FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.
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Capítulo 17
Fernando salió temprano para la oficina, dejando a Elena sola, como venía sucediendo desde el matrimonio.
Ella observó el silencio de la casa y respiró hondo. Aquella no sería una mañana común.
Determinada, aguardaba la llegada de dos hombres que había llamado discretamente: un jardinero de confianza de su padre y un contratista indicado por Carmem. Cuando sonó el interfono, Elena se apresuró a recibirlos exhibiendo una firmeza que sorprendió hasta a la gobernanta.
—Buenos días, señores —dijo con naturalidad—. Suban, tengo trabajo para ustedes.
Al entrar, los hombres siguieron hasta el segundo piso del dúplex, donde quedaba el área de esparcimiento.
Allí, Fernando raramente subía, el espacio traía consigo fantasmas del pasado. Mesas de juegos, sofás oscuros, pósteres antiguos y, sobre todo, la enorme fotografía de Valéria Garcia reinando en una de las paredes como una diosa intocable.
Elena se detuvo delante de la imagen. El vestido negro ajustado, la copa erguida, la mirada provocante de Valéria… todo exhalaba poder, belleza y arrogancia.
—Esta pared tiene que caer —con frialdad, diciendo esto para el contratista—. Quiero que todo esto desaparezca hoy.
El hombre asintió, sorprendido con la acción de la joven esposa de Fernando.
En cuanto el jardinero hacía anotaciones para traer plantas y macetas, Elena caminaba por el ambiente, tocando las mesas de juego.
—Lleven estas piezas para donación. No quiero nada de esto aquí. Este lugar necesita de luz, de vida. No de vicios y recuerdos. Apenas la mesa de billar quedará aquí.
Minutos después, el contratista regresó con herramientas. Elena pidió una maza. El hombre titubeó, ofreciéndose para comenzar el trabajo, pero ella fue irreductible.
—No —dijo firme—. Esa parte yo misma la hago.
El hombre le entregó la menor de las mazas. Elena tomó la maza con las dos manos, era pesada. Por un instante, contempló la pared como si fuese un enemigo. En aquel silencio, oyó dentro de sí todas las dudas, las inseguridades y el peso de vivir a la sombra de una ex-mujer que nunca se había esforzado para amar a Fernando, pero aun así ocupaba espacio en su vida.
Sin pensar dos veces, movida por el dolor que venía de dentro de sí, alzó la maza y asestó el primer golpe. El impacto resonó alto por el piso, rajando la esquina inferior del marco que sustentaba la imagen.
¡CRASH!
Pedazos de yeso cayeron en el suelo. Elena respiró hondo y golpeó de nuevo, más fuerte.
—Este espacio... ahora es mío —murmuró entre dientes, acertando otro golpe.
El contratista observaba, atónito, sin osar interrumpir. Carmem, que había venido para supervisar, llevaba la mano a la boca, asustada y al mismo tiempo admirada con la osadía de la joven señora.
Elena sentía como si liberase cada pedazo de sí misma de la sombra de Valéria. La maza abría rajaduras, la grande fotografía comenzó a soltarse de la pared.
El corazón de Helena latía acelerado y ella sonrió por la primera vez desde que entrara en el apartamento.
Ella estaba a punto de dar un golpe más cuando oyó pasos apresurados atrás de ella.
—Pero ¿qué...?
La voz masculina la hizo congelar. Se volteó y se deparó con Alejandro López, el hermano del medio de Fernando. El hombre, de expresión seria y mirada penetrante, paró en la puerta, con la escena delante de él: Elena, usando ropa simple y cabellos presos en lo alto de su cabeza, sosteniendo una maza, delante de la pared semi destruida.
—¿Elena? —preguntó, incrédulo—. ¿Qué estás haciendo?
Ella apoyó la maza en el suelo y alzó el mentón, determinada a no parecer frágil.
—Estoy libertando este lugar.
Alejandro frunció el ceño, avanzando algunos pasos.
—¿Libertando? Eso parece más un acto de guerra.
—Y tal vez lo sea —respondió, la respiración aún ofegante—. Una guerra contra el pasado que insiste en continuar.
Alejandro analizó la escena: el cuadro de Valéria despedazado en el suelo, la pared marcada por los golpes. Parte de él quería reír, pero la otra parte… sentía respeto por la osadía de la joven cuñada.
—¿Tú realmente piensas que puedes apagar a Valéria con una maza? —provocó, cruzando los brazos.
Elena sostuvo la mirada de él.
—No quiero apagar quien ella fue. Solo no permitiré que continúe viviendo dentro de mi casa.
Hubo un silencio pesado entre ellos. Alejandro respiró hondo, aproximándose aún más.
—Sabes, Elena... Fernando puede hasta no percibirlo, pero esa tu terquedad... tiene fuerza. No esperaba eso de ti.
Ella sonrió de lado, sin soltar la maza.
—Espera y verás. Yo no vine para ser sombra. Vine para ser luz.
Diciendo eso, ella golpeó una vez más contra la pared, y así la imagen de Valéria fue al suelo, restando apenas un amontonado de cascotes en el suelo.
Alejandro, percibiendo el cansancio de ella, quitó la maza de su mano y entregó al contratista.
—Termine el servicio —volviéndose para la cuñada—. Vamos a bajar, necesito de algo helado.
Elena titubeó por un segundo, pero acató el pedido de Alejandro.
Ya en la sala, Carmem servía zumo de naranja para los dos.
—¿Fernando sabe que estás haciendo eso? —él preguntó al final.
—Acredito que no —admitió—. Pero un día él vendrá. Quiero que, cuando entre por aquella puerta, no pertenezca más al pasado.
Alejandro dejó escapar una risada breve.
—Él se va a enfurecer.
—Que se enfurezca —respondió Elena, firme—. ¿Ya no basta cargar un matrimonio sin amor? Al menos tendré una casa donde pueda respirar.
Las palabras de ella resonaron hondo. Alejandro inclinó la cabeza, admirado.
—Eres más peligrosa de lo que pensé, pequeña cuñada.
—¿Peligrosa? —ella sonrió—. Apenas determinada.
Por un instante, los dos se encararon en silencio. Había algo en aquel intercambio de miradas, pero no era atracción, era reconocimiento mutuo. Alejandro por la primera vez, veía a Elena como parte real de la familia López, no apenas una pieza de un juego.
Antes de partir, Alejandro se aproximó a ella y habló en un tono bajo:
—Solo cuidado, Elena. Ni todos verán esa tu coraje como algo positivo. Algunos pueden achar peligroso demás.
Ella lo encaró firme.
—No tenga miedo. Si quisieran derrumbarme, que intenten. Pero no voy a vivir con una sombra.
Alejandro dio una última mirada al cuadro destruido en el suelo y salió dejándola sola nuevamente con Carmem y los trabajadores.
Elena dio algunas instrucciones para los trabajadores y se retiró para su cuarto para descansar, dejando instrucciones para que la llamasen caso fuese necesario.