Venganza Implacable

El espejo comenzó a brillar de manera mística, llenando la habitación con una luz suave y cautivadora. Elysia, fascinada, acercó sus dedos a la superficie, sintiendo una conexión especial. Con voz firme, pronunció:

—Muéstrame a Davian y Rhyse.

El espejo, como si tuviera vida propia, respondió a su llamado. Gradualmente, una imagen nítida apareció ante sus ojos: la pareja estaba en su departamento, inmersa en una acalorada discusión sobre sus planes. Elysia podía oír cada palabra, captar la tensión en el aire y observar los gestos que acompañaban su conversación. Cada movimiento les daba una ventaja crucial; podía anticipar sus intenciones y prepararse para cualquier maniobra que esos dos tramaran.

—Así que tienen la intención de incriminarme, ¿verdad? —murmuró Elysia para sí misma, su voz casi un susurro—. Creen que pueden derrotarme con sus trucos baratos. Son impacientes, sabía que no podrían contenerse por mucho tiempo.

Mientras seguía observando a Davian y Rhyse a través del espejo, Elysia se comprometió a mantener un paso adelante en cada situación, utilizando su ingenio y habilidades para asegurarse de que sus adversarios no tuvieran la oportunidad de vencerla. Su mente trabajaba rápidamente, analizando cada gesto y movimiento, lista para anticiparse a sus planes y darles la vuelta a su favor.

Con una sonrisa de satisfacción, Elysia concluyó que, en el momento adecuado, impartiría una lección que quedaría grabada en la memoria de aquellos a quienes se dirigía. Sabía que el desenlace de esta intrigante partida aún estaba lejos de concluir, así que comenzó a prepararse meticulosamente para su próximo movimiento. Tenía la certeza de que la verdadera esencia del juego apenas empezaba a revelarse.

—Que comience el juego —susurró con firmeza, dejando que su voz reverberara en las frías paredes de la mansión, que parecían absorber cada sonido—. No tengo intención de perder, y espero que ustedes tampoco, porque no tendré compasión.

La noche había caído sobre la ciudad, cubriéndola con un manto de oscuridad y serenidad. Las luces de las farolas y edificios destellaban con un resplandor tenue, creando un ambiente apacible. Davian regresaba a casa después de un largo y agotador día, su mente aún procesando el plan que había discutido con Rhyse.

Al llegar, abrió la puerta principal y cruzó el umbral, siendo recibido por el espléndido vestíbulo que lo envolvía con su ambiente acogedor y sofisticado. Sus pasos resonaban suavemente sobre el mármol pulido del suelo, reflejando la luz tenue de los candelabros que adornaban el techo. Con la vista fija en el comedor, se dirigió hacia allí, atraído por un delicioso aroma que emanaba de la cocina.

Allí encontró a Elysia, cenando con tranquilidad. La mesa estaba dispuesta con elegancia, las velas encendidas parpadeaban suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes. Un personal de servicio profesional se encargaba de servir una cena exquisita, cuidando cada detalle.

Elysia disfrutaba de su comida con una calma aparente, sin prestarle atención a la llegada de Davian. Ante ella había dos platos cuidadosamente dispuestos, pero notablemente, ninguno era para él. Davian se detuvo un instante, observando la escena antes de decidir acercarse.

—Buenas noches —dijo, esforzándose por sonar neutral.

Elysia, inmersa en su cena, no levantó la vista de su plato, continuando con cada bocado como si él no estuviera allí. El personal de servicio seguía atendiéndola con esmero, mientras ella se sumía en el placer de su cena, ajena a lo que ocurría a su alrededor.

Davian se acomodó en una silla vacía, sintiendo el peso del silencio entre ellos. La atmósfera estaba cargada de tensión; cada segundo que pasaba se sentía más crítico. Era consciente de que un solo desliz podría arruinar todo lo que había planeado con tanto cuidado. Sus ojos se posaron en Elysia, quien, ajena a su inquietud, cortaba su comida con una calma desconcertante.

Los momentos transcurrieron, marcados por un silencio incómodo que parecía extenderse indefinidamente. Finalmente, Elysia rompió la quietud, levantando la voz firme, aunque sin apartar la mirada de su plato.

—Mañana trae a mi hijo a casa —declaró, con una determinación que resonaba en sus palabras.

Davian sintió una pequeña tensión recorrer su cuerpo, pero rápidamente logró restablecer su calma.

—El niño está con su abuela... ¿No crees que sería mejor si se quedara unos días más? —propuso, esforzándose por sonar persuasivo.

Elysia alzó la mirada, sus ojos fríos y analíticos se encontraron con los de Davian.

—No —respondió con firmeza—. Yo soy su madre y los hijos deben estar con sus madres.

Mientras pronunciaba esas palabras, levantó el cuchillo con el que estaba cortando la carne y lo miró con intensidad. La hoja brillaba bajo la luz tenue de las velas, provocando que Davian sintiera un nudo oscuro y pesado en el estómago, invadiéndolo una inquietud creciente.

—Está bien, mañana le pediré a mi madre que lo traiga —respondió Davian, su voz temblando ligeramente mientras trataba de mantener la calma.

Elysia esbozó una sonrisa suave y, con un tono melódico, preguntó:

—¿Te gustaría cenar, cariño? —mientras llevaban la copa de champán a sus labios, tomando un sorbo delicado.

Davian vaciló, sintiéndose atrapado entre la inquietud y la cortesía, antes de que su mente pudiera formular una respuesta.