Mariza, una mujer con una extraña profesión, y que no cree en el amor, se convierte en la falsa prometida de William, un empresario dispuesto a engañar a su familia con tal de no casarse.
Por cosas del destino, sus vidas logran cruzarse y William al saber que ella es una estafadora profesional, la contrata para así poder evitar el matrimonio.
Lo que ninguno de los dos se espero es que esa decisión los llevaría a unir sus vidas para siempre.
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capítulo 21
Después de esa conversación con Deysi y Fran, Mariza decidió visitar a su hermano, quien estaba completamente sumergido en el trabajo. A pesar de ello, lograron compartir un almuerzo sencillo, entre sonrisas y anécdotas, con la promesa de que esa misma tarde hablarían con la señora Sarah para hacer las presentaciones correspondientes. Mariza no quiso dar demasiados detalles sobre su noche, pero su hermano, siempre perspicaz, la miró con una ceja levantada cuando notó cierta chispa inusual en sus ojos. Ella lo ignoró, centrando la conversación en asuntos familiares y la boda de Maia.
Una hora más tarde, Mariza llegó al local de la modista. El salón olía a telas nuevas, hilos recién cortados y perfumes florales. Allí, mientras ajustaban su vestido frente al gran espejo de cuerpo entero, las amigas de Maia no tardaron en notar lo evidente.
—Mariza, espero que uno o dos días antes de mi boda tú y mi hermano se contengan —bromeó Maia, sentada en un sillón cercano, con una copa de espumante en la mano—. Esta mañana cuando lo vi, pensé que había sido atacado por Drácula… pero a ti te agarró la pantera negra. ¡Mira esas marcas!
Las chicas estallaron en carcajadas mientras Mariza se cubría el cuello con una mano, sintiendo el calor subirle por el rostro. El escote del vestido no ayudaba, y las sutiles, pero notorias, señales de su noche de pasión eran difíciles de ignorar.
—Estoy segura de que él quedó peor —contestó, intentando mantener la compostura. Pero el tono juguetón y su sonrisa nerviosa delataban que estaba muy lejos de arrepentirse.
—¡Esa es la actitud! —rió una de las chicas.
Cuando terminaron las pruebas, salieron de la boutique en un alegre grupo. Afuera las esperaban William y Gabriel, el prometido de Maia. Los hombres estaban de pie junto al auto, conversando sobre negocios y fútbol. Al verlas, William clavó los ojos en Mariza por un segundo más de lo necesario, y ella sintió cómo su estómago se encogía.
El camino hacia la mansión fue tranquilo, aunque el silencio entre William y Mariza tenía peso. No era incómodo, pero tampoco indiferente. No hablaron de la noche anterior, como si ambos esperaran que el otro tomara la iniciativa. Mariza se limitó a mirar por la ventana, consciente de que su cuerpo todavía recordaba cada caricia, cada suspiro. William, desde el asiento contrario, también parecía contenido. Cada vez que sus miradas se cruzaban, ella desviaba los ojos.
Esa noche, durante la cena familiar, todo fue risas y conversaciones amables. Nadie mencionó nada fuera de lugar, y Mariza agradeció internamente que la señora Sarah pareciera más interesada en los arreglos florales de la boda que en investigar su aparente relación con William.
Cuando todos se retiraron a sus habitaciones, Mariza se encerró en el baño por unos minutos. Se miró en el espejo mientras se cepillaba el cabello. Su piel todavía mostraba las huellas de la noche anterior. Se tocó el cuello con los dedos y luego se cubrió el rostro, avergonzada de cuánto le había afectado todo eso.
William la esperaba sentado en la cama, descalzo, con una camiseta blanca y pantalón de pijama gris. Al verla salir del baño con una bata ligera, la miró como si quisiera decir algo, pero Mariza no le dio la oportunidad.
Sin pensarlo demasiado, avanzó hacia él con paso decidido. Su bata se abrió un poco con el movimiento, dejando ver parte de su pierna. Se impulsó con un solo movimiento y saltó a sus brazos, rodeándole la cintura con las piernas, sujetándose de sus hombros. William la sostuvo por inercia, sorprendido, pero no tardó en reaccionar.
Los labios de Mariza lo buscaron con desesperación, y él respondió con igual intensidad, como si también hubiera estado conteniéndose todo el día. Se besaron sin medida, sin palabras, como si todo lo que no dijeron en el coche o en la cena se expresara con lenguas, manos y suspiros entrecortados.
Cuando se separaron, con la respiración agitada, Mariza apoyó la frente contra la de él.
—Esto no cambia nada —susurró, con los labios aún rozando los de William—. Nuestro contrato termina en diez días.
Él quiso decir algo, pero ella volvió a besarlo, más profundo, más decidido. Esta vez, sin resistencia, William rodeó con sus brazos y voteandose para apoyarla la cama se dejó llevar.
Mientras se deshacían de la poca ropa que llevaban, Mariza supo que no había marcha atrás. No sabía si al final de esos diez días saldría ilesa… pero esa noche, al menos, no quería pensar en nada más que en él.
Y William parecía dispuesto a asegurarse de que ella tampoco pudiera hacerlo.
y si no, por favor no pongan finalizada a la obra cuando no lo está 🤨
, no podías ser tan wey, como vas y besas a esa cucaracha mal habida