Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
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Capítulo 18
Obligado a renunciar a su paseo matutino tras descubrir que su caballo había perdido una herradura, Alessandro dejó al semental en manos del mozo de cuadra y volvió a la casa.
Una hora en el gimnasio no disminuyó su frustración. Después de ducharse, iba hacia la escalera cuando estuvo a punto de caer sobre ella.
–¿Qué diablos haces? –había supuesto que, si la veía esa mañana, sería con una resaca terrible, no de rodillas y canturreando para sí.
Aparentemente ajena a su presencia, continuó metiendo la aspiradora de mano en el hueco que había bajo una consola, aún tarareando lo que sonaba en sus oídos. Su musicalidad era más bien plana, pero sus nalgas no. Alessandro , que había abierto la boca para insistir, la cerró cuando ella se estiró aún más y su delicioso trasero se apretó contra los vaqueros que llevaba puestos.
La lujuria lo golpeó como un martillazo en el pecho. Se imaginó arrodillándose junto a ella, tumbándola de espaldas... Inspiró profundamente y maldijo entre dientes. Nunca había experimentado ese nivel de lujuria antes. Ni siquiera en la adolescencia se había sentido tan obsesionado. Volvió a maldecir por lo bajo.
–¿Qué diablos haces? –bramó.
Marina apoyó una mano en el suelo y volvió la cabeza con expresión interrogante. Al ver a Alessandro , su media sonrisa se esfumó con una rapidez que a él le habría hecho gracia en otras circunstancias.
–Siempre es agradable que la gente se alegre de verme –farfulló.
–Perdón –Marina se quitó los auriculares y alzó la vista hacia la figura que se alzaba ante ella como una torre–. No te había visto –controló el deseo de preguntarle si podía hacer algo por él, temiendo su respuesta y, más aún, querer complacerlo.
Probablemente se preocupaba sin razón. La noche anterior ni siquiera le había devuelto el beso. Eso era el colmo de la humillación.
Se le había ofrecido en bandeja y él había dicho: «No, gracias». Recordaba cada embarazoso y horrible detalle. A las tres de la mañana había pegado un bote en la cama, sobria del todo.
No había podido resistirse a la compulsión masoquista de revivir la escena una y otra vez, temiendo el momento de mirarlo a la cara de nuevo. Era tan horrible como había imaginado.
No sabía si mencionar el asunto, esperar a que lo hiciera él o simular que no había ocurrido nada.
–He dicho: ¿qué diablos haces?
–Aspirar la alfombra –le mostró la aspiradora de mano que estaba usando para alcanzar los rincones y se puso en pie.
–Ya veo lo que haces. Quiero saber el porqué.
–Susie no ha podido venir esta mañana.
–Eso no contesta a mi pregunta, ¿y quién diablos es Susie?
–Es una de las limpiadoras. Vive en el pueblo.
Él cruzó los brazos sobre el pecho, poco impresionado por su explicación.
Marina alzó la mano libre para protegerse los ojos del sol que entraba por la ventana que había tras Alessandro , que silueteaba su figura con un halo dorado. ¡Como si necesitara ayuda para parecer recién descendido del Monte del Olimpo!
–No tienes buen humor por la mañana, ¿verdad?
–Nunca he tenido quejas –sus ojos oscuros destellaron con malicia.
Cuando comprendió la implicación, ella enrojeció y bajó las pestañas para ocultar los ojos. Se quitó el pañuelo que se había puesto sobre el pelo e intentó mantener una actitud profesional aunque las imágenes que poblaban su mente en ese momento no lo fueran…