Reencarne En Una Jodida Villana.

Manuel y Luis llegaron a la mansión del ministro. Durante todo el viaje, Luis intentó convencer a Manuel de regresar, pero fue en vano. Cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada, los guardias abrieron las rejas y, en cuestión de minutos, llegaron a la puerta principal.

Manuel bajó rápidamente y comenzó a gritar:

—¡Camila... sal, debemos hablar!

Luis intentó cubrirle la boca con la mano y exclamó, exasperado:

—¿Qué rayos haces? ¿Quieres que el ministro nos mate?

Manuel se liberó de su agarre, frunciendo el rostro, y replicó:

—Déjame, tengo que hablar con ella. ¡Camila, sal ahora! No me iré hasta que no salgas...

Luis vio cómo algunos guardias se acercaban a ellos y le susurró:

—Primo, es suficiente. Vámonos...

—No...

De pronto, tanto Camila como Linda salieron de la casa, y Oriana, con el ceño fruncido, preguntó enojada:

—¿Qué demonios estás haciendo?

Todos quedaron sorprendidos por el tono con el que se dirigía al príncipe heredero, y Linda intervino:

—Cariño, no creo que sea bueno que le hables así a tu prometido...

Manuel se acercó, arrastrando las palabras:

—Vine... vine a hablar contigo. Yo...

Oriana lo miró sorprendida. El Manuel que ella recordaba jamás tomaba. Preguntó:

—¿Estás borracho?

Luis iba a intervenir para llevárselo, pero Manuel respondió:

—Sí. Y es por tu culpa. —Linda y los soldados miraban al príncipe con atención mientras este seguía hablando sin sentido—. Tú me tienes así. Huiste, te fuiste y me dejaste confundido otra vez. Yo te amo y tú...

Linda, notando que cada vez más personas se reunían, dijo:

—Príncipe Luis, ayúdeme a entrar al príncipe Manuel para que se calme.

Luis asintió, visiblemente avergonzado, pero Manuel se negó:

—No, no me ayudes. Solo necesito la ayuda de Camila.

Oriana puso los ojos en blanco:

—No te ayudaré. Entra tú solo si quieres. Yo no te mandé a ponerte así.

Luis y Linda miraron a Camila, sorprendidos por lo dura que era con Manuel en ese estado, pero él solo sonrió y dijo:

—¿Crees que no puedo? —Y tropezando un poco, subió los escalones hasta llegar a ella—. Por ti no hay nada que no haría...

—Cállate y entra. Agradece que mi tío no está, porque si no...

Manuel colocó un dedo sobre los labios de Oriana y murmuró:

—Shh... me enfrentaría a él y al mundo entero por ti.

—Deja de decir tonterías y entra.

—Ayúdame, en serio... estoy muy borracho.

Camila se colocó a su lado, y él se apoyó en ella, pasándole un brazo por los hombros.

—¿Por qué bebes si no sabes hacerlo?

Ambos ingresaron a la mansión. Luis, al quedar junto a Linda, dijo:

—Lo siento. No fue mi intención ni la de mi primo incomodarla a estas horas...

—Entre, príncipe. Hablaremos de esto adentro. —Luego miró a los soldados con severidad—. Si alguno dice algo de esto a mi esposo, se las verá conmigo.

Ya en la sala, Camila estaba sentada con Manuel, quien apoyaba su cabeza en su hombro con los ojos cerrados. Luis preguntó:

—¿Se durmió?

—Eso parece. Pero no quiere soltarme. ¿Por qué no lo detuvo, príncipe? Si mi tío hubiese estado aquí, esto se habría salido de control.

Luis sabía que era cierto, pero Linda respondió:

—Cariño, lo hecho, hecho está. Iré por un café para el príncipe. Tal vez así se le pase la borrachera.

—Iré con usted, la ayudaré. Y nuevamente, perdone.

Ambos se dirigieron a la cocina. Una vez a solas, Camila movió el hombro con fastidio.

—Despiértate. ¿Por qué has venido así?

—Shhh... no me hables así. Me duele...

Camila no sabía si reír o llorar. Lo miró, luego bajó la vista a sus labios y recordó la noche en que casi se besaron. Pronto apartó esos pensamientos y dijo:

—Te dije que necesitaba tiempo para pensar, y haces esto. Te sigues equivocando de táctica. Así no lograrás conquistarme...

Sin abrir los ojos, Manuel murmuró:

—¿Por qué sigues negando lo que sientes por mí? Te esperé toda nuestra vida pasada y morí sin poder demostrarte lo que siento. En esta vida, no me pidas que me aleje otra vez, porque no estoy dispuesto a perderte.

Camila sonrió, aunque lo negara, siempre había soñado con escuchar esas palabras.

—¿Qué harás? ¿Atarme a ti?

—No. Eres un alma libre, y eso es lo que más amo de ti. Pero insistiré hasta que entiendas que te amo y que no voy a permitir que tus estúpidos miedos nos vuelvan a convertir en lo que éramos antes.

Camila lo miró a los ojos. Él sostenía su mirada con una mezcla de emociones.

—Tengo miedo...

—Yo también. Pero no voy a permitir que me dejes otra vez. —Manuel acarició su mejilla—. No sabes cuánto sufrí cuando creí que habías muerto. No me dejes de nuevo. No lo resistiría.

Ella asintió levemente, y Manuel, incorporándose, acortó la distancia y le robó un beso. Aunque sus inseguridades aún la rondaban, el beso las disipó. Fue un beso tierno, lleno de amor. Sus labios se encontraron en perfecta sincronía, y sus lenguas se mezclaron con suavidad. Al separarse por falta de aire, Manuel apoyó su frente en la de ella:

—Dame la oportunidad de demostrarte que para mí solo existes tú. Te amo, Oriana. No me alejes, por favor.

Ella tenía los ojos cristalinos, pero antes de poder responder, vio llegar a su tía con Luis. Se separó bruscamente y se acomodó en el sofá; Manuel cayó en el sillón.

Luis sonrió burlón:

—Veo que ya estás mejor.

Manuel lo fulminó con la mirada:

—Sí.

Linda le tendió una taza:

—Tome esto, príncipe. Le ayudará a bajar el alcohol.

Manuel tomó el café y, mientras bebía, miraba de reojo a Oriana, quien se sonrojaba. Satisfecho, sonrió.

—Señora Navarro, lamento lo sucedido. No estuvo bien venir así. Será mejor que me retire antes de que su esposo me vea aquí.

—Muy bien, alteza. Aun así, hablaremos cuando esté sobrio.

—¿Me acompañas a la puerta?

—Tía, quédate. Yo los acompaño.

Una vez en la entrada, Manuel le sonrió:

—¿Entonces...?

—Hablaremos cuando estés sobrio. Y una cosa más: si vuelves a venir así, no me caso.

Luis se sorprendió por el carácter de la chica, pero Manuel sonrió.

—Ahora vete, antes de que...

Manuel la tomó de la cintura, se inclinó y la besó una vez más. Al separarse, notó sus ojos fulminantes y sonrió.

—No podía irme sin mi beso de buenas noches...

—Tú... Será mejor que te vayas.

—Lo haré. Que tengas dulces sueños, mi estrellita.

Subió al carruaje con Luis. Una vez a bordo, su primo comentó:

—Estás completamente loco.

Manuel solo sonrió, feliz de saber que, en esta vida, su Oriana estaba dándole una oportunidad. Recordó el beso y su sonrisa no se borró durante todo el viaje.

Mientras tanto, Oriana entró y se encontró con la sonrisa pícara de Linda.

—Lo traes loco. Ese joven está completamente enamorado de ti. Estoy tan feliz por ustedes.

—Aun así, tengo miedo.

—¿Por su fama? ¿Alguna vez te conté mi historia con tu tío?

—No...

—Muy bien, tomemos asiento. Esta historia es larga...

Oriana asintió, y ambas se acomodaron para charlar con tranquilidad.