FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.
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Capítulo 18
La caída de la tarde se cernía tranquila sobre el ático. Elena se había permitido un raro descanso después de una mañana intensa al lado del contratista y del jardinero.
Estaba tumbada en el sofá de la sala, los ojos entrecerrados, cuando oyó pasos apresurados y la llamada suave de Carmem.
—Doña Elena...— la gobernanta se acercó, hesitante. — Necesito despertarla.
Elena se levantó despacio, arreglándose el pelo.
Carmem respiró hondo antes de responder:
—El señor Raúl, el secretario, está aquí. Necesita una maleta con ropa para el patrón.
Por un instante, Elena parpadeó confusa.
—¿Ropa? ¿Fernando... viajó?
—Sí.— respondió Carmem con cautela.— Un viaje de negocios, al parecer.
El corazón de Elena se oprimió. Él había salido sin decir nada, sin siquiera dejarme saber que no dormiría en casa. El peso del silencio de Fernando volvió a asombrarla.
Aun así, se levantó con dignidad.
—Muy bien, dile a Raúl que espere en la sala, yo misma separaré la ropa.
En el vestidor, Elena abrió el armario de Fernando. Su olor todavía impregnaba las prendas: corbatas alineadas, trajes impecablemente colgados, camisas en tonos sobrios. Escogió dos mudas de ropa para reuniones, dos camisas casuales, pantalones cómodos, ropa interior. Todo arreglado con cuidado, doblado con atención de quien, a pesar de dolida, aún quería demostrar celo.
Mientras cerraba la maleta, lágrimas discretas le corrían por el rostro. No lloraba solo por la ausencia de la despedida, sino por el vacío que crecía entre los dos desde el día de la boda.
"Soy esposa solo en el papel." pensó, amargamente.
Volvió a la sala, entregando una pequeña maleta a Raúl, que aguardaba pacientemente.
—Aquí está. — dijo, firme.— Asegúrese de que él la reciba.
El secretario inclinó la cabeza en respeto.
—Gracias, señora. El señor López está de viaje por un tiempo indeterminado. En cuanto tenga detalles sobre su regreso, le informaré.
La mirada de Elena se endureció.
—Claro.— respondió en voz baja.
Raúl se despidió, y Elena permaneció sola, encarando la puerta que se cerraba. El silencio en el apartamento era ensordecedor.
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Los dos días siguientes fueron de trabajo intenso. Elena se sumergió en las reformas como quien busca refugio.
Supervisaba a los trabajadores, escogía colores para las paredes, nuevos muebles, plantas para iluminar los rincones oscuros. Cada elección era un intento de alejar el dolor del abandono silencioso de Fernando.
—Más claro, por favor.— decía al pintor, apuntando al tono claro que sustituía al antiguo gris pesado.
Carmem la observaba con atención.
Había orgullo en la gobernanta, pero también preocupación. La joven señora estaba dando vida a aquel hogar, pero a costa de sofocar su propia tristeza.
Por la noche, Elena caminaba sola por el ático. Se paraba delante del balcón, observando las luces de la ciudad, imaginando dónde estaría Fernando. ¿Estaría en una cena de negocios? ¿En un casino clandestino? O, peor, ¿encontrándose con alguien del pasado?
Su corazón se oprimía, se negaba a llorar.
"No voy a dejarme quebrar."
Ella repetía mentalmente.
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En la mañana del tercer día, Carmem entró en la habitación trayendo un sobre blanco, lacrado con el escudo de los López.
—Llegó para la señora. — anunció.
Elena se levantó de la cama, aún en camisón. Rompió el sello con curiosidad y leyó las palabras escritas en caligrafía elegante:
"Mi querida nieta,
Espero que vengas a almorzar mañana a la mansión. Es hora de que conversemos.
Con cariño,
María del Pilar López."
Elena suspiró, sentándose al borde de la cama. La matriarca la llamaba cerca de sí.
Carmem sonrió levemente.
—Parece que la señora va a conocer el verdadero corazón de la familia López.
Elena cerró los ojos por un instante. Sabía que aquella invitación era más que un gesto de cordialidad. María Del Pilar quería evaluarla, probarla, medir si ella tenía competencia para ocupar el puesto de esposa de Fernando.
—Entonces...— murmuró, levantándose con determinación. — Voy a mostrar que pertenezco a este lugar.
El día pasó en un torbellino de preparativos. Carmem ayudó a Elena a elegir una ropa adecuada: sobria, pero elegante, que transmitiera respeto sin perder la juventud.
Ella pasó horas cuidando su cabello, su piel, ensayando sonrisas delante del espejo. No quería parecer frágil o insegura delante de la matriarca.
"Si Fernando no cree en mí, al menos ella creerá."
Al caer de la noche, observó el apartamento en reforma. El olor a pintura aún se percibía en el aire, pero ya no había vestigios de Valéria. Elena sonrió discretamente.
—Ese es mi territorio ahora.— murmuró para sí misma.
En la madrugada, sin embargo, la soledad la encontró nuevamente. Tumbada en la cama, se giró hacia el lado vacío donde Fernando solía estar. Extendió la mano, tocando la sábana fría.
"¿Dónde estás ahora? ¿Piensas en mí al menos una vez?"
El silencio respondió.
Elena cerró los ojos, luchando contra las lágrimas. Quería creer que un día Fernando la vería, no solo como obligación, sino como mujer. Por ahora, necesitaba conformarse con ser fuerte sola.
En la mañana siguiente, Carmem entró temprano para ayudarla a arreglarse. El coche de la familia la buscaría a las 11 horas.
Elena se miró en el espejo una última vez. El pantalón claro y la camisa de seda azul, le quedaban perfectos. Dejó su cabello suelto y usó casi nada de maquillaje. Destacando la postura serena.
—Está hermosa, señora. — dijo Carmem, orgullosa.
Elena respiró hondo.
—Vamos a ver si la matriarca también piensa así.
Cuando el reloj marcó la hora del encuentro, Elena fue avisada de que el chofer ya la estaba esperando. Bajó hasta el garaje del edificio, siendo seguida de cerca por el guardia de seguridad.
El ascensor es privado, allí estaba el hombre siempre vigilante. Al llegar al garaje, había otros guardias de seguridad en puntos estratégicos, siempre atentos.
Ella sintió que su corazón se aceleraba, sabía que aquel almuerzo sería decisivo.
El chofer abrió la puerta, ella agradeció solo con un gesto de cabeza. Notó que además del chofer, había otro guardia de seguridad que los acompañaba y otro coche hacía la guardia.
Su padre siempre la mantenía segura, pero ahora era mucho mayor, casi sofocante.