RIVALES DE OFICINA

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

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Desperté con la boca seca, la cabeza un poco pesada y la sospechosa certeza de que esa no era mi almohada.

Definitivamente era mi almohada. Pero olía a Gael. A su perfume ridículamente masculino con notas de madera, arrogancia y pecado.

Parpadeé. Estaba en mi apartamento. Ok, un punto para mí. Pero con su camiseta puesta. Punto para él.

Llevábamos más de una semana en este jueguito de estar durmiendo Juntos después de trabajar en el proyecto, que por cierto avanzamos mucho. Ya me estaba acostumbrando.

Me senté en la cama y me dolía hasta el alma. Tenía las piernas temblorosas, la garganta seca y unas ganas incontrolables de tomar un litro de café... o meterme otra vez bajo las sábanas, pero precisamente para dormir.

—¿Sobreviviste? —dijo su voz desde la cocina, donde el sonido del café borboteando me llenó de esperanza.

Asomé la cabeza y lo vi ahí, solo con un pantalón de pijama gris bajo y esa espalda musculosa que debería estar prohibida en mis mañanas antes del trabajo.

—¿Por qué estás en mi cocina? —pregunté, con alma hecha polvo.

—Porque anoche dijiste: "Si te vas antes del desayuno, te mato."

—Maldita sea mi yo con lo más mínimo de alcohol .

—Y tu yo sobria también me adora —añadió, sirviéndome una taza sin preguntar.

—Mi yo sobria quiere olvidarse de todo esto antes de llegar a la oficina y fingir que somos dos colegas civilizados que no tuvieron sexo salvaje al lado de una olla de pasta.

—Dos veces, al lado de la olla de pasta —me corrigió, con esa insoportable sonrisa torcida—. Técnicamente, deberíamos llamarla nuestra olla del amor.

—Te odio.

—Y sin embargo, aquí estás, usando mi camiseta, tomando el café que hice y mirándome el trasero.

—¡No te estoy mirando el trasero!

—¿Quieres que me dé vuelta? —preguntó, girando los hombros con lentitud.

—¡NO! No sé, cállate.

Me tapé la cara con la taza. Él rió. Ese idiota disfrutaba demasiado esta dinámica.

Mientras desayunábamos tostadas quemadas y café, muy gourmet, mi celular vibró con un mensaje de Lucy:

— ¿Dónde estás? Sophie ya llegó y se ve sospechosamente contenta.

— Estoy... en camino.

—¿Listo para fingir que somos adultos profesionales?

—Siempre, Duval. Siempre. —suspira— Al menos haz hecho valer mis llegadas tarde, todos estos días.

Y justo cuando estaba por salir, vi mi brasier... colgado del picaporte de la puerta de entrada.

Gael la alzó sin pudor.

—¿Te olvidas de esto otra vez?

—¡Dámela, imbécil!

—¿Y si mejor la dejo como trofeo?

—Te juro que voy a matarte.

—No sin besarme antes. —se acercó a mi, muy cerca, para quedar respiración con respiración.

Y lo beso antes de salir.

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Entré a la oficina con gafas oscuras, café en mano y el alma colgando de un hilo de dignidad.

Si es que todavía tenía. A este punto ya estaba considerando que la dignidad estaba sobrevalorada.

Lucy me vio apenas crucé la puerta y sonrió con esa cara de te voy a diseccionar el alma sin anestesia.

—¿Dormiste bien? —preguntó, estirando la palabra "bien" como si fuera una cuerda de chicle. Ya se había acostumbrado a verme todos estos días en la misma posición.

—Dormí.

—¿Al menos se están protegiendo? —dijo con fingida preocupación— me preocupa que a su edad anden como adolescentes calenturientos y no piensen en las consecuencias.

—Lucy...

— Ya va más de una semana que estás en ese jueguito y tampoco me has dado detalles de su relación ¿no somos amigas acaso?

—No hay nada que detallar y no tenemos ninguna relación fuera de la laboral.

—¿Segura?—dijo bajito pero con esa emoción que hace que una parte del universo se incendie.

—Basta.

Me arrastré hasta mi escritorio mientras ella se reía como una bruja y justo cuando pensaba que podía sobrevivir el día sin que nada peor pasara... él entró.

Gael Moretti.

Traje azul marino, camisa blanca, sonrisa encantadora y como siempre cero rastros del desastre emocional y físico de todas estas noches. El tipo parecía recién salido de una revista de moda para ejecutivos.

Me lanzó una mirada de reojo.

Cómplice. Ardiente. Maldita.

Y se sentó como si no hubiéramos cogido en mi cama, en su cama,  en mi cocina ni... hecho lo que hicimos sobre su alfombra persa.

—Qué bien se ve hoy el equipo creativo —dijo, cruzando las piernas.

—¿No dormiste bien, Gael? —solté con veneno suave.

—Dormí... deliciosamente.

Lucy nos miró a los dos, entrecerrando los ojos.

—Son unos cínicos.

—No sabes nada —le dije, sin mirarla.

—Sé lo suficiente.

Y entonces, la bomba.

A las once en punto, recibimos un correo de Spark Energy:

Estimada Camila Duval, estimado Gael Moretti,

Para reforzar la campaña y coordinar directamente con el equipo interno de marketing, durante los seis meses del proyecto contarán con el apoyo de nuestra especialista senior, Anika Morel. Ella se unirá a ustedes desde hoy.

Atentamente,

Equipo Spark Energy

—¿Anika Morel? —pregunté en voz alta.

—Mierda... —dijo Lucy, casi escupiendo el café—. No me digas que es esa Anika.

—¿Qué Anika?

—La que fue becaria en la agencia hace cinco años. Alta, pelo largo, piernas de comercial, y un talento brutal para el marketing... y para provocar peleas.

—¿La conoces?

Lucy me miró. Luego miró a Gael.

—Él la conoce.

Lo miré. Él tragó saliva.

—Trabajamos juntos en un proyecto—dijo, con una voz sospechosamente neutra.

—Trabajaron...si claro—dijo Lucy con sarcasmo—me dijeron que habían tenido una relación algo extraña y tóxica.

Gael giró la silla hacia Lucy.

— No creo que eso sea algo que te importe Andrade—dijo algo serio—Además ¿cómo carajos sabes que conocía a Anika?

Lucy alzó las manos.

—Bueno... técnicamente los chismes en comunicaciones vuelan.

A las once y media, Anika entró a la sala de reuniones.

Y sí, era justo como Isa la describió: alta, con un vestido entallado color vino, labios rojos, sonrisa impecable y esa energía de mujer que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo.

—Hola, chicos. Soy Anika Morel. Encantada —dijo, dándole la mano a todos... y mirándome con una sonrisa educada.

Cuando llegó a Gael, él sonrió con ese gesto diplomático que sólo usaba cuando no sabía si correr o quedarse a jugar.

—Gael —dijo ella, con tono suave.

Entonces me miró.

—Y tú debes ser Camila. Me han hablado mucho de ti.

¿Quién, Gael? ¿O el universo?

—Un gusto —dije, devolviendo la sonrisa con la misma cantidad de hipocresía y amenaza sutil.

Ahora tengo que pasar seis meses trabajando con el idiota de Gael, mientras Anika su ex se pasea por nuestra oficina con olor a Chanel.

¿Yo? Estoy perfectamente tranquila.

Excepto por el hecho de que quiero estrellarle una carpeta a alguien.