— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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¿Y si la lastimo a ella también?
Al ducado, Vitaly arribó un grupo de jóvenes señoritas, así como una dama casada, con el propósito de acompañar a la futura novia.
—No esperaba que te casaras tan pronto. Si ese duque que te hace algo se las verá conmigo —dijo la tercera princesa con determinación.
—Gracias, sé que lo harías comer polvo, pero estoy segura de que podré con él —dijo Madeleine con picardía.
—Estoy segura de ello, eres una Vitaly, y los Vitaly nunca se rinden. Todo lo que te has propuesto hacer lo has logrado —respondió Bianca, tomando asiento.
—A veces sueles dar miedo, ja, ja, ja —comentó Victoria entre risas.
—Victoria, ¿cómo te sientes con tu compromiso? Partirás un día después de tu debut, y esa fecha se acerca cada día más —Madeleine temía por el destino de Victoria; estar en tierras extranjeras, lejos de su familia, no sería fácil, y menos al lado de alguien que no conoces.
—Bien, no es algo que me robe el sueño. Confío en mi padre, sé que no escogería un mal para mí, aunque no estoy entusiasmada por conocerlo. Daré todo de mí para que podamos llevarnos bien; será mi esposo, tendré que protegerlo así como él a mí, pero si resulta ser un patán, lo acabo y me quedo con su imperio. No estoy para estar lamentándome por un hombre —respondió Victoria, convencida de su plan trazado.
— Deseo que seas muy feliz. Después de perderte en un camino boscoso en el que creías que morirías, llegas al camino correcto. Mírame a mí —dijo Bianca, sonriendo mientras acariciaba su vientre.
— Bianca, tú...
Dorothea no terminó de hablar por la interrupción de Bianca.
— Sí, Dorothea, estoy embarazada. El médico me dijo que estoy en mi primer mes. Estoy tan entusiasmada —dijo Bianca con una enorme sonrisa.
— Su luna de miel sí que dio frutos rápido. Ja, ja, ja —comentó jocosamente la tercera princesa entre risas.
— No quise tomar el molesto té; además, fue irresistible no caer en la tentación. Eso es delicioso —comentó Bianca con gracia.
— ¿En serio es tan bueno? —preguntó Dorothea con genuina curiosidad.
— Demasiado. Cuando te cases, deberás probar. —afirmó Bianca mientras las demás escuchábamos atentamente, excepto la tercera princesa, que rodaba los ojos con fastidio.
— No creo que el marqués tenga esos intereses. —comentó Dorothea con un tono de tristeza.
— Solo pídele tu noche de bodas; con tan solo decirle que lo deseas, él no se resistirá. —dijo Cloy, quien venía entrando en compañía de Margaret, Vivían y Mónica.
— ¡Tía Cloy! —gritaron todas corriendo a abrazar a la pelirroja.
— Cloy, no le enseñes eso a las niñas. —protestó Mónica.
— Ustedes me enseñaban cosas peores. —refutó Cloy.
— Ah, no, yo optaba por mantener tu inocencia intacta, pero tu curiosidad podía más que eso. —comentó Margaret con gracia.
— Niñas, no quiero sonar tan estricta, pero hay cosas que solo descubrirán estando con sus esposos. Eso no quiere decir que se irán desinformadas, pero es incómodo tratar estos temas —confesó Mónica con algo de vergüenza.
— Mónica, ya no son unas niñas. Es nuestro deber que ellas estén informadas. ¿Acaso quieres que tus hijas detesten ese día? —dijo Adanis, tomando asiento. Ella y Cloy eran las más abiertas con esos temas; Margaret era neutral y explicaba a detalle lo más necesario. En cambio, Mónica era un tanto reservada.
— Tienes razón, la edad me está afectando, pero entiendan que no es fácil imaginarme a mis hijas en esos menesteres —confesó Mónica, ruborizando a las jovencitas.
— No tienes por qué hacerlo. ¿Sabes cuántas señoritas sufren horrores en su primera noche? Muchas. Nosotras fuimos privilegiadas con buenos esposos. Es mejor que ellas estén informadas y sepan cómo defenderse ante una agresión o cómo guiar a su esposo en caso de que su espíritu sea inexperto —expresó Adanis con confianza.
Mientras las mujeres platicaban amablemente, en el ducado Cárter, el duque sostenía una conversación un tanto incómoda con su madre.
— Te he dicho que el vino no es muy buen consejero —reprendió la dama Cárter a su hijo, quien parecía querer ahogarse en el licor.
— ¿Y si la lastimo a ella también? —preguntó el duque con evidente dolor en sus palabras.
— Escúchame bien, Frederick Cárter, no tenías cómo proveer aquello. Fuiste drogado, no estabas consciente de lo que hacías. Flora también fue consciente de ello. Entiende que los Cárter querían hacer de tu matrimonio un infierno. Esta vez es diferente. Madeleine Vitaly no es tan ingenua como crees. Date la oportunidad de conocer a tu joven esposa y aléjate del licor, o no recuerdas que fue eso lo que los Cárter utilizaron para tenderte esa trampa —dijo la dama Cárter, furiosa.
El duque soltó la copa, asqueado por ella. Sintiéndose avergonzado de su comportamiento, se fue a su recámara. Una vez dentro de ella, se arrojó en su cama, pensando en lo estúpido que había sido.
— No quiero volver a lastimar a alguien —fueron las últimas palabras del duque antes de quedarse dormido.
