El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?
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Capítulo 22
De repente, casi un millar de periodistas de todo el mundo iban a las prácticas de la escudería en el autódromo de Matthias Bill, transmitían incluso en vivo los entrenamientos en la pista a través del cable y de los portales de internet y todas las miradas estaban centradas en mí, comentaban de mis posibilidades de éxito y de lo que significaba que una mujer compita en la Fórmula Uno. Eso me azoraba y turbaba bastante. Me sentía un bicho raro. Brown también estaba fastidiado. Él estaba acostumbrado a las entrevistas, las fotos, que le hicieran videos y ahora lo ignoraban por completo. Los hombres de prensa me perseguían y no se cansaba de captar imágenes de lo que yo hacía, desde que aparecía en la zona de pits, cambiada, con mis guantes, las bodas, el uniforme antiflama y mi casco en las manos.
Se hizo una rutina, incluso muchísimo público empezó a colmar las graderías del autódromo con el fin de verme dominando las curvas. La gente aplaudía viéndome ir a toda velocidad, haciendo trizas la barrera del sonido y hasta vivaban mi nombre eufóricos y frenéticos.
Ya llevaba una semana de entrenamientos intensos, dominaba a la perfección el bólido y estaba convertida en la estrella de la escudería, la atracción de las pistas..
-¡¡¡Marcela!!!-, me gritó alguien esa mañana desde las tribunas. Reconocí la voz de inmediato. Me aupé tratando de encontrarlo en las graderías atiborradas de periodistas y allí estaba Marshall y su hija pasándome la voz, brincando encima de las butacas, alzando los brazos, contagiados de la euforia que se vivía en el autódromo. Corrí dando brincos hacia ellos, me trepé el muro y salté, también por los asientos, en medio de las risotadas de los cronistas, los reporteros y los cientos de curiosos. -¡¡¡Señor Marshall, qué emoción!!!-, estaba alborozada y le di un besote en la mejilla a a él y a su hija. Ellos me apoyaron cuando empecé a correr en el kartismo. Les debía todo.
-Te has vuelto famosa, Marcela, estás en todos los diarios, los portales de internet y en los noticieros deportivos-, estaba feliz Marshall.
-No sería nada si no fuera por su apoyo-, le dije efusiva y agradecida a la vez.
-Debes tener mucho cuidado, no te confíes jamás, las carreras son una persecución constante, es una cacería malévola-, me alertó Marshall. Sudaba por la emoción del momento.
-No me gusta ese tipo Brown, no te confíes de él, jamás-, me recomendó, a su vez, su hija.
-Yo solo busco divertirme en las pistas-, fui sincera pero Marshall estaba demasiado preocupado de todo lo que se hablaba en torno a mi participación en la fórmula Uno. -Te boicotearán, Marcela, no quieren que triunfes-, me advirtió resoluto y convencido.
Quedé pensativa de lo que me dijeron Marshall y su hija. Les pedí que se quedaran viéndome correr. ellos estaban encantados conmigo.
Fue entonces que ocurrió un extraño percance cuando con Brown y los otros chicos de la escuela de Henry corríamos en la pista. Mauro Ferguson, el jefe de pilotos decidió hacer un ensayo de rendimiento de los nuevos bólidos para acostumbrarnos a los botes de los flamantes neumáticos que estrenaríamos en la próxima temporada del campeonato mundial. -Debes cerrarle el paso a los chicos para que Brown se despegue, esa será tu labor-, me explicó Ferguson mientras me ajustaba el casco y sus asistentes me aseguraban las correas. -No te preocupes, Mauro, lo haré bien-, subrayé confiada.
Todo iba bien. Yo me anticipé a los otros pilotos, dejé que Brown vaya adelante y me encargué de evitar que alguno de los chicos intente rebasarme, sin embargo, de repente, Jeremy, frenó, en una recta, cuando íbamos a toda marcha, chirriando las llantas, a tan solo unos centímetros de donde yo lo seguía, taponeando al resto de la fila. Su bólido quedó dando tumbos cerrándome el paso. Tuve que virar el timón, hacer un violento esquive, alzar vuelo y en vez de derrapar seguí de largo y recuperé la pista, en una audaz maniobra, evitando que me estrelle contra el vehículo de Brown.
Los cientos de periodistas y de curiosos que colmaban las tribunas aplaudieron enfervorizados la maniobra, vivando otra vez mi nombre, remeciendo las tribunas del autódromo.
Mauro, como es obvio, se molestó mucho con Brown. -¿Por qué demonios frenaste? Marcela pudo estrellarse y matarse-, soplaba su furia en las propias narices de Jeremy.
-El auto no respondió, dile a Robert que lo revise-, sonrió Brown, sacándole caso y marchándose a los pits, como si nada hubiera pasado. Ferguson seguía echando humo de sus fosas nasales, apretando los puños, desconcertado por la intempestiva actitud de Brown.
Yo completé la carrera, llegué primera a la meta y los periodistas me tomaron más fotos y videos. Marshall y su hija corrieron hasta los pits. -¿Estás bien, Marcela?-, estaban ellos pasmados por lo que había pasado.
-Sí, bien, pero creo que el boicot ha empezado-, suspiré desconcertada.