Antonieta, una joven noble de catorce años, vive atrapada entre las estrictas reglas de la alta sociedad y su pasión secreta: volar en un caballero móvil. Mientras se prepara para cumplir con su rol como dama y conocer a su prometido, entrena en secreto para dominar la tecnología que le permitirá surcar los cielos. Pero no todos están dispuestos a aceptar su sueño, y Antonieta deberá decidir si seguir las normas o romperlas para volar libre.
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Capítulo 10: "La Academia No Cae"
[Interior – Palacio de Cristal – Sala del Consejo Real – Noche]
Narrador:
A puertas cerradas, bajo la cúpula adornada con emblemas antiguos, la reina había convocado a las casas nobles y altos cargos de defensa.
Las doce familias principales enviaron representantes. Algunos jefes. Algunos herederos. Todos llegaron con sus propios intereses... y temores.
En el centro del salón, sobre un estrado elevado, la reina Emera observaba en silencio.
Su corona, más simbólica que autoritaria, brillaba bajo la cúpula… pero en ese momento, nadie osó interrumpirla.
(La reina suspira, bajando la mirada apenas un instante. Como si evocara una cicatriz que aún no sana. Luego alza la cabeza, y su voz se escucha clara, sin temblor.)
Reina Emera (con voz firme):
—Hoy... la Cruz Negra ha regresado.
No desde las sombras. No como susurros del pasado.
Sino con armas. Con fuego.
(Hace una pausa breve)
—Y lo han hecho en medio de nuestra transición dinástica.
(Mira a cada uno de ellos, uno por uno. Sus ojos no tiemblan.)
—Les pregunto: ¿Qué haremos?
Duque Merneth (inclinándose levemente):
—Majestad, esto no puede verse solo como un ataque. Es un mensaje.
—Debemos cerrar fronteras, movilizar más escuadrones, declarar zona militarizada todo acceso ferroviario interestatal.
Vizcondesa Talía de Vosk:
—Y cancelar temporalmente las actividades civiles... incluidas las de la academia.
—No podemos permitir que los herederos y talentos estén en riesgo.
Lord Ignister (cruzándose de brazos):
—Discrepo.
—Si suspendemos la academia, los otros continentes lo verán como debilidad.
—Nuestra ventaja siempre ha sido nuestra educación.
—Nuestras élites jóvenes deben entrenar, no esconderse.
Marquesa Lathenor:
—¡Pero hay precedentes!
—Cuando la Orden Escarlata atacó hace dos generaciones, las clases se detuvieron por tres meses, ¡Por menos que esto!
—Y cuando fue nuestro primer encuentro con la Cruz Negra... ¿cuánto tiempo se detuvieron las actividades? ¡Cuatro años!
(Las voces se elevan. Las familias discuten. Algunos buscan proteger intereses. Otros, solo su linaje.
Solo uno guarda silencio.)
Narrador:
Salomon Alcalá de la Alameda, de pie junto a su silla, no hablaba.
Había pasado las últimas dos horas entre el campo y los informes.
Aún llevaba polvo en los puños. El tipo de polvo que no cae con agua.
Su rostro estaba sereno. Su postura, recta. Pero sus ojos…
...veían más allá del fuego.
Reina Emera (mirándolo):
—¿Y tú, Salomon?
—Tú que estuviste en el campo. Que lo viste con tus propios ojos. ¿Cuál es tu juicio?
Salomon (lento, pero claro):
—El enemigo no regresó por gloria... ni por venganza.
(Alza la mirada. Su voz no se impone, pero nadie la interrumpe.)
—Regresó porque ha olido fracturas en nuestros muros.
—Y nos lanzó una prueba. No para destruirnos… sino para ver si aún tenemos colmillos.
(Silencio incómodo en la sala. Algunas miradas se desvían. Otros aprietan los labios.)
Salomon:
—La academia debe continuar.
(Se vuelve hacia todos. Su voz se vuelve más firme.)
—Porque si formamos a nuestros jóvenes solo en el miedo, nunca aprenderán a resistir.
Pero...
(Da un paso al frente. Su sombra se proyecta larga en el mármol.)
—Con nuevas medidas.
—Con ojos en cada pasillo.
—Con caballeros móviles en patrulla.
—Y, sobre todo:
—Con la conciencia de que ya no estamos en tiempos de paz.
Narrador:
Las palabras de Salomon no fueron aclamadas. Pero tampoco refutadas.
En los rostros no había aplauso, ni rechazo…
...solo el recuerdo súbito de que la guerra no era una historia ajena.
Los presentes sabían que su voz tenía peso…
...porque estaba manchada de humo y sangre, no de política.
La reina asintió una sola vez.
Y con ese gesto, se decidió:
La academia seguiría abierta.
Pero el mundo, desde esa noche, ya no respiraba paz…
...sino preparación.