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Pequeña Rebelde

Pequeña Rebelde

Status: En proceso
Genre:Embarazo no planeado / Profesor particular / Amor-odio / Diferencia de edad / Donde hubo fuego cenizas quedan
Popularitas:4.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Miry - C

La mujer con la que se iba a casar murió en el altar, pero Adiel Mohamed no podía superar es emomento, hasta que regresó a su pueblo, y unos ojos verdes los flecharon.
Se enamoró perdidamente de Kiara Salma, la sobrina del capataz de su hacienda, una chiquilla que su madre odiaba con toda el alma. Pero eso no impidió que Adiel la amara, y la convirtieran en su todo.
Lo único que logró apartarlo del lado de su amada, fue que era menor de edad, sobre todo, era su alumna, y estaba prohibida para él, en todos los sentidos.
Decidió marcharse, y regresar cuando ella fuera mayor de edad, pero antes de partir, la hizo suya, marcando la como suya, pensando en su regreso convertirla en su esposa. Pero cuando regresó, Kiara ya no estaba, ella había desaparecido. Y su padre habría muerto, lo que le dejó destrozado y desdichado por cinco años, hasta que la volvió a ver, con una niña en brazos, la cual supo inmediatamente que era su hija.
Pero resultaba que Kiara lo odiaba.

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No es correcto.

Camino por los largos pasillos del instituto que, por lo general se encuentran vacíos, ya que los alumnos están en la hora de examen. De casualidad me encuentro a Leila y la saludo; no la había visto en toda la mañana. Yo ni siquiera imaginaba que se atreverá a besarme en los labios. Ese beso me deja perplejo. Reacciono segundos después y lo primero que hago es mirar alrededor.

—Leila...—Ella cubre mi boca y se acerca.

—Adi, me gustas —susurra volviendo a probar mis labios. Llevo mis manos a sus hombros y la detengo.

—No hagas esto, somos profesores y no debemos hacerlo. Se supone que tenemos que poner el ejemplo. Si algún alumno nos ve...

—Si es por eso, entonces ven.

Me lleva de la mano e ingresamos al baño de mujeres. Una vez ahí, vuelve a besarme y termino correspondiendo. Bajo mis manos a sus caderas y las presiono. Una vez que suelta mis labios, pronuncia el nombre de mi cupidita.

Lentamente giro mi cuerpo y no comprendo por qué razón, pero tengo intenciones de explicar lo que sucede. Me acerco hasta ella y, una vez cerca de su oído, cambio lo que le iba a decir, y termino pidiéndole que vigile la puerta. Al pronunciar esas palabras, un nudo se forma en mi garganta.

Mi cupidita se va y Leila me abraza desde atrás. Empieza dejando besos por todo mi cuello y rueda sus manos por mis pectorales hasta meterlas dentro de mis pantalones. Una vez ahí, presiona su mano con sutileza.

—No es correcto —expreso y salgo del baño. Lo primero que hago al salir es buscar a Kiara. No la encuentro por el pasillo de la derecha y, al mirar en el lado izquierdo, la veo abrazada con el mismo mocoso del domingo.

Suspiro profundo y la sigo. Necesito hablar con ella. Sé que no le agrado y, después de lo que vio podría usarlo para cobrarse una de las tantas que le he hecho. Antes de que ocurra eso, prefiero aclararlo, ya que no quiero que se haga bochinche sobre algo que no existe. Eso es lo que me digo a mí mismo, pero en realidad quiero explicarle a Kiara las cosas. Por eso la cito en el aula. Al ver que no tengo mucho tiempo, la invito al río.

Me retiro apenas termina la hora de mi examen. Lo que menos quiero es encontrarme con Leila. Puede que en el pasado estuviera loco por ella, pero no puedo decir lo mismo ahora. En este tiempo, su belleza no me deslumbra y no quiero enredarme con ella ni con nadie.

Después de un buen rato, llego a casa, me doy un baño y, después del almuerzo camino de un lado a otro en espera de mi cita con Kiara.

Vuelvo a suspirar profundo y reviso mi mano. El reloj marca la hora de mi cita con Kiara. No sé por qué estoy nervioso si solo es una niña tonta. Agarro las llaves del auto y salgo. Una vez que llego al río, la veo llegar.

Kiara, mi cupidita, se ve toda una mujer, pero no puedo olvidar que solo es una niña que apenas empieza a convertirse en mujer. Suspiro profundo e ingreso a la montaña. Cuando siento sus pasos acercándose mi corazón empieza a latir fuertemente. Me encuentro en cuclillas mirando hacia el río. Siento la mirada de Kiara caer sobre mi espalda. Lanzo la última piedra y me paro. Acto seguido, me giro y clavo la mirada en esos ojos verdosos que impactan mi corazón. Tengo que expulsar esos sentimientos estúpidos que se están desarrollando dentro de mí. No es debido lo que estoy sintiendo. Suspiro con profundidad y expulso los aleteos que se alborotan bajo mi estómago.

—¿Qué quiere, señor Adiel? —Inquiere de brazos cruzados— ¿Para qué me citó aquí?

—¿Para qué te imaginas...? —Interpelo y ella se alza de hombros.

—Pues no tengo idea, así que hable pronto porque no quiero pasar más tiempo aquí.

—¿Y por qué no? —Cuestiono.

La veo tragar grueso y suspirar.

—Si no tiene nada que decir, me voy —balbucea y se gira. Doy dos pasos rápidos y la detengo—. Suélteme —hace un movimiento que me desequilibra y caigo al río. La veo sonreír mientras intento pararme.

—Eso le pasa por pervertido —farfulla y sigue riendo. Me levanto a toda prisa y la abrazo. Se queda gélida mirándome fijamente.

—Quíteme sus manos de encima o grito.

—¿Quién te va a escuchar? —Replico y ella intenta zafarse.

—Déjeme, no sé qué quiere de mí. Si es por lo que vi en el baño del colegio, sepa que no diré nada. No soy chismosa y lo que usted haga con Leila pelo de lustre me tiene sin cuidado —balbucea y sonrío.

—¿La pelo de qué? — Inquiero y se remueve dentro de mis brazos.

—Ya déjeme, no sé qué quiere. Desde que llegó no ha hecho más que fregar mi existir.

—¿Por qué será? —Cuestiono aun sujetándola.

—Porque es un idiota, ¿por qué más va a ser? Es un pervertido y si me sigue molestando le diré a mi tío —amenaza y suelto una carcajada, al mismo tiempo que la lanzo al agua.

Sonrío mientras la veo levantarse. Ha quedado toda mojada y su vestimenta pegada al cuerpo delinea sus curvas y sus grandes senos. Su cabello humedecido la hace ver preciosa.

—Kiara Salman, yo no tengo interés alguno en molestarte, ¿sabes por qué? Porque a mí no me gustan las mocosas inmaduras e insolentes, y no soy ningún pervertido. Cuando quiero a alguien, la consigo con detalles y jamás abusaría de nadie. Así que, cupidita, no te hagas ilusiones. Es verdad que has crecido, pero para mí no dejas de ser aquella mocosa que llevaba recados a Leila, mi gran amor —informo y pasa gruesas salivas—. Como te dije en el instituto, quiero hacer las paces, que no haya más agravios entre nosotros, pero me queda claro que con una fiera salvaje como tú no se podrá llegar a la paz —concluyo y me propongo a marcharme. Doy dos pasos y una piedra golpea mi cuerpo.

—Pues tiene razón, soy una fiera —afirma mientras lanza otra piedra.

—Detente —pido al mismo tiempo que camino hacia ella y evito las piedras. A pesar de que son pequeñas, lastiman ya que son afiladas.

—Entonces déjeme en paz y no se acerque —gruñe, pero me hago de oídos sordos. Me lanzo al agua y aparezco debajo de ella. Le agarro las piernas e intenta escaparse. Cuando le agarro de la cintura, la presiono hacia mí. Con una mano la sostengo desde la espalda y con la otra, agarro su cabeza y la acerco a mi rostro. Se rehúsa, pero logro dominarla y en segundos la beso. Se remueve intentando escapar, pero hago más presión y termina accediendo. Su boca se abre dando cavidad a que mi lengua se introduzca en la suya, formando así un beso largo y apasionado. Lentamente la voy soltando y quedamos respirando con agitación. Al poco tiempo reacciona e intenta abofetearme.

—No te atrevas a tocar mi rostro —replico sosteniendo su mano.

—Y usted no vuelva a tocar... —limpia su boca y me empuja. Sale del agua furiosa y se marcha. Me quedo suspirando mientras la veo partir.

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Liz Baez
Me encanta tu novela, espero que lo puedas actualizar pronto, besos bendiciones 😘
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