Dayana, una loba nómada, se ve involucrada con un Alfa peligroso. Sin embargo un pequeño bribón hace temblar a la manadas del mundo. Daya desconcertada quiere huir, pero termina en... situaciones interesantes...
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Cap. 12 La manada murmura
La puerta del despacho de Lycas, una habitación forrada de madera noble y repleta de mapas y documentos antiguos, se cerró con un suave clic, aislando el caos de rumores que infectaban la mansión. Antonio, su Beta principal y amigo desde la infancia, permanecía de pie frente al enorme escritorio. Su rostro, usualmente relajado, estaba marcado por una preocupación genuina.
—Alfa —comenzó Antonio, usando el título por respeto, pero el tono era el de un amigo que da un consejo difícil.
—Sabes que somos amigos desde niños. Quiero advertirte… esta situación es peligrosa.
Lycas, que estaba firmando un documento con un gesto de fastidio, no alzó la vista, pero su mano se detuvo.
—Dayana no es simple. Es una loba nómada. Y todos aquí están alterados por su presencia. —Antonio se sentó finalmente en la silla frente al escritorio, su cuerpo inclinado hacia adelante.
—La manada murmura. Algunos la acusan de ser una Garfa Sanguina, otros dicen que es una aberración. La humillación por la sangre de tu heredero… es un veneno lento.
Finalmente, Lycas dejó la pluma y se reclinó en su silla de cuero, frotándose las sienes con los dedos como si pudiera masajear la frustración que lo consumía.
—Lo sé —admitió, su voz era un rumor cansado.
—Lo sé. También sé que en aquella época las cosas salieron muy mal. Todo fue… equivocado —por primera vez, un atisbo de algo que no era ira pura asomó en sus ojos, un remordimiento amargo y complicado.
—Pero ella, en vez de esperar a que me informara, de esperar a que supiera la verdad de la situación… huyó. Y ahora me vengo a enterar de que dio a luz a mi hijo. Esto no lo voy a permitir —su voz recuperó el filo de la furia, pero esta vez teñida de una posesividad desesperada.
—Tampoco pienso hacerle las cosas fáciles. Ella va a tener que aprender a acomodarse a esta manada. De lo contrario, las cosas van a terminar mal.
Antonio negó lentamente con la cabeza, su expresión era de pura consternación.
—Lycas, escúchame. No quiero ser aguafiestas, pero… —hizo una pausa, buscando las palabras correctas.
—Si tú aprietas demasiado, ella no lo va a tolerar. No sé si realmente sea una Omega, Alfa. No se porta como una. No tiene la… sumisión de una. Aunque parece y huele a Omega, todo lo que ella hace es lo contrario —señaló hacia la ventana, en dirección general, a la habitación de Dayana.
—Ten cuidado. No vayas a perder a tu Luna… y también a tu heredero.
La advertencia de su amigo, dicha con tanto respeto como franqueza, golpeó a Lycas con más fuerza de lo que esperaba. No respondió de inmediato. Miró hacia la ventana, hacia los terrenos de su manada, el peso de su liderazgo y su conflicto personal aplastándolo. Asintió, finalmente, un gesto cortante y lleno de frustración.
—Bien. —la palabra sonó como una rendición temporal.
—Ahora solo necesitamos hacer que la gente se calme con este tema. Ya suficiente tengo con las dos desquiciadas de mis hermanas y mi madre, que parece saberlo todo. —el comentario sobre Octavia estaba cargado de una familiar exasperación.
Antonio esbozó una media sonrisa.
—Eso siempre ha sido así. Tu madre sabe más que todos nosotros juntos. —se puso de pie.
—¿Quieres que disperse a los grupos que están murmurando? Un recordatorio de que los rumores malintencionados se consideran una falta a tu autoridad.
—Hazlo —asintió Lycas, volviendo a tomar su pluma, un gesto de despedir.
—Y Antonio… —el Beta se detuvo en la puerta.
—Gracias.
Antonio asintió a su vez y salió, dejando a Lycas solo con sus pensamientos y la abrumadora certeza de que Antonio tenía razón. Dayana no era un problema que se pudiera resolver con fuerza bruta. Era un acertijo complicado y peligroso. Y si no manejaba la situación con una delicadeza que le resultaba ajena, arriesgaba perderlo todo.
El breve descanso había sido un paréntesis de paz robado en medio de la tormenta. Dayana se despertó sintiendo el peso cálido y reconfortante de Óscar dormido a su lado, sus pequeños ronquidos, un sonido que le calmaba el alma. Lo arropó con cuidado, admirando lo rápido que se había rendido ante la comodidad de la cama, un pequeño lujo que su vida nómada rara vez les permitía.
Se vistió con rapidez, con ropas sencillas que Alicia había dejado, y salió de la habitación con determinación silenciosa. Allí, como un centinela discreto, estaba Alicia. La mujer parecía no haberse movido en horas, su expresión era una mezcla de expectación y una lealtad tranquila que Dayana aún no terminaba de descifrar.
—Alicia —llamó Dayana en un susurro, acercándose.
—¿Puedo pedirte un favor? Quiero saber dónde están mis amigos, los que vinieron conmigo. ¿A quién podría preguntar?
La reacción de la nana fue instantánea y alarmante. Su rostro se puso pálido. Con una rapidez que desmentía su edad, tomó del brazo a Dayana y la hizo retroceder hacia la habitación, cerrando la puerta tras de ellas con un suave clic.
—Señora, por favor, baje la voz —su susurro era urgente, casi desesperado—. No puede preguntar esas cosas así, no más. Tiene que ser discreta.
Dayana sintió un escalofrío. El miedo por sus amigos se intensificó.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Dónde están?
Alicia miró hacia la puerta, como esperando que alguien estuviera escuchando al otro lado.
—Lo único que sé… y es mucho arriesgar con decirle esto… es que están en el ala norte de la casa —bajó aún más la voz.
—Están… interrogando al humano y a la Omega que venían con usted.
La palabra “interrogando” cayó como una losa en el estómago de Dayana. No sonaba a una conversación amable.
—Si quiere saber más… —continuó Alicia, retorciéndose las manos
—Diríjase con el Beta Antonio. Él es la mano derecha del Alfa. Es un hombre… justo. Tal vez él pueda ayudarla —hizo énfasis en la palabra, repitiendo su creencia.
—Pero con discreción. No se olvide que aquí todo el mundo anda pendiente de lo que usted hace. Sus pasos, sus palabras… todo se reporta.
La advertencia era clara. Era una rata en una jaula de oro, observada constantemente. Asintió, agradeciendo con la mirada el riesgo que Alicia estaba tomando.
—Gracias —murmuró.
Cuando salió de la habitación por segunda vez, su determinación se había transformado. Ya no era solo curiosidad; era una misión. Con la cabeza alta, pero sin buscar miradas, se dirigió hacia la sala de la manada, el corazón latiéndole con fuerza. No sabía cómo era Antonio, pero tenía que encontrarlo. Tenía que saber si Caterina y Miguel estaban bien. Cada paso que daba por los pasillos amplios y decorados con tapices de cacería sentía el peso de las miradas invisibles, los susurros que se apagaban a su paso.
La guerra por su lugar en la manada podía esperar. Primero, estaba la lealtad hacia quienes se habían arriesgado por ella. Y para una loba nómada, la lealtad era la ley más sagrada.
pienso que de poder rechazarlo lo puede hacer ,pero temo por la vida de su loba Akira y por la misma Dayanna porque tal vez no resista al rechazo pero siento que si ella es una loba de rango superior puede resistir cualquier cosa de parte de Lycas....