Tras ser brutalmente traicionada por Sebastián Montenegro, el hombre que le prometió un futuro, Aithana Rojas decide que la venganza es el único camino. Bajo el velo de la misteriosa y seductora "Lady Midnight", se infiltra en el exclusivo mundo de la alta sociedad, un lugar donde las apariencias lo son todo y las máscaras ocultan las verdaderas intenciones. Su plan es simple: destruir a Sebastián en su propio terreno.
Pero el destino tiene otros planes. En medio de sus intrigas, Aithana capta la atención de Lorenzo Montenegro, el hermano mayor de Sebastián, un hombre tan imponente como calculador. Atrapada entre su sed de justicia y la inesperada atracción que siente por el "enemigo" de su enemigo, Aithana deberá navegar un peligroso juego de poder, seducción y secretos. ¿Podrá Lady Midnight mantener su antifaz y ejecutar su venganza? ¿o el brillo de Lorenzo la deslumbrará hasta el punto de perderse en sí misma?
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seducción
POV AITHANA - ISABELLA
La música seguía su ritmo, pero mis ojos no dejaban de buscar la oportunidad. Vi un pasillo menos concurrido, que llevaba a un pequeño balcón apartado.
Con una disimulada elegancia, me excusé de la conversación y me dirigí hacia allá, sabiendo que mi partida no pasaría desapercibida para ciertos ojos.
Al llegar, me apoyé en la baranda, observando la ciudad, como si estuviera completamente absorta en el paisaje.
No tardó en llegar.
Sentí su presencia antes de verlo, el aire a mi alrededor se cargó. Sebastián se acercó con pasos decididos, y antes de que pudiera reaccionar, me acorraló suavemente contra la pared fría del balcón.
Su cuerpo estaba tan cerca del mío que podía sentir el calor que emanaba, y nuestras respiraciones se mezclaban en el pequeño espacio que nos separaba.
Su mano, que antes había estado en la baranda, ahora se apoyaba en la pared justo al lado de mi cabeza, atrapándome.
Sus ojos, oscuros y llenos de una intensidad innegable, me taladraron.
—¿Qué es lo que pretendes, Isabella? su voz era un murmullo ronco, cargado de una frustración que apenas controlaba. —Me estás volviendo completamente loco— Sus ojos, verdes y penetrantes, buscaban una respuesta en los míos, pero yo solo le ofrecí una sonrisa lenta y enigmática. —¿A qué estás jugando?—
—¿De qué hablas?— respondí, apenas en un murmullo, pero con un filo de inocencia que sabía que lo exasperaría aún más. Levanté una mano y la posé suavemente en su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo la tela de su esmoquin. —Solo estoy disfrutando de la noche, ¿acaso no puedo?—
Mi mirada se deslizó de sus ojos a sus labios, y luego de vuelta, en una invitación silenciosa.
Él apretó la mandíbula, su aliento cálido rozó mis labios.
—No te hagas la desentendida. Sabes perfectamente a qué me refiero. Me estás provocando, Isabella, y me estás volviendo completamente loco— Su cuerpo se inclinó un poco más, reduciendo la distancia que nos separaba hasta casi desaparecer.
La tensión era tan densa que casi podíamos saborearla.
Mis ojos se encontraron con los suyos, y su aliento cálido rozaba mis labios. En lugar de responder, me incliné un poco más, con mis labios apenas rozando los suyos en una promesa fugaz, un roce tan ligero que era casi una ilusión.
Sentí cómo su cuerpo se tensaba, esperando, pero en ese mismo instante, con un movimiento ágil y casi imperceptible, me deslicé por debajo de su brazo, liberándome de su encierro.
Él se quedó inmóvil por un segundo, desorientado, antes de girarse bruscamente, con su voz cargada de una mezcla de frustración y confusión.
—¿A dónde vas, Isabella?—
Me detuve, girando solo mi cabeza para mirarlo por encima del hombro, con una sonrisa enigmática en mis labios.
—Con tu hermano— respondí con calma, y con mi voz tan suave que apenas se escuchó, pero el impacto fue como un golpe.
Luego, sin esperar su reacción, seguí mi camino, dejándolo solo, clavado en el balcón, con el eco de mis palabras resonando en el aire.
Me acerqué a Lorenzo, quien estaba charlando animadamente con unos conocidos. Al verme, su rostro se iluminó y me ofreció una sonrisa encantadora.
—Ahí estás, Isabella. Ya me preguntaba dónde te habías metido—dijo, su voz suave.
—Solo necesitaba un poco de aire fresco— respondí con una sonrisa cómplice, sintiendo su mano posarse ligeramente en mi espalda.
La música y el murmullo de la gente nos envolvíeron.
—Me encantaría que volviéramos a vernos— comentó Lorenzo. —Podríamos ir a cenar...—
Lo miré, mis ojos brillaron con un toque de misterio.
—Me gusta mantener un cierto enigma en las cosas. Creo que es más... emocionante— hice una pausa, bajando un poco la voz. —Si el destino quiere que nuestros caminos se crucen de nuevo, estoy segura de que será en un escenario igual de... cautivador. Nuestros encuentros no son para lo cotidiano—
Lorenzo inclinó la cabeza, con una sonrisa intrigada en sus labios. —Interesante— murmuró, sus ojos fijos en los míos.
Mientras tanto, a unos metros de distancia, Sebastián observaba la escena desde la semi-oscuridad del balcón. El roce de la mano de Lorenzo en la espalda de Aithana, la forma en que ella le sonreía, y el murmullo de sus voces, aunque inaudibles para él, eran como dardos en su pecho.
Apretó los puños, y tenso la mandíbula. Verla tan cómoda, tan cercana con su propio hermano, después de la provocación que acababa de vivir, lo estaba consumiendo por dentro.
La furia y la frustración se mezclaban con una punzada de algo más, algo que no quería admitir.
Sebastián no podía apartar la mirada de Aithana y Lorenzo.
La rabia le quemaba por dentro, pero bajo esa furia, la sensación de familiaridad se hacía más densa, casi asfixiante.
Era como si esa mujer, con su juego y su enigma, estuviera despertando algo antiguo y poderoso en él, algo que había creído enterrado.
La veía reír con su hermano, y un nudo se le formaba en el estómago.
No era solo celos; era una desesperación profunda, una necesidad de control que ella le negaba con cada mirada, con cada movimiento.
Apretó la mandíbula hasta sentir dolor, sus ojos clavados en ella, y una promesa silenciosa de que esta partida no había terminado.
Puesto que todo en ella le resultaba altamente familiar.
Mientras tanto, Valeria no le dio tregua a Javier.
Sus labios se movían con una urgencia que lo arrastró de inmediato.
Javier, aturdido al principio, no tardó en responder con la misma intensidad, sus manos se aferráron a la cintura de ella, atrayéndola aún más.
El beso se profundizó, volviéndose más demandante, más salvaje.
Los dedos de Valeria se enredaron en su cabello, tirando suavemente, y un gemido se escapó de la garganta de Javier.
El mundo exterior se desvaneció; solo existían ellos dos, el roce de sus cuerpos, el calor que se generaba entre ellos, y el sabor embriagador de sus bocas.
La pasión era un incendio que se extendía sin control, prometiendo devorarlos por completo.
Estos si supieron aprovechar el momento...