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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 12

A la mañana siguiente, Elena fue sorprendida con la noticia. Aún vestía luto por la muerte de su padre, pero el corazón se le aceleró cuando supo que Fernando la llevaría a vivir a su apartamento. Interpretó el gesto como la primera señal de acercamiento, sin sospechar que, en realidad, se trataba de una rebeldía contra la matriarca.

Carmen, la mujer de confianza de María del Pilar, apareció muy temprano en la habitación de la joven, ayudándola a preparar las maletas.

—Vamos, niña. A Fernando no le gusta esperar —dijo firme, pero con cierto cariño.

Elena sonrió discretamente, escondiendo el nerviosismo. Al bajar las escaleras, encontró a Fernando de pie, apoyado en la barandilla, impecablemente vestido, aunque los ojos aún mostraban cansancio. El corazón de la joven dio un vuelco en el pecho.

—¿Estás lista? —preguntó él, sin emoción en la voz.

—Sí —respondió Elena, con suavidad.

Él no ofreció el brazo, no sonrió, solo caminó en dirección al coche estacionado en la entrada. Elena lo siguió, cargando consigo la esperanza juvenil de que, lejos de la mansión, quizás podría finalmente empezar a conquistarlo.

Carmen, con expresión seria, se acomodó a su lado, observando de cerca cada gesto.

María del Pilar, desde la ventana de la biblioteca, acompañó la escena en silencio. El nieto estaba rebelde, perdido, pero aún era el heredero. Y la joven esposa sería su única ancla.

—Vamos a ver, Fernando... —murmuró la matriarca para sí misma—. Vamos a ver hasta dónde te lleva tu rebeldía.

El coche partió, llevándose consigo el peso del luto, la esperanza de Elena y la furia contenida de Fernando.

El coche se deslizó por las avenidas de Madrid hasta estacionar frente a un edificio imponente en el centro. Los cristales espejados reflejaban el cielo gris, y las columnas de mármol en la entrada daban un aire de poder que inmediatamente llamó la atención de Elena. Ella apretó entre los dedos la pequeña bolsa que llevaba, intentando disimular la ansiedad.

A su lado, Carmen se mantenía rígida con el semblante impasible de quien ya había presenciado muchos cambios en aquella familia.

Fernando no esperó a que le abrieran la puerta. Salió del coche con pasos largos y firmes, como si el edificio fuera solo una extensión más de su autoridad. Elena, por su parte, demoró algunos instantes, observando las líneas elegantes de la fachada antes de seguirlo; el corazón latía rápido: aquel sería el primer hogar que compartiría con su marido.

En el ascensor panorámico, el silencio era casi sofocante. Elena intentó iniciar una conversación, pero la frialdad en la mirada de Fernando la desarmó. Él sostenía el celular, enviando mensajes, ajeno a su presencia. Solo cuando llegaron al último piso, rompió el silencio:

—Este es el apartamento. Este ascensor panorámico es privado —dijo él sin emoción, mientras la puerta del ascensor se abría para revelar el ático.

Elena contuvo la respiración. La sala amplia, rodeada por ventanas de cristal del suelo al techo, ofrecía una vista privilegiada de la ciudad. Lámparas modernas pendían del techo, reflejando la luz suave sobre los muebles sofisticados en tonos neutros. La alfombra persa en el centro contrastaba con el suelo de mármol claro, y cuadros de artistas renombrados decoraban las paredes; era un lugar lujoso, a pesar de ser un apartamento.

—Es... es maravilloso —murmuró, con los ojos brillando.

—Puedes cambiar lo que desees.

Fernando dejó las llaves sobre la mesa y se quitó el saco, arrojándolo displicentemente en el respaldo del sofá. Se sirvió un vaso de whisky, como hacía siempre que llegaba a algún lugar, y bebió sin ceremonia. Después, se volvió hacia ella:

—Carmen te ayudará a organizar tus cosas —sus ojos la atravesaron, fríos—. Yo voy a salir a trabajar.

Elena abrió los ojos con sorpresa.

—Pero... acabamos de llegar.

Él se encogió de hombros.

—Los negocios no esperan.

El tono era cortante, sin espacio para contestación. Antes de que Elena pudiera reaccionar, Fernando ya caminaba hacia el cuarto, cambiándose de ropa rápidamente. Minutos después, salió por la puerta principal, dejando tras de sí solo el olor del perfume caro y el eco de los zapatos en el mármol.

Elena se quedó de pie en medio de la sala, sintiendo el silencio pesar sobre sus hombros. Carmen, atenta, comenzó a abrir las maletas, acomodando la ropa de la joven esposa en los armarios.

A cada paso por el ático, Elena descubría detalles que la dejaban aún más encantada: la cocina moderna, el balcón con vista a las luces de la ciudad, la biblioteca particular con estanterías de cristal; era como un palacio suspendido sobre Madrid.

Pero, mientras exploraba el apartamento, algo comenzó a llamar su atención. En varios ambientes había un cierto toque femenino; era como si alguna mujer viviera allí y no solo la obra de un profesional...

Subió algunos escalones y se encontró con una linda área externa con mesas de juegos, una pequeña piscina... Miró a su alrededor, faltaban algunos jarrones, quizás todo se vería más acogedor si hubiera un poco de naturaleza.

La vista desde allí era maravillosa…

Desde lo alto, podía ver buena parte del centro de Madrid, las luces de la ciudad le causaban una agitación interna.

—No te preocupes, papá, no te decepcionaré, seré una buena esposa y pronto Fernando se enamorará de mí —miró a su alrededor, ahora tenía un hogar, estaría bien—. Estoy bien, mi padre.

Elena secó con el dorso de la mano una lágrima obstinada. Forzó una sonrisa y continuó su pequeña exploración. Cuando para su sorpresa, en una de las paredes, una foto de cuerpo entero de Valeria García.

El corazón se disparó.

En la imagen, una mujer de belleza asombrosa vestía de negro, con el tejido ajustado moldeando las curvas y una copa en las manos. Los ojos, intensos y provocadores, parecían encarar a Elena como una rival.

Elena se acercó, sintiendo la garganta seca. De repente, todo quedó claro. El apartamento no había sido preparado para ella. Era el antiguo hogar de la amante de Fernando, preservado como un santuario.

Una ola de dolor recorrió su pecho, aplastando la esperanza que cargaba desde el matrimonio. Se sintió intrusa, una sombra en la vida de otra mujer.

Y en aquel instante, Elena entendió: Fernando la trajo para vivir entre los fantasmas de su pasado.

Se sentó en un sillón frente a la imagen y se quedó allí encarando a la mujer que su marido amaba.

Cuando Carmen apareció, encontró a Elena aún sentada delante de aquella imagen. La vieja empleada suspiró, porque sabía que la verdad no podría ser escondida para siempre.

—Ahora ya lo sabes... —dijo, en voz baja.

Elena levantó los ojos llenos de lágrimas.

—Él la amaba.

Carmen titubeó, después asintió:

—Sí. Pero ella se fue, ahora usted es la señora de esta casa, la señora de su marido.

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