez que lo hacía. Sabía encerrarse en su mundo por semanas y después aparecía emocionado a contarme lo que había creado.

Igual, no dejaba de darme risa esa imagen.

—Decí wiskyt —le dije en tono burlón, como si le sacara una foto.

—¿Qué hacés acá? —me preguntó, frunciendo el ceño.

—Vine a buscar mis cosas, pues. —Le señalé el quilombo de hojas—. ¿Y vos qué estás haciendo? ¿Qué es todo esto?

Lo pregunté con una mezcla rara de risa y curiosidad. Esa clase de cosas siempre podían terminar en una genialidad… o en una estupidez monumental.

—Nada… —respondió con su tono nervioso de siempre—. Es parte de un juego que estoy haciendo. —Apilaba los papeles a toda velocidad, como si yo no tuviera que verlos.

¿Juego? Esto parece más el testamento de un loco<

Pensé, aunque no lo dije.

Me quedé mirando cómo guardaba los cuadernos llenos de garabatos. Tenían algo hipnótico, como si escondieran un patrón que yo no alcanzaba a entender.

Pero antes de que pudiera fijarme más, el celular de Leo sonó como una trompeta en medio del silencio.

—Carajo, me olvidé de Alana —murmuró entre dientes.

—¿La Alana? ¿La Lana? —pregunté, incapaz de disimular la emoción.

Siempre supe que ella estuvo detrás de Leo, pero como él nunca le dio bola porque era mucho más chica, yo todavía pensaba que tenía alguna chance.

—Sí, le tengo que dar unas cosas que eran de Esteban —dijo con cara de cansancio.

Confirmado: sigue sin interesarle.

Pensé, casi aliviado.

—¿Y vos qué vas a hacer? —me preguntó mientras buscaba las llaves—. Yo me tengo que ir en quince.

—No, me voy ahora también. Vine a buscar la mochila nomás.

—Ok, si querés quedarte no hay drama, pero tenés que pagar alquiler —tiró, con una sonrisa apenas torcida.

—Siempre mantenido, nunca independiente —respondí con sarcasmo.

—Papá, ya soy un adulto responsable. —Se mojó la cara—. No me compares con vos.

—Callate, que casi nos vamos de la casa al mismo tiempo. No te hagas.

Leo rió.

—¡Es verdad! Che, ¿qué pasó con lo de la pensión?

—Es manso bardo… —dije, apretando los labios—. Pero bueno, ya va a salir.

Suspiré.

Si es que sale, porque con la suerte que tengo…

—Uh, qué bajón. Bueno, después me contás bien —cerró, y salimos.

El viaje en colectivo fue corto. No tuve que esperar nada. Cuando llegué a casa, todos dormían. Pasé directo a mi pieza, cada vez más vacía.

Me queda vender las pesas.

Pensé.

Hacía semanas que vendía todo lo que podía. Según algunos conocidos, la cabeza era lo más importante cuando uno se iba a jugar a otra provincia. Que no tener nada que te ate era lo mejor.

No tenía novia, tampoco buenos amigos más allá de Leo. Así que, salvo mis cosas personales, nada me retenía.

O eso creía.

A la mañana siguiente empecé a ordenar mis cosas. Faltaban dos semanas para el viaje, pero mi cuerpo inquieto me pedía acción.

Pasé al siguiente nivel de orden: limpiar bajo la alfombra. Metafóricamente, claro; nunca tuve alfombra.

Entre tanto desorden viejo encontré un muñeco de Lego de Leo.

Es malísimo armando personajes.

Pensé enseguida.

Por algo las historias y los personajes los hacía Esteban.

Y ahí la memoria me traicionó. Me vi otra vez entrando a su cuarto: Esteban con las manos llenas de fichas, Leo tachando cosas en un cuaderno, los dos metidos en su mundo como si yo fuera un espectador más.

Yo solo podía mirar desde la puerta, esperando que me invitaran a jugar.

Ahora ya todo se siente monótono.

Bueno… todo menos este juego roto.

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